viernes, 25 de febrero de 2011

Olvido.

La yema de mis dedos palpan, ansiosas, histéricas; y ahí está, la cicatriz, enorme, horrible. La primera lágrima ha llegado veloz a mi encuentro.

Uno de los dedos entra en la herida que nunca sanará, la sangre empieza a salir a borbotones. Para cuando me doy cuenta, ambas manos han abierto la herida de par en par y yo me muero entre lágrimas. No, la realidad es que no me muero ¿cuántas veces he querido morir de tristeza? Uno no muere de angustia, cuesta asimilar que tanto dolor no pueda causarle la muerte a nadie.

Las manos ensangrentadas entran en la herida, y remueven mis entrañas, pero ni siquiera ahí puedo encontrarte ya, faltan pedazos de carne dentro de mí, faltan pedacitos de tus recuerdos aquí dentro. ¿Cómo era tu risa? ¿Y ese tono de voz que empleabas al enfadarte? Ha pasado tanto tiempo que ya ni siquiera puedo recordar tu manera de mirarme, tus gestos habituales.

Recuerdo la forma en la que cambiabas las marchas del 127 destartalado que nos llevaba a almorzar los domingos por la mañana, recuerdo cosas estúpidas, pero no recuerdo tu voz y quiero morir. También quise morir cuándo me di cuenta de que no recordaba tu olor, guardé la chaqueta que tenías puesta la noche en la que te encontré tendida en el suelo, la guardé en una bolsa para que conservara tu olor. Poco tiempo después el olor a ti se había marchado, aquella noche también metí mis manos en esta herida, introduje los codos, la cabeza y para cuando me di cuenta, toda yo estaba en aquel agujero negro que se te había tragado.

La herida que he abierto no me devolverá tu voz, pero no importa, hoy quiero llorar, hoy quiero sentirme culpable, quiero sentirme sola, quiero sentirme desgraciada… Tú no estás, no merezco ser feliz. ¿Cómo he podido aprender a vivir sin ti? ¿Cómo he podido sobrevivir todos estos años sin ti?

Me duermo… mañana tendré los ojos hinchado, pero tú seguirás muerta y yo viviré mi vida sin ti.
viernes, 18 de febrero de 2011

