domingo, 25 de marzo de 2012

Barro




Hoy me han dado un Daily Deviation (Daily Deviation Given 2012-03-25) en la DevianArt, y en estos momentos me han leído ya 6,253 personas, lo que me hace increíblemente feliz, ya que esto es como ganar un concurso. 


Aquí os dejo el relato en español, y la versión en inglés, que es la destacada de día:


BARRO


      Escarba, con las manos nerviosas y la lluvia derramándose por su espalda, por sus párpados, por su barbilla, por las cimas invertidas de su cabello (abiertas y deshilachadas), por las lápidas que la rodean. Sus rodillas aún resistirán un poco más en aquel suelo lleno de piedras puntiagudas; aún aguantarán antes de que el dolor resulte insoportable.
     
      Ella, ciega ante el espeso barro donde está hundiendo sus manos, no es consciente de que está manchando su inmaculado camisón blanco.
     
      - Más rápido, más, más, más.- farfulla, nerviosa, repitiendo esa última palabra una y otra vez, mientras sus torpes y delicadas manos escarban, más rápidas, y más torpes.
     
      No se queja de las pequeñas piedras que se abren paso entre la piel de sus rodillas y la carne de las palmas de sus manos.
     
      Llueve. Su cabello, largo y rubio, va cayendo, pesado, mojado; poco a poco, se va juntando con el barro, dejando ya de ser de un tono cobrizo y luminoso; los mechones de su pero ya no son los mismo cabellos dorados en los que él jugaba a enmarañar sus dedos.
     
      Sobre las lápidas que la rodean no hay Luna, sólo quedan las nubes grises; ni siquiera las sombras de los cipreses la acompañan en su búsqueda. Pero eso… eso a ella poco le importa… sólo quiere ver su sonrisa una vez más, sentir su cuerpo desnudo entre los muslos, sus labios carnosos entre los pechos o susurrándole al oído aquellas palabras:
     
      - Cada vez que te vas soy sólo carne y huesos… 
     
      Quiere volver a reír como aquella vez.
     
      - Ten cuidado, corres el riesgo de que acabe creyéndote.
     
      La imagen llega a su mente mientras escarba, la imagen residual de sus hoyuelos, su pelo negro y sus ojos verdes; pero, sobre todo, recuerda su olor, sus brazos, sus manos grandes y ásperas.
     
      La única secuencia ordenada de su vida inmortaliza en su memoria es ese pequeño diálogo de diecinueve palabras… pero tampoco podría estar segura de ello. ¿Es esto lo que queda de ella? ¿Dos frases sin sentido? ¿Y su historia? ¿Dónde ha ido?  Sólo le quedan susurros, palabras, gritos, besos inconexos.
     
      El agujero de barro crece a medida que ella escarba; horas o años, no sabe nada del tiempo, tampoco comprende la horrible verdad que hay frente a sus ojos, no. No sabe nada, pero tampoco le importa.
     
      Se volvió loca, no recuerda por qué, lo que quedó de ella se fue muriendo de pena; lo que quedó de ella fue un amasijo de carne, nervios, sangre, llanto… Y un saco lleno de pequeñas imágenes, sensaciones y palabras. Más de veinte años han pasado desde el diálogo que recuerda. No hay secuencia, esta vez no hay historia, sólo ella y el barro, y la lluvia, y las tumbas, y el ansia; y el amor; y la búsqueda de su felicidad perdida: él.
     
      Hace ya unas horas que ha dejado de sentir los dedos de sus manos, la sangre y el frío se mezclan con el barro; pero ahí, bajo sus rodillas, está la recompensa que se da a los que luchan por su felicidad.
     
      Ha llegado, acaba de encontrar la puerta del ataúd.
     
      - ¡Ted!- Grita ilusionada, lo llama llena de una felicidad que creía perdida, tiembla de ilusión.
     
      Está muerta de frío.
     
      Acaricia suavemente la puerta de madera, ladea la cabeza y sonríe, entre sus labios no hay marfil blanco, sólo huecos, manchas marrones y verdosas…. Es una loca, una perturbada, un despojo social, no necesita sus dientes.
     
      - ¡Ted! Soy yo ¡Helena!
     
      Radiante, da un par de golpes en el ataúd, llama a la puerta, ella y el millón de mariposas que ahora viven en su ombligo, las creía muertas desde la última vez que lo vio. En un acto de ilusión se abraza a sí misma, y cantaría de alegría si se supiera la letra de alguna canción.
     
