miércoles, 7 de agosto de 2013

Zenobia


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Apenas llegaba al metro de altura cuando empecé a trabajar como criada en la casa del patrón, para mí eran los trabajos más escabrosos y desagradables, hasta que el dueño de mi vida  tuvo a bien encomendarme una tarea más… ¿cómo lo llamó él? Más apropiada para mi cara bonita, y empecé a ser la zorra del esclavo que aquel día había ganado sobre la arena. Yo debía honrar y complacer al triunfador. Jamás olvidaré aquella primera vez, dolorosa y desgarradoras, me tomó con violencia y desdén, destrozándome una y otra, y otra vez hasta quedar dormido.
Ni siquiera el dueño de todos nosotros auguraba lo que pasaría a partir de entonces. Aquello puso de patas arriba a todos los esclavos que solían luchar en la arena, de repente todos ambicionaron la victoria. Por lo visto poseer mi cuerpo con brutalidad era un premio digno por el que luchar, y yo, condenada a no ser más que la furcia de cualquier esclavo, me resigné, acepté mi destino y sin más anhelos que ofrecer placer, cumplí con mi designio. Los Esclavos de la arena fueron alternando el primer puesto y compitiendo entre ellos. Yo fui pasando de una bestia a otra, sin quejas ni remilgos. El patrón multiplicó sus ingresos en cuestión de meses.
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Y llegó Urian, jamás había visto nada igual, un hombre fiero y atroz sin igual, ninguno de todos pudo con él, rápidamente se hizo con la victoria de todas las batallas, su gloria fue consecutiva. Y también ganó algo… algo que jamás había ganado nadie.
A mí no se me permitía asistir a la batalla, así que aquella noche, ungida en aceite de rosas, entré en la alcoba, como siembre, sonriente, dispuesta, desnuda.
- Moswen…
Fue lo único que susurró, me miró durante un buen rato, me escrutó con sus fieros ojos de aquella manera extraña, con las manos aún cubiertas de sangre y algunas heridas abiertas adornando sus numerosas cicatrices.
- Mi nombre es Zenobia.
- No… no lo es…
Jamás supe a qué se refería, imagino que al color de mi pelo o quizás le recordé a alguien, tampoco se lo pregunté; como tantas otras cosas, acepté que él me llamara de una manera diferente, y que me tratara de una manera diferente. Aquel hombre me tocaba como si fuera un verdadero tesoro, y yo me sentía extraña, nadie me había tocado así, como si… como si yo valiera la pena, como si fuera algo valioso, como si yo también mereciera sentir placer.
Y así fue, noche tras noche, ningún hombre le hizo eco desde entonces, yo me acostumbré a él, a aquella manera de tocarme y de llamarme, me acostumbré a su cuerpo y al calor, y al… al amor.
Hasta que una noche, no fue él el victorioso, creo que el patrón se dio cuenta, de una u otra manera lo sabía.
Y ahí viene mi destino a buscarme, mientras duermo junto al nuevo ganador. Mi destino es Urian, o más bien su mano, que me agarra con fuerza del pelo, despertándome, y me jala de éste hasta llegar al patio.
- ¿Es que a caso no tienes más sueños que los de complacer a un esclavo?
Su pregunta está llena de ira y violencia. Yo lo miro confundida y terriblemente asustada, no reconozco su mirada, no me mira como siempre. Tampoco soy capaz de entender su indignación, soy una esclava, no se me permite tener sueños o aspiraciones, he olvidado cómo se hace eso, si es que los tuve alguna vez.
- Este es el trabajo que se me encomendó, lo desempeño como puedo – murmuro.
Urian gruñe entre dientes un cúmulo de insultos hacia mí y me arroja contra el suelo violentamente. Yo por primera vez tengo miedo a morir, me matará, después de tantas noches, de tantas palabras, de tanto candor. Me matará aquí y ahora. O eso pensé.
- Ninguno de estos zafios te tocará más. - Clava su espada en el suelo, - Moswen… ¿Es que no lo ves? Tanta belleza… no has nacido para vivir encadenada… éste no es tu lugar…
Una de sus manos me sujeta por el cuello y aprieta con fuerza, está muy enfadado, ¿por qué? Aprieta mi cuello y me levanta del suelo mientras yo me asfixio. Soy como una muñeca de trapo, es hora de morir.
- Defiéndete – me increpa, mientras su mano me apaga, y yo sigo inerte. – Moswen… defiéndete…
Sus ojos cambian, me suplican… entonces, justo entonces, empezó mi destino, justo en el momento en el que yo empiezo a defenderme con torpeza. Y él suspira, y me suelta, yo caigo de bruces contra el suelo, respirando desesperada.
- De ahora en adelante, tendrán que ganarselo.
Él no volvió a perder ni una sola vez, se dedicó a enseñarme a luchar, insistió y persistió hasta que el patrón aceptó mi nuevo título: Esclava de arena. Y fui progresando, fui fuerte y veloz, diestra con la espada, fui una asesina sobre aquella arena que tantas veces había marcado mi sino. Y fui uniendo cicatrices a las que ya tenía.
Hasta que un giro del destino y un ambicioso y descorazonado patrón nos situaron sobre la misma arena, frente a frente. Entonces yo no era más hábil, ni más fuerte, ni mejor que él, sin embargo se dejó matar por mi y con el último soplo de su corazón entre mis manos, el mío se apagó.
Ya no había nada que me retuviera en aquel lugar, ni siquiera venganza albergaba, no quedaba nada dentro de mí, ni bueno ni malo. Escapé de allí aquella madrugada, sin más destino que seguir caminando y alejarme.

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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

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