miércoles, 1 de mayo de 2013

Atroz



Ligeia se bautizó a sí misma, borró el nombre que sus padres le otorgaron al nacer y decidió que ya no era la misma niña, su padre le robó su nombre, le robó todo lo que una vez fue, y se coinvirtió en algo…. algo distinto que requería un nombre especial, un nombre diferente. Y olvidó, olvidó quién fue y cómo se llamaba.

– Tranquilo… no tengas miedo… No te voy a comer – a aprendido a entonar su voz rasgada y susurrante.

El hombre de la barra observa con estupor y cierta fascinación la grotesca sonrisa de Ligeia, y se pregunta cómo alguien puede tatuarse algo tan horrible en medio de la cara. Escondió sus hermosos labios rojos bajo tinta negra y una retahíla de dientes monstruosos y desiguales que sonríen de oreja a oreja. Ligeia siempre sonríe.

– Mujer, vas a acabar con todo el maldito alcohol de éste local… éste no es lugar para una dama.

Liegia frunce el ceño y estrella la jarra de cerveza contra la pegajosa barra. Se acerca al hombre, con el ceño fruncido y gruñe como un monstruoso animal, pero finalmente se marcha. El hombre da un respingo, está acostumbrado a ver el tugurio repleto de piratas a los que les faltan miembros, piratas que jamás se han duchado, pero ésta mujer es diferente, es… ¿es un fantasma? ¿una bruja? quizás algo peor. Puede que Ligeia tenga el aspecto de un monstruo pero no lo es, su sonrisa ahuyenta a los verdaderos monstruos, los humanos. No le gusta la gente ni las peleas, aunque sin saber por qué termina en medio de muchas, debe de ser por su aspecto, aquel tipo hizo bien su trabajo, lo hizo francamente bien.

La mujer sonríe mientras sale por la puerta, y el camarero respira con tranquilidad, da unos pasos hacia afuera, tambaleándose y empieza a pasear dando tumbos por el embarcadero. Aprendió a beber tiempo atrás, aprendió que a cada baso de licor que tomas algo muere dentro de ti, primero muere la tristeza, así que estás sonriente, luego muere el silencio y todo lo dice en voz alta o gritando, aunque no haya ninguna razón, cantas, bailas, intimas con quien sea… Luego muere la estupidez y hablas con inteligencia, rechazas al bárbaro que te ha convencido para que lo acompañes a cualquier rincón, te niegas a yacer con un hombre con los suficientes problemas mentales como para empujar a una tipa de pelo azul y su suntuosa sonrisa. Y por último, por último mueren los recuerdos… esos…. esos son difíciles de matar. Y aunque lo ha intentado, no logra borrar aquellas imágenes de su mente. Ha bebido para olvidarlas, ha cambiado totalmente, ha borrado la belleza del espejo, pero ahí siguen, de nuevo esos malditos recuerdos arrastrándose por dentro de su corazón, arañando y mordiendo. Duele, duele muchísimo.

Y huyendo de sus recuerdos vuelve a ellos en cada beso de licor.



Ligeia fue una muchacha normal, nació en el seno de una burguesía cada vez más próspera, vivió con todo tipo de lujos y comodidades. Papá era comerciante, últimamente estaba enfrascado en el negocio de la pesca y un día, nuestra jovencísima e inocente Ligeia acompañó a su padre, quería saber lo que era navegar.

La noche en alta mar es dura, y la cubierta no es lugar para una muchacha curiosa, pero de entre todos los gritos, de entre todas las olas advenidas contra el barco, un canto melódico y rítmico se alzó por encima de todos. La canción más hermosa y triste que unos oídos humanos puedan escuchar

Era la única que lo escuchaba, miraba fascinada hacia el oscuro horizonte, acerrada a la vela mayor. Los demás hombres parecían ignorar aquel hermoso canto. Y la tormenta amainó, las hubieron de perecer, la calma volvió como siempre vuelve.

Nadie vio a la muchacha que se asomaba entre los barrotes de proa. Nadie se fijó en ella.

Entonces la vio, lumínica, escamada, increíblemente hermosa, la criatura más bonita que había visto jamás. Corrió, adentrándose entre las tripas del barco, y al llegar al fondo abrió la pequeña ventana redondeada. Allí estaba, sonriente y juguetona, una sirena, sí…. una sirena. Algo se encendió dentro de Liegia, aquella preciosa mujer de cabellos azabache y refulgentes ojos verdes... La sirena siguió susurrando su canción, sonriéndole a la adolescente Ligeia que ya había regalado su corazón a cambio de una mirada más, sólo un poco más.

La sirena coló una de sus manos por la pequeña ventana, tocó a Ligeia y la acercó más y más a ella, quería… un beso de sus labios y eso le dio, un beso carnoso y mojado, un beso con olor a sal y sensación oceánica.

Un arpón y el cuerpo de la sirena saliendo del agua, el grito de dolor encoge el corazón de Ligeia, que mareada y loca de dolor, cae al suelo.

