viernes, 15 de octubre de 2010

Una historia real


Ésta es una historia real que decidí escribir para mí, para no olvidarla.
Escribo a temporadas, sólo llevo 100 páginas, estas son las primeras.

Anamnesis
~αναμνησις~

Por las tardes, aquella cafetería resultaba bastante acogedora. Uno nunca podía aburrirse en un sitio como aquél; acudía gente de todo tipo... personas con sus portátiles a rastras para conectarse en esa red en la que se reunía una parte de la humanidad por aquellos tiempos, el típico hombre con gesto derrotado sentado en la barra, madres con sus hijos, periódicos, camareras simpáticas, y camareras, de esas que ni siquiera tienen una mirada amable. En fin, Sandra siempre tenía una historia que inventar para aquel montón de desconocidos o al menos para aquellos en los que reparaba. Pero aquella tarde la cafetería no era la misma de siempre, demasiadas personas amontonadas, tantas... con tantas Sandra no podía, demasiadas historias que contar, al final ninguna salía bien. A penas podía pasar entre aquellos cuerpos refugiados de la lluvia.
La pared izquierda de la estancia estaba bordeada por un banco; frente a éste se amontonaban de modo espaciado mesas redondas, pequeñas, de una o dos personas. Por el centro, había mesas cuadradas. La única mesa vacía que encontró aquella tarde lluviosa, la que le había tocado, era la penúltima, justo al fondo.
El día era oscuro, la luz del sol a penas podía colarse hasta el final de la sala, y la luz eléctrica se había marchado dejando a unas camareras histéricas y un conjunto de personas comentando la extraordinaria aparición de los rayos. La voz de un niño que le comentaba a su madre que ese rayo era como los de cada verano en casa de la abuela; unas señoras, no muy lejos de allí, hablaban sobre lo tremendamente molesto que era quedarse a oscuras, tenían que estar bien acondicionados para estas emergencias y no dejar a sus clientes así.
Una sensación de alivio, que no duró mucho, se apoderó de ella mientras se sentaba en el banco frente a su mesa, dispuesta a inventar historias desde su recién encontrada tribuna. A su derecha, un hombre con el pelo blanco leía el periódico sin prestar atención al gentío; a su izquierda,  justo en el rincón más oscuro y alejado de la tormenta, un muchacho con las gafas apoyadas en la mesa y un café justo debajo de sus ojos, se esforzaba por sujetarse la frente, acodado en la mesa. Las lágrimas de sus ojos se colaban tranquilamente en la taza de café. Sandra no podía verle los ojos a aquel chico, los cubría un flequillo largo, de color marrón.
-Así... tan salado… seguro que no sabe bien. - le susurró Sandra de inmediato.
A lo que el muchacho le correspondió con una amarga sonrisa. Ella... podía imaginar aquella cruenta batalla metida tras el flequillo marrón. Cómo en toda batalla, tras sus pies quedaba el rastro de sangre, que conseguían salir de sus pensamientos en forma de lágrimas.
Sandra no tuvo más que deslizar su cuerpo hacia la izquierda para acercarse a él hasta casi rozarlo. Coló su mano, con la palma hacia arriba, en el lugar de la diminuta mesa que quedaba libre: delante de la taza del café que tanto se esforzaba en mirar aquel chico. Él mira la mano de Sandra, el débil chapoteo de las lágrimas en el café deja de sonar y la mano derecha del chico se desensambla de su frente, tomando la de Sandra.
- Antes lloraba ella, ahora me toca llorar a mí supongo. – Respondió.
Sandra sabía a quién se refería con ese “ella”; ambos acudían a esa cafetería muy a menudo, “ella” también. En cierto modo se conocieron los tres a la vez, una camarera despistada consiguió apañárselas para confundir un café solo (que era para él), un café con leche (que era para Sandra) y un zumo (que era para “ella”). Acabaron sentándose los tres juntos, aún no sé por qué. Los 5 meses venideros, después de aquel día ellos dos empezaron a llegar juntos a la cafetería. Hasta día de hoy, era lo que Sandra sabía.
- Mi madre ha muerto, y mi novia… bueno, ella…- el muchacho suspiró profundamente para no ahogarse, imagino que el corazón le pesaba horrores - bueno, creo que hoy he superado mi récord de días de mierda. – Nuevamente, apareció en sus labios aquel intento fallido de sonrisa.
Antes de que Sandra pudiera decir nada antes siquiera de que pudiera asimilar aquello que el desconocido le contaba; él, sacó una nota de dentro del bolsillo de su chaqueta, la dejó encima de la mesa y Sandra la leyó:
“a ver... amo a Mario... lo amo con locura... se lo que quieren decir esas palabras y lo importantes que son... también sé que esto representa que cierro mi lista ¡y si! ¡La cierro! mi niño es el último...

