martes, 23 de noviembre de 2010

Perra Mentirosa, segunda parte.



Te veo, agazapada, espiándome, crees que has arrastrado mi orgullo por el fango, crees ser una Diosa y en realidad eres una simple mortal, una mentirosa y arrogante mortal. 

Inundado de whisky, rebosante de recuerdos, desesperado, agonizante, fui en tu búsqueda; el orgullo pasó, la rabia murió, la irá se esfumó, todo se fue.

Lo sé, debo admitirlo, aquellos primeros días las puertas del tugurio pesaban, el whisky susurraba recuerdos, incluso el olor a tabaco escupía los restos de tus besos. Recuerdo aquella noche, entre sollozos, enterrado bajo las sabanas de mi cama, esas en las que nunca nos revolcamos; recuerdo mi mano, vacía, sucia, huesuda y débil sin la tuya a su lado. 

Incluso fumé algún cigarrillo para encontrar tu sabor, me acosté con mujeres que tenían tu rostro… borracho de recuerdos, inútil y patético borracho. Sí… qué inocente era entonces, qué vulgar, qué perdido estaba.

 
Una leve sonrisa inocente acude a mí, iluminándome, y entonces te veo, entre las sombras del tugurio de siempre al que, desde luego, yo volvía cada noche a buscarte. 

¿Recuerdas la última vez que hablamos? Yo te había olvidado, había dejado atrás toda mi ira, todo mi rencor, todos los reproches y las malas palabras que una vez pronuncié, con el corazón hirviéndome de rabia entre las manos. Pero volvamos a aquel día, una sonrisa plena y rebosante de placer acude a mí cada vez que recuerdo aquella mañana de Septiembre, lluviosa y gris, en la que te encontré en el tugurio de siempre, sentada en la barra. Lo recuerdas, claro que sí, y si no lo recuerdas haz memoria, sé que me lees, sé que te crees poderosa desde tu ilusorio anonimato. ¿Recuerdas la conversación?

- La verdad es que nunca entenderé tu cobardía, ya he perdido la cuenta de con cuántas personas estarás predestinada; y que no hayas tenido el valor de luchar por ninguna….

Ni siquiera te miré por temor a que el olvido no hubiera cicatrizado, tampoco pretendía dirigirte ni una sola de mis sílabas; pero el impulso, mi cuerpo, mis labios hablando sin pedir permiso a mi mente… ¿Por qué? ¿Por qué te estaba susurrando todo aquello? Recuerdo al tipo que te esperaba en la puerta la última vez que te vi, recuerdo que por un momento sentí compasión y lástima de él. Te deseé un final feliz, de esos que cenicienta siempre ha odiado.

- Te encanta tener cosas que echarme en cara, te encanta tener motivos por los que enfurecerte conmigo. - Y en aquel instante te miré sin temor y sentí ternura al encontrarte de nuevo, igual que siempre. - Así que ese es el tipo de cariño que me guardas... un cariño frágil y roto que muda en repulsión. - Te sonreí, pero tú no me mirabas. - Déjame en paz, deja que los pecadores monstruosos nos hundamos en la miseria.

 Tu reacción, esperaba un ceño fruncido y una mirada de hielo, esperaba toparme con una roca templada y encontré un corazón herido, henchido de rencores. Me recordaste a mí, aquella vez...

- No te molestaré más, tranquila, te dejo en paz, prometido.

Recogí mi gabardina, tomé de un trago mi whisky, y me disponía a marcharme cuando tu voz, alta y clara, me acuchilló en la espalda. 

- ¿Por qué no me dejas en paz? Si querías olvidarme con tanto ahínco... ¿Por qué no me olvidas ya? Ya tengo suficiente. Los malvados carecemos de redención.

Dirigí mi mirada de nuevo hacia ti, triste, por no poder cercenar mi tórax, convertirlo en una puerta y abrirlo a ti, mostrarte lo equivocada que estabas; volví resignado, cansado, ha acercarme la barra y me apoye en ella mientras tú seguías parloteando, llena de resentimiento.

- Tengo tatuada en la frente la palabra "monstruo", tú me la has escrito y aun que pase una eternidad seguirá ahí. Conozco a gente como tú, gente con la que ya da igual que hables o no, que hagas o que no hagas, soy un "monstruo", ya no saldré de ahí. No sabía que tú eras como ese tipo de gente.

- Te equivocas, yo nunca te he llamado monstruo, - susurré. - Pero tú no ves más allá de tus pestañas.

Cuánto rencor acumulado, Perra Mentirosa, cuánto rencor; no era la primera vez que lo decías y no era la primera vez que yo lo desmentía e insistía una y otra vez, en que aquello no era cierto. Querías seguir con la batalla de trapos remojados en fango.

En aquel momento quise tocarte, quise abrazarte, frágil y enfadada cómo estabas, quise susurrarte que todo había pasado, que todo volvería a ser como antes, que podíamos olvidar lo ocurrido. Pero no lo hice, no estaba dispuesto a mentir por ti.