- ¡Cortadle la cola antes de que se convierta en piernas o perderá todo su jodido valor! - Reconoce la voz de su padre al instante.

Para cuando llega a la superficie, el cuerpo mutilado de la sirena yace inerte en el suelo, la preciosa cola escamada de colores imposibles es arrastrada por un zafio y orondo contramaestre que ríe imaginando el oro que pagarán por la pieza.

 La muchacha que una vez fue Ligeia no lo entiende, algo se ha roto en lo más profundo de su alma, algo que ya no volverá jamás, cómo pueden matar a un ser tan hermoso. Horrorizada, contemplaba el busto muerto de la sirena. El suyo es un rostro perfecto, su luz está muriendo, su cuerpo palidece pero la hermosura de la criatura permanece intacta, a pesar de que sus entrañas se derraman por la cubierta.

Entonces el padre de Ligeia lo arrastra a patadas por la cubierta y lo lanza de nuevo al mar. Su hija acaba de morir en ese mismo instante, en su lugar nace algo distinto y grotesco, algo rabioso y desprovisto de humanidad, algo frío y oscuro. Jamás volverá a creer en los humanos.

La mucha se asoma, los largos cabellos de la sirena brillan y revolotean mientras el cuerpo se hunde.

Esa misma noche hay una fiesta y un baile en honor de su familia ¡Una cola de sirena! Durante la fiesta Ligeia encuentra la manera de escapar, ropa, todas las joyas de su madre, y un saco de monedas de oro en pago por el alma de la hija que acaban de asesinar brutalmente.

Paga una moneda de oro por aniquilar sus labios y convertir su cara en una oda a la aberración. Al pirata encargado del tatuaje le tiembla el pulso mientras improvisa con la aguja entre los mugrientos dedos y ríe, le da un trago a la botella de ron que Ligeia ha comprado y hurga en la preciosa cara de la muchacha. El pirata no pregunta, ni cuestiona, no sabe que está creando a una nueva criatura.



Volvamos al cantina de la que acaba de salir una mujer terrible y atractiva a partes iguales, evitando una palea con el rústico y primario intento de ser humano de siempre, y no es que fuera el mismo físicamente, pero los varones humanos siempre son iguales.

Volvamos a una Ligeia tambaleante, que cae de bruces contra el suelo, y queda tirada en el muelle. Entre todas las siluetas de los barcos atracados, en el horizonte el sol empieza a dar sus buenos días. Ella entreabre los doloridos y enrojecidos ojos. La imagen residual de su amada partida por la mitad la acompañará siempre, los recuerdos no morirán jamás, por mucho que engulla litros y litros de alcohol. Esa desazón sólo termina con la muerte, pero Ligeia no quiere morir.

Quiere ser una sirena, reniega de la especie humana, y al maestro ya se le han agotado las ideas. El maestro Zalabin, un hombre viejo y decrépito que encontró en la parte francesa del Caribe, le dijo que tenía la fórmula para convertirla en sirena, pero aquí seguimos, en el mismo punto, el mismo océano, ni una escama. Pero ha aprendido mucho desde aquel entonces. Las joyas se agotaron, el oro se esfumó entre tabernas de higiene cuestionable, brujas estafadoras y alcohol. Cuando el maestro le ofreció el trabajo no pudo negarse. Así que se enroló, ella montaba los decorados, organizaba el material de las actuaciones, llevaba las cuentas, y últimamente negociaba los contratos, el viejo estaba muy chocho y su hijo, de la edad de Ligeia, no parecía particularmente interesado en seguir la tradición familiar, se limitaba a acompañarlos sin pena ni gloria.

Poe aterriza en el suelo, al lado de Ligeia, sus majestuosas alas, al aterrizar, cubren de frio el sofocado y lloroso rostro de Ligeia.

- Sabías dónde encontrarme ¿Verdad? Sí… sabías que estaría aquí, siéntete orgulloso Poe, no he organizado ninguna pelea hoy.

El animal alado la mira.

- Ya, ya lo sé… ¡Ya lo sé! No me metas prisas que no puedo ni caminar. Lo sé… nos vamos de aquí.

La mucha intenta levantarse pero cae varias veces, una vez de pie, el animal alza el vuelto y aterriza en el hombro de Ligeia, sus garras rasgan la impoluta piel de la escuálida mujer, pero a ella parece no importarle.

- ¡No! no es verdad – contesta al animal, que como es ovbio, no ha pronunciado palabra alguna porque es… un animal - Estamos en Tortuga y ya he decidido. Sí, e suna decisión válida como la que más. Estoy borracha, sí. Me he enterado de que hay un barco que busca tripulación.

Las hebras de sangre se deslizan por el brazo lleno de cicatrices y marcas de las garras de Poe.

- Recogeremos mis cosas, porque tú no tienes nada, y averiguaremos como entrar en ese barco pirata. Sólo un barco pirata estaría tan loco como para adentrarse en los peligrosos caminos que podrían conducirme a mi destino.

 


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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

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