      Busca nerviosa y a ciegas los goznes del ataúd, intenta abrirlo con sus manos; pero los clavos son resistentes y después de escarbar, apenas le quedan fuerzas.
     
      - ¡Ted! Amor mío, ábreme, estoy aquí. He venido en cuanto he podido. Hubo problemas con la rueda del carruaje… No te enfades conmigo.
     
      Apoya la cabeza, intentando escuchar qué sucede en la habitación contigua, ¿Por qué su prometido no quiere abrirle la puerta? ¿Acaso está enfadado? ¿Ha podido hacer ella algo malo? ¿Algo que lo perturbara quizás?
     
      La muchacha se incorpora, mira su vestido, quiere estar presentable para él. No ha visto el barro manchando todo su cuerpo, su pelo, su nariz, sus mejillas, sus brazos.
     
      Un rayo cae lejos y por segundos duda de sus recuerdos, duda de su propio nombre, pero no del de Ted, es él, es Ted el que está en la otra habitación.
     
      Helena, la loca Helena, se levanta y busca con los brazos extendidos hacia arriba, busca en las esquinas del agujero, que ya es como ella de profundo.
     
      - Dónde… ¿Dónde está mi joyero? ¡Marina, tráeme mi joyero!- Grita frenética, ordena a su criada. Sin embargo sigue buscando con las manos, entre el fango- ¡Aquí! Marina, ya no hace falta, lo tengo.
     
      Sujeta fuerte entre sus manos la caja de plata adornada con rubíes y se arrodilla de nuevo; sus magulladas rodillas protestan pero ella no, está demasiado concentrada golpeando la puerta con el joyero.
     
      Ríe ilusionada después de tantos años, por fin podrá volver a verlo y abrazarlo como antes.
     
      Pasarán unas horas hasta que la puerta del ataúd se resquebraje.
     
      Ahí está el primer hueco hacia su felicidad. Ansiosa, sigue golpeando, ahora con fuerza renovada, la esperanza crece dentro de ella. Astillas y olor a putrefacción es lo único que emanada de ahí dentro, pero no se detiene, no se rendiría nunca estando tan cerca.
     
     
     
      Una carcajada descuidada resuena en el cementerio, es ella, es ella que ha encontrado por fin, ya, a su Ted; ahí está, acostado, dormido. Cuidadosamente, y para no despertarlo, se introduce ella también en el lecho y lo abraza. Abraza los huesos y la viscosidad putrefacta que una vez fue aquel muchacho que ella recuerda.
     
      Es más feliz de lo que jamás fue, acaba de recuperar lo único que le ha importado siempre, aquello que perdió, está ahí a su lado, tan guapo como siempre, su hoyuelo, su mentón, sus pestañas, sus manos, incluso su olor.
     
      Helena allí tendida, besa el cráneo descompuesto de Ted que ahora no es y ya no importa nada más, están juntos de nuevo. Suspira cansada, orgullosa, llena de felicidad y esperanza. Entrelaza los dedos de una de sus manos con los suyos propios y recostándose en su hombro, se queda plácidamente dormida.
     
     
      Y no importa cuál fuera el nombre que rezaba la lápida, tampoco el lugar en el que se encuentra; sólo él y ella.












