viernes, 17 de septiembre de 2010

Retorno



 
El carro se detuvo frente a la puerta que apenas hacía unos meses había abandonado. Los caballos relinchaban, las nubes se amontonaban en un día gris y frío. El invierno llegaba a la ciudad, y de qué manera llegaba.

Él, aquel papá que lo había acompañado a casa de la mano, aquel hombre apuesto, grande y fuerte que lo había cambiado por unas monedas de oro, había rehuido dirigir su mirada hacia el niño durante todo el trayecto. Parecía decaído, como él ¿Estaba triste aquel hombre? ¿Por qué? Le había comprado un regalo a mamá, el regalo no le había gustado y ahora llegaba la devolución.

Aquel primer lazo atado a su cuello fue el más doloroso, después de ésta primera vez las devoluciones fueron constantes, de otros colores y sabores, pero la primera fue sin duda la que mató la ilusión, a decir verdad, la poca ilusión que le quedaba. No iba en una caja a lunares, ni en un papel bonito, pero la pajarita, aquella pajarita que cambiaba de color dependiendo del hombre que lo comprara… Siempre un papá, para una mamá que lo aborrecía en apenas unos meses.

Un niño sin ilusiones mágicas y curativas ya no es un niño, es un adulto. Éste niño la perdió aquel día pasado, aquel día que recuerda perfectamente.


El pequeño se mira las manos, entrelaza sus dedos, se arrincona en una esquina del carruaje y queda en silencio, no mira a papá porque se siente triste, tampoco mira a mamá, porque se echaría a llorar. No, no llorará por una mamá que no lo quiso, no lo hará; y en aquella decisión asestaba el golpe de gracia a sus últimos instantes de niñez. Mira sus zapatos de charol, papá le ha permitido conservarlo, mira sus calcetines impolutos “¿Por qué?”, y aunque él todavía no lo sabe, se repetirá esa pregunta muchísimas veces.

“Ése niño es muy feo, y además no me abraza, ni me besa con amor. Me mira de un modo extraño, como si me dijera que yo no soy su madre”, “Querida, es el primer día que pasa en casa ¿Cómo va a abrazarte si ni siquiera le has dicho cómo te llamas?”, “no necesita eso, ¡los niños son así por naturaleza! ¡No ha dicho nada en toda la cena!” recuerda los gritos en ese viaje eterno, en su mente vuelve a reinar ese silencio tras la puerta de aquel cuarto extraño: “éste es tu cuarto”, había dicho papá. Se ve en el alfeizar de la ventana, buscando esa estrella brillante que lo acompañaba desde que tenía recuerdos, esa estrella que a pesar de estar tan lejos le dio calor en las noches oscuras del orfanato. Los monstruos se arrastraban entre las sombras, tenían los ojos rojos y las uñas puntiagudas, reptaban por el techo y las paredes, salían de debajo de la cama, pero él era un niño valiente, la estrella se lo susurraba, arrastraba su cama hasta la ventana y allí, cuando la estrella cantaba la canción de cuna, se quedaba dormido.

¿Debía despedirse de ella? La luz de sus ojos se apaga en el asiento del carruaje, ¿debía despedirse de ella ahora que tenía familia? Se preguntaba él, en aquella habitación suya. La revelación: qué tonto había sido, pensar que debía despedirse al fin de la estrella porque había encontrado un hogar. Qué tontaina… Y en ese descubrimiento, la muerte absorbe al niño, que ya no es un niño, ahora sólo es un adulto extraño, pequeño y silencioso.

El estornudo de esa primera mamá que no lo quería lo saca de sus recuerdos. No le importa volver al orfanato, no le importa dormir en esa habitación llena de niños, no le importa dormir en el suelo bajo el alfeizar de la ventana. ¡No! ¡No le importa nada de eso! Engulle las lágrimas mirando sus pequeños zapatos brillantes, y en un arranque de valor se asoma por la ventana y busca la estrella, pero las nubes pueblan el cielo y aún no ha anochecido.