Dafne”

Al leer, el verbo “amo”, escrito con tanta naturalidad, le produjo una molesta sensación de estridencia en los ojos. Recordaba a telenovela barata, tintineaba de forma extraña en el papel, en la frase.
- ¿Ha amado a muchos de esos que aparecen en esa listita que acaba de cerrar? – Sandra pensó que esa no era forma de animarlo, al fin y al cabo ella no conocía la historia de amor.
- Eso es lo que me duele. – La voz del muchacho era clara y fría; enfadada quizás.- qué triste. La he dejado yo.
- Si he acertado, no merece tu dolor, lo sabes ¿verdad? Pero si quieres puedo disecarla, sería un regalo para mi guardián. – Sandra intentaba animarlo, algo que surgió efecto porque Mario levantó los ojos y le sonrió.
- Vaya… aun te acuerdas… - Aquella voz le susurraba a Sandra que la sonrisa, esta vez, había sido sincera.
- ¿Cómo olvidar a mi guardián, al que cuidó de mí muchos lustros?
En aquella primera conversación, varios meses atrás, habían coincidido en algo, ambos – por aquellos tiempos - eran aficionados a las Las crónicas vampíricas de Anne Rice, y ahí llega otra ironía del destino, Akasha era el personaje de Sandra, Marius era el de Mario. Ella una Reina encerrada en mármol, él su guardián milenario. Esa unión de dos personajes les unió de forma frágil y olvidadiza. Ahora esa unión volvía a situarse sobre la mesa y de ahí partió todo, de aquella complicidad inicial surgieron mil historias más, casi me atrevería a decir que surgió un mundo lleno de muchas, muchísimas uniones de personajes.
- Tenías que haber visto mi cara, me quedé allí, mirándola, ella lloraba, suplicándome que no la dejara, a lágrima viva, como si le hubiera quitado un caramelo a una niña. Dios… que tortura… - Sandra permanecía callada, no dijo nada, era él quien tenía que hablar – vuelvo aquí, después de haber tenido que salir de viaje en Agosto, y me encuentro con este panorama, primero mi madre tiene la genial idea de morirse, y después, me voy a casa de ella, para verla, para arreglarlo, con la tonta idea de encontrar algo... Discutimos ¿Sabes? Antes de irme, decía que la tenía descuidada, que era un egoísta. Por teléfono, mientras estuve fuera, más de lo mismo.
- ¿Un egoísta?... Qué bien, aún sabiendo que te ha pasado lo de tu madre… va y se te echa a llorar, en vez de darte un poco de fuerza ¿y tú eres el egoísta? Genial
Sandra, esta vez no pudo contenerse, irónica y bocazas. Las muchas veces que había visto a Mario por allí no había demostrado ser alguien muy alegre, pero tampoco tan triste, y ahora, parecía que había perdido su infancia y trastabillaba como un niño perdido de esos que recolecta Peter Pan.
- Si… Soy un egoísta, y un monstruo, no pude llorar, verla desesperada, gritándome que necesitaba más atención en su día y yo no se la di, diciéndome que este mes que había estado fuera había encontrado a otro chico que la quería más. No podía llorar.
- Ey… ¿Sabes? Perder a una madre es algo muy duro, yo tenía un año menos cuándo pasó y puedo asegurarte que no eres un egoísta, ella…ella ¿No sabe que no es el centro del mundo?
- Anoche vino a mi casa, me dejó ese papel pegado a la puerta. La llamé y volvió a llorarme: tenía miedo de perderme, y otra vez los lloros: yo era muy importante en su vida, me dijo que me quería, que yo era el amor de su vida … - Mario apartó la mirada hacia la mesa y apretó fuertemente su mandíbula. Sus ojos se emborronaron.
- ¿Por qué te fuiste?
- El puto trabajo que me come la vida; ya podría dedicarse a comerme otras cosas. Pero sería mucho pedir, no me atrevo ni a pedir vacaciones.... cuanto menos que me coman algo, ¿no? – A ambos se les escapó una carcajada. - me levanto a las 6 y me acuesto a las 12 de la noche. De Lunes a Sábado.
- ¿Qué trabajo es ese?
- Soy gigoló. - risas una vez más.- No, pero casi. – Sandra lo miraba esperando algo más concreto - delineante, hago planos, parecido a arquitecto.

Coffee_Break____by_Perlekes

5 gota(s) de lluvia ha(n) caido**:

Anónimo dijo...

Interesante la historia, me ha dejado con ganas de más.
¿Sabes que en mi novela hay un personaje que también se llama Dafne?
Con lo de "Soy gigoló" me ha dado la risa. Supongo que será otra coincidencia.

Un beso

Marcos Callau dijo...

Me encanta el nombre de Dafne. Quiero leer más... ¡Adelante con la historia!

cronicasdediaslluviosos dijo...

Fénix, claro que sé que hay un personaje que se llama Dafne, recuerda que la estoy leyendo. =P
Coincidencia, sí señor, esa pagina lleva algunos años escrita ya, fue exactamente eso lo que me dijo.
¿Interesante? ¿De verdad? Yo la veo bastante sosa, para mí tiene gracia por el recuerdo, pero en sí yo la veo muy sosa.

Marcos, la verdad es que ese nombre lo escogí a propósito, el nombre real de la chica es igualmente hermoso.

Hmmm, pues no pensaba seguir poniendo más capítulos, pensaba que iba a aburrir, a ver si pongo algunos más.

¡Gracias siempre por vuestro tiempo y vuestras letras!

Anónimo dijo...

Yo tengo curiosidad por saber cómo sigue, así que algún interés me habrá producido. Si pones algo más de esas cien páginas, y resulta que la historia deriva en algo sin gracia, entonces sí te diré que es sosa o aburrida.

Un beso

cronicasdediaslluviosos dijo...

Fénix, no esperaba menos de tí.

Un saco de besos y un gracias gigante.

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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

Para leer el relato completo: AQUI

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