miércoles, 9 de noviembre de 2011

Muerte - Cap.3



Capítulo 1: Apocalípsis










Capítulo 2: Exterminio






 Muerte - Cap.3



Agua. Despertó en mitad de un charco de agua y barro, todo su cuerpo tiritando, sus labios amoratados, su ropa desvencijada cubierta de barro; y se preguntó cuánto tiempo habría dormido y qué había soñado. "¿Acaso sueñan los muertos?", una sonrisa amarga acudió a su encuentro, vaya pregunta, "muertos".  Ella no está muerta, no, no lo está; tampoco está viva, simplemente está, está varada en el tiempo.
           
      Se llevó las manos a los ojos y encontró las cicatrices de sus párpados. Suspira, y cada mañana dedica unos minutos a recordar aquella cueva, y aquellos días que le siguieron. Ardua es la condena que pesa sobre sus hombros, horrible el camino que le ha sido encomendado. Se levanta, intenta sacudir el barro de su ropa, no lo ve, pero lo siente.
           
      - ¿Quién anda ahí? – Grita, finge estar asustada, - ¡Por favor! ¿Responde? ¿Quién anda ahí? – lleva décadas interpretando el mismo papel, sabe cómo camuflarse, tuvo que aprender a hacerlo.
          
      Con pequeños y torpes pasos temblorosos, manos en ristre y rostro compungido, interpreta su función: se camufla entre las vulgaridades del ser humano. Una mujer armada se acerca, es una mujer valiente, puede verlo con claridad, su luz irradia valor, la contagia y se ve obligada a respirar hondo.
        
      - ¡Por favor, soy una pobre ciega! Tened piedad de mí. – Suplica clemencia, arrodillada en el barro.
         
      La mujer se detiene cerca de ella, la observa con detenimiento, la apunta con el arco. Andrómeda se echa a llorar.
          
      - ¿Quién anda ahí? – Y un torrente de lágrimas desesperadas brota de sus ojos. No sabe cómo, pero aprendió a hacerlo, aprendió a llorar, a lograr aparentar algo que sólo era… a medias.
          
      La mujer valiente afloja el arco, está débil, hace días que no ha probado bocado. Comió carne humana, intentó no volver a hacerlo, pero fue inútil: la necesitaba. Sin embargo, aquella pobre ciega… no pudo hacerlo, así que se marchó sin decir ni una sola palabra.
         
      Andrómeda, que sigue llorando encogida sobre sus piernas, en mitad del barro, levanta su cabeza y suspira, la mujer se ha ido corriendo.
          
      Un rayo lejano; la lluvia nace de las nubes rojas instaladas en lo alto del cielo. Llueve sangre. Desde los ojos de Andrómeda puede verse con claridad: las nubes rojas que creó el ángel exterminador, arrojan a la tierra la sangre de todos los condenados que murieron aquella noche. Llovió fuego, y ceniza, y ardieron todos los animales del planeta. Llovieron estrellas incandescentes, los gritos, el olor a carne quemada, y luego… luego el silencio, y las ruinas. Mucha lluvia roja ha caído desde entonces, las plantas volvieron, los animales no. Las imágenes se arremolinan en la mente de la mujer que despertó al exterminador.
        
      "¡Ya basta! Haz un esfuerzo, Andrómeda; reconstruye la historia, los supervivientes la olvidaron, la convirtieron en leyenda, pero tú no… tú no puedes olvidarla. Hace tanto de todo aquello… ¡No! No la olvides, me lo prometiste; prometiste que guardarías la memoria de los muertos; me prometiste que ésa sería tu penitencia. Tranquila… recuerda… recuerda lo que pasó cuando llegaste a la salida de la cueva; recuerda el momento en que él te condenó" - piensa Andrómeda para sí misma, respira acelerada, llena de horror. Cada día, todos y cada uno de los días…


3 gota(s) de lluvia ha(n) caido**:

MuTrA dijo...

Tengo que leerme las dos primeras partes, espero sacar un huequecito mañana. Pero esta me ha gustado mucho y me ha llenado de curiosidad. ^^

Besos. :*******

Celina dijo...

Me has sorprendido. Hace tiempo que no encontraba nada así. La atmósfera de los tres relatos es increible.
Un abrazo.

mientrasleo dijo...

Me gusta como vas, espero impaciente poder seguir.
Besos

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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

Para leer el relato completo: AQUI

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