Se sienta decepcionado, vuelve a cruzar sus dedos, siente la mirada de papá en sus mejillas, en su cuerpo, en su pelo. Entonces sonríe, aun cabizbajo, recordando el primer día en que ese primer papá apareció y se lo llevó de la manita.

- ¿Te tengo que llamar papá?

- Claro…

- Vale. – La pequeña sonrisa ilusionada, miraba a papá y le tendía la mano.

- Ahora iremos a ponerte guapo para que mamá te vea.

Y con papá tomando su mano, no hubo más preocupaciones, pues las preocupaciones de un adulto jamás se le podrían ocurrir a un niño. Así que fueron a la tienda, una tienda increíble, grande y elegante, papá le compró lo zapatos de charol, le compró un traje y aquella pajarita roja, aquel primer lazo atado al cuello. En su mente, ese día que vuelve a él está lleno de sol.


La puerta del carruaje se abre, y el niño sale de sus vidas sin pena ni gloria. Baja los peldaños del carruaje, y sin decir nada se aleja camino de la puerta del orfanato con los zapatos manchados de barro.

Papá le dedica un par de lágrimas furtivas que ese extraño y pequeño adulto del lazo que entra por la puerta del orfanato no recordará jamás, pues ya estaba lejos del carruaje cuando papá las derramó. El niño no lloró, pues ya no era un niño, y no, los adultos no lloran tanto como los niños, engullen y engullen. Al atravesar aquella puerta grande y vieja de vuelta al orfanato, ya era un hombre valiente, pero eso sí, conservó sus zapatitos de charol.

*

4 gota(s) de lluvia ha(n) caido**:

Anónimo dijo...

Hola guapa!

Hoy tengo lluvia por partida doble, triple si te cuento a ti ;)

Tu historia me ha gustado un montón, la sensibilidad con la que has tratado los sentimientos del niño. No me ha costado ponerme en su piel.
Me da rabia pensar en los niños que todavía hoy día pasan por situaciones similares, o incluso mucho peores, que ni siquieran saben lo que es tener una infancia.

Enhorabuena por tu trabajo, y adelante. Que no te frene que la gente deje más o menos comentarios. Ellos se lo pierden :)

Un besazo enorme bajo la lluvia

Merche Owl dijo...

Estos días ha estado lloviendo por Almería, me he acordado de ti :D

Hay gente a la que le toca madurar antes de tiempo, pero perder la infancia tampoco es malo, ayuda a crecer y saber valorar otras cosas ^^

Escribe un libro!

I need a miracle dijo...

Parece que la lluvia nos ha envuelto a casi todos de un modo u otro.

Bonita historia y tan bien narrada que podemos sentirnos ese niño perfectamente.

Saludos, bonito blog

cronicasdediaslluviosos dijo...

Llego tarde pero llego... a agradecer siempre.


¡Fénix!
Gracias por dejarte guiar tan bien e introducirte en la piel del niño. Gracias por los ánimos ¡Muchas, muchas, muchas gracias!

Ya lo decía Serrano, si Peter pan viniera a buscarnos una noches azul.... no enciendas las luces. Esa canción siempre me hace llorar. Sí, es muy triste que haya muchos niños que ya son adultos a pesar de no levantar tres palmos del suelo.

Y si no comentan ya estás tú para echarle la bronca a quién sea ;)


--------------------------

M.ia.
Apareces, desapareces, y mientras se te echa de menos. ¡Oye! qué bonito que te acuerdes de mí con la lluvia, eres un sol.

Perder la infancia ayuda a ser fuerte, pero a veces uno no necesita tanta fortaleza.

¡Escribe un libro dice! Cómo su hubiera quién quisiera comprar mis torpezas, jejejeje.

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Sí es lo que parece,
Aquí la lluvia nos envuelve a todos, pero sí, últimamente llueve por toda la península y cuánto se agradece...

Gracias, no son sólo mis narraciones, también los ojos dispuestos a dejarse llevar y olvidar un poco sus tiempos, sus vidas, y sus historias.

¡Gracias por pasar!

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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

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