VERSIÓN EN INGLÉS

















M u d

She scratches, with nervous hands and the rain streaming down her back, down her eyelids, down her chin, down the inverted peaks of her hair (open and frayed), down the stones that surround her. Her knees will still resist a little bit more on that floor full of sharp rocks; they will still endure before the pain becomes insufferable.
 She, blind in front of the thick mud where she is sinking her hands, isn’t conscious of what is staining her immaculate white nightgown.
 “Faster, faster, faster” she gibbers, nervous, repeating that last word over and over, while her clumsy and delicate hands scratch, faster and clumsier.
 She doesn’t complain of the small rocks that make their way through her knees’ skin and her hand palms’ flesh.
 It rains. Her hair, long and blonde, falls, heavy, wet; little by little, it gets mixed up with the mud, leaving away its copper and luminous tone; her hair strands aren’t the same golden hair in which he used to play entangling his fingers anymore.
 Over the stones that surround her there isn’t a Moon, only gray clouds are left; not even the cypresses’ shadows accompany on her search. But that… that doesn’t matter to her either… she just wants to see his smile one more time, feel his naked body in between her thighs, his succulent lips in between her breasts or whispering to her ear those words:
 “Every time you go I am only flesh and bones…”
 She wants to laugh again like that time.
 “Be careful, you run the risk of me believing you.”
 The image reaches her mind while she scratches, the residual image of his dimples, his black hair and his green eyes; but, most of all, she remembers his smell, his arms, his big and rough hands.
 The only organized sequence of her life immortalized on her memory is that little nineteen-word-long dialogue… but she couldn’t be sure of that either. Is this what was left of her? Two nonsense phrases? And her story? Where has it gone? Only whispers are left, words, screams, incoherent kisses.
 The mud hole grows as she scratches; hours or years, she knows nothing about time, she neither understands the horrible truth that lies before her eyes, no. She knows nothing, but she doesn’t care either.
 She went mad, she doesn’t remember why, what was left of her died of sorrow; what was left of her was a tangle of flesh, nerves, blood, tears… And a sack of little images, sensations and words. More than twenty years have passed since the dialogue she remembers. There’s no sequence, this time there is no story, only her and the mud, and the rain, and the tombs, and the anxiety; and love; and the search for her los happiness: him.
 It’s been some hours since she stopped feeling her fingers, the blood and cold mix with the mud; but there, under her knees, is the reward that is given to those that fight for their happiness.
 She’s there, she just found the coffin’s lid.
 “Ted!” she screams excited, she calls him full of a happiness she believed was lost, she shakes with excitement.
 She’s dying of cold.
 She strokes gently the wooden door, she tilts her head and smiles, in between her lips there is no white ivory, only holes, brown and green spots… She’s a crazy woman, a disturbed lady, a social deprivation, she doesn’t need her teeth.
 “Ted! It’s me, Helena!”
 Radiant, she hits the coffin a couple of times, she knocks on the door, she and the million of butterflies that now live on her belly button, she thought they were dead since the last time she saw him. In an act of illusion she hugs herself, and would sing with happiness if she knew any song’s lyrics.
 She looks nervous and blindly the coffin’s hinges, she tries to open it with her hands; but the nails are resistant and after scratching, she barely has the strength.
 “Ted! My love, open me, I’m here. I have come as soon as I could. There were problems with the carriage’s wheel… Don’t get angry with me.”
 She leans her head, trying to listen what is happening in the next room, why doesn’t her fiancé want to open the door? Is he angry? Could she have done something wrong? Something that disturbed him maybe?
 The girl sits up, looks at her dress, she wants to be presentable for him. She hasn’t seen the mud soiling all of her body, her hair, her nose, her cheeks, her arms.
 A ray strikes far away and for some seconds she doubts of her own memories, she doubts of her own name, but not Ted’s, it’s him, it’s Ted who is in the other room.
 Helena, the crazy Helena, stands up and looks with her arms up, looks in the corners of the hole, that is now as deep as her.
 “Where… Where is my jeweler? Marina, bring me my jeweler!” she yells frenetically, ordering her maid around. However she keeps looking with her hands, in between the mud. “Here! Marina, it’s no longer necessary, I have it here.”

She holds the silver box decorated with rubies strongly in her hands and she gets on her knees once again; her bruised knees protest but she doesn’t, she’s too concentrated hitting the door with the jeweler.
 She laughs excited after so many years, at last she will be able to see him and hug him again like before.
 Some hours will pass before the door of the coffin cracks open.
 There is the first hole towards her happiness. Anxious, she continues to strike, now with a renewed force, Hope grows inside her. Wood chips and the smell of putrefaction is the only thing that emanates from there inside, but she doesn’t stop, she would never give up being so close.
  

A neglected burst of laughter resonates in the graveyard, it’s she, it’s she who has found at last, now, her Ted; There he is, lying, asleep. Carefully, so as not to wake him up, she introduces herself too in the bed and hugs him. She hugs the bones and the putrefied viscosity that once was that boy that she remembers.
 She’s happier that she ever was, she has just recovered the only thing that has always mattered, that thing she lost, that is by her side, as handsome as always, his dimple, his chin, his eyelashes, his hands, even his smell.
 Helena there lying, kisses Ted’s decomposed skull who is no longer Ted and nothing else matters now, they are together again. She sighs tired, proud, full of happiness and hope. She entangles the fingers of one of his hands with her own and leaning on his shoulder, she falls peacefully asleep.
 And it doesn’t matter what was the name the stone read, neither the place in which it lies; just him and her.


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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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