- Que esto termine aquí. - levantaste la voz de nuevo, ni siquiera un ápice de tu tiempo en dirigir tus ojos hacia mí. - Si de algo estoy segura, es de lo poco identificada que me siento contigo, pero ¿Sabes? ya me da lo mismo.

Yo te contemplaba, anonadado, hubiera creído todas aquellas mentiras de no saber a ciencia cierta cuántas veces al día venías a espiarme, venías a contemplarme; refugiada en la oscuridad del tugurio creías que eras un simple anónimo más que pasa por mis crónicas hundidas en whisky y noches de lluvia.

- Te invito a que sepas disculpar y dejar ir esas nubes que no permiten ver a las personas, las nubes que juzgan duramente y que se quedan con todo lo malo de esa personas. – “De mí”, pensé.

- Pero qué infantil eres. - Respondiste con desprecio, - no me apetecía retomar el contacto contigo, no tengo intención de nada más; pero por supuesto te escucharé si tienes algo que decirme.

- Veo que ya lo has dicho todo. Que te vaya bien. - Susurré, sonriente antes de volver a levantarme.

De nuevo una mentira, grande, gorda y fea, tan evidente, tan insulsa. ¿Crees que no te veo cuándo vienes a espiarme? ¿De verdad lo crees? Porque si es así ¿Por qué vienes? ¿Qué quieres de mí? Tantas mentiras cobardes, para luego buscarme, escondida entre las sombras.

- Al final tú eras el ángel que quería redimir a la bestia, - musitaste antes de que yo saliera por la puerta. - Eso me resulta muy familiar... No sé cómo reaccionaría si algún día te acercases a mí.

El resto de tus labios orgullosos y mentirosos quedó tras la puerta del bar. Anduve bajo la lluvia, pensando una y otra vez en tus mentiras, pensando en que ésta vez desaparecerías de mi vida. Creo que sentí alivio ante ésta idea, odio las medias tintas, lo quiero todo o no quiero nada, pero a ti te falta valor para quererlo todo, y también te falta fuerza para no querer nada. Pero qué iluso era, al día siguiente allí estabas, entre la oscuridad de los sillones del fondo, escondida entre rostros anónimos, mirándome, buscando mi gabardina en la barra…. y al día siguiente, y al otro, y al otro…. Todos los días, todos y cada uno.

Qué incómoda se volvió tu presencia en mi espalda, siempre tan cobarde.



Happy ending (Jaime Gil de Biedma): 
Aunque la noche, conmigo,
no la duermas ya,
sólo el azar nos dirá
si es definitivo.

Que aunque el gusto nunca más
vuelve a ser el mismo,
en la vida los olvidos
no suelen durar.

5 gota(s) de lluvia ha(n) caido**:

Marcos Callau dijo...

Estupendo final. Más aún destacado por esos acertados versos de Gil de Biedma.

Anónimo dijo...

Brava!!! Sacalo todo!!!! Un besote peque!!!! Haces que sienta cada palabra , como siempre con tus letras. Estupendo final chiquitina. T.Q.M. ;)

cronicasdediaslluviosos dijo...

Marcos, coincido en lo de Gil de Biedma… me enamoré de éste poema tan pronto me lo recitaron de memoria y me pareció un perfecto punto final. Por cierto, sobre lo del final, no estoy tan segura de que sea un final, mi particular “Perra mentirosa” seguirá espiando y espiando… hasta que al fin se canse o se olvide, lo que llegue antes… En fin, hay personas que no saben hacerse elegantemente a un lado. U_U
¡Gracias siempre por volver! Un abrazo. (Y perdón por el sermón).


~~~~


¡Corazón! =) Qué puedo decirte... Sabes que el mérito no es mío sino de quién se deja llevar, de quién se deja atravesar. Gracias por estar, mil gracias siempre. Idem :P

Anónimo dijo...

Me alegra la relativa paz que he encontrado en esta parte del relato, como si después de la tempestad las aguas volvieran a su cauce. Sin duda esa perra mentirosa es de las que ni contigo ni sin ti, por lo que no merecen ni la más mínima atención. Que eche su vaho sobre el cristal de la puerta de entrada de ese tugurio si quiere, porque dentro ya nadie la espera.

Un beso

cronicasdediaslluviosos dijo...

¡Fénix! Después de la tormenta siempre llega la calma, y uno puede ver las cosas con claridad y ser consciente de todo… pero bueno, hay personas que nunca llegan a ser conscientes de nada más allá de sus parpados, así que éste es el final de la historia. No hay que derrochar atención , cómo bien dices.

Me alegra haber transmitido lo que quería transmitir, tranquilidad, incluso cierto cariño. Gracias por tus ojos en mí historia.

Un saco de besos.

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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

Para leer el relato completo: AQUI

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