Escapando - París IV





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PRIMERA PARTE



SÉPTIMA PARTE








- Sí, parece que tienes razón. - Respondí, observando cómo caminaba unos pasos por delante de mí.
Su larga y espesa melena anaranjada, la curvatura de su cintura, sus generosas y perfectas caderas. En aquel momento en el que ni siquiera recordaba su nombre ya, ni la conocía, ni tenía obligación de seguir tras ella, me di cuenta de lo desesperada que me encontraba, de lo desesperada que estaba por quitarle la ropa de encima.
- ¡Venga! ¡Vamos a ver a tu Víctor Hugo! – Gritó ella de repente. - ¿Siempge tan ensimismada? ¿O es que quieges otgo…? ¿Cómo era? ¡A sí! ¿Otro moggeo?
La “Rue Sufflot” conecta directamente la entrada del jardín que acabamos de dejar atrás con la entrada del Panteón. Me fijé en el nombre de la calle porque me pareció un lugar pintoresco, las farolas negras, orgullosamente erguidas adornaban la calle, las cafeterías y sus toldos adornando la acera, los adoquines y el Panteón, erguido, orgulloso, al final de la calle. Tiró de mi muñeca durante todo el camino hasta llegar a los escalones. Me dejé caer los pies del Panteón, ella se sentó a mi lado.
- ¿No quieges entgag?
- No tengo nada para él ésta vez.
- Llevas ahí tu cámaga.
- No me refiero a eso, la última vez vine con Héctor, nos encontramos una floristería de camino y le compré una margarita.
Y encontré sus brazos rodeándome, su mejilla apoyada en mi hombro.
- ¿Llevaste floges a su tumba?
Yo la miro sorprendida, habitualmente me incomoda que alguien desconocido me toque, cuanto menos que me abrace de repente, sin embargo había tanta naturalidad en sus actos que no pude reprimir una sonrisa.
- ¡Pues claro! ¿Qué te crees? ¿Que iba a hacerle fotos como una idiota?
Ella me miró y besó mi mejilla, creo que por primera vez vi que sus mejillas se sonrojaban.
- Estoy de suegte hoy. – Musitó, feliz, levantándose de golpe y tirando de mi muñeca.
- Si me dices hasta dónde vas a arrastrarme a lo mejor puedo caminar yo sola, sé hacerlo muy bien desde hace algún tiempo.
Pero ella no me soltó, se limitó a retroceder hasta estar a mi altura y seguir andando, pensativa.
- Volvegemos mañana paga dejagle tus floges. Pego… No tenemos tgoyano hoy ¿O sí? – y en aquella última pregunta me miró de reojo.
- ¿Troyano?
- Héctog
Permanecí, con el ceño fruncido unos instantes “¿Héctor? ¿Troyano?”, y me eché a reír sin remedio.
- ¿Ya lo has entendido?
- Muy astuta, ¿quieres saber si he venido sola? ¿Si Héctor es mi novio?
Sus ojos negros, limpios, grandes, las motas rojas de su nariz, su piel lechosa.
- ¿Disfgutas con la intgiga? ¿Quieges que te suplique?
Notre-Dame, frente a mí; sin darme cuenta habíamos desandado el trayecto que horas antes había caminado yo sola. Viré hacia la escalera de piedra, que junto a Notre-Dame, habría paso hacia la orilla adoquinada del Sena.
- Eges muy mala… - Soltó mi muñeca y se cruzó de brazos, varada en mitad del paseo.
Yo imité su gesto situada justo frente a ella.
- ¿Y bien?
- ¿Y bien, qué? – respondí.
- ¡Dímelo! – Elevó el tono de voz por primera vez, invadiendo de nuevo mi espacio.
- ¿Decirte qué?
- Tu novio…
- ¿Mi novio?
Una carcajada descuidado salió de sus labios, suspiró y emprendió el paso refunfuñando.
- No es mi novio, es un amigo… un amigo con el que… bueno… ¿No has dicho que soy mala? Pues con él hago cosas malas.
Ella me examinó con el ceño frunció.
- Tengo… bueno, tenía; sí…. Tenía una novia. Yo, me refiero a que yo tenía novia.
Ella me abraza de golpe, su pelo rojo frente a mis ojos de nuevo.
- Pero qué suegte he tenido hoy. – Musita eufórica.
- ¿Se puede saber qué historias te traes con la suerte? – susurro.
Ella se separa de mí, se acerca de nuevo, apartándome los mechones de la cara y responde, tan cerca de mí que sus labios rozan los míos al hablar.
- Tenías…
- Tenía, sí.
- Pego ya no tienes, y además eges una chica muy mala.
- No, no tengo, se fue y ya no volverá. Ser mala, a veces, no es tan bueno.
- Yo lo adogo.
Retomo el paso de nuevo.
- No me adores, no soy adorable, - pienso en voz alta – soy una terrible bestia que logra destruirlo todo. – Oigo sus tacones detrás de mí, - tengo muy mal carácter, nadie me soporta, algunos años sí, pero en cuanto la bestia sale todos se van corriendo.
- Pues yo tengo novio. – Me responde con total naturalidad, una sonrisa cómplice entre sus labios, una mirada de reojo.
- ¿Y tu novio sabe que vas morreándote por ahí con chicas malas?
- Pues clago. Tengo hambge ¿Cenamos? Mi casa esta cegca de aquí… y a demás quiego comeg… te.
Y aquella última palabra, obscena, clara y directa, me detuvo en seco.
- ¿Qué quieres qué? – Pregunté inocentemente.
- Je vais te manger toute crue. [ *Trad: Te voy a comer enterita. (te voy a comer a bocados)]
lunes, 14 de febrero de 2011

Gentuza

Hasta día de hoy no había escrito ninguna entrada de opinión, pero la verdad es que estoy cansada de muchas cosas....

No sé si recordaréis (los que me leéis asiduamente sí lo recordaréis) que me apunté a un concurso de relatos de terror a nivel nacional, promocionado por una asociación. Hoy han salido los premiados, y qué casualidad, que si el concurso era a nivel nacional hayan ganado justamente los que eran de la asociación y de la misma ciudad… Con gentuza de semejante calaña, que premia antes los amisgimos que los trabajos literarios de calidad vamos apañados. No es la primera vez que me ocurre, y la verdad es que he perdido totalmente la fe en los concursos de asociaciones, de entidades privadas y demás parafernalia, todo son negocios, trueques y timos para los tontos que decidimos presentarnos sin conocer a nadie.

Un poco de respeto, no le des un premio a un texto de mierda que ni siquiera sabe utilizar los tiempos verbales, ni poner una coma como Dios manda, o la mayoría de las tildes… Eso es un insulto a la literatura. Y con esto no digo que mi texto fuera el mejor, pero desde luego, muchísimas veces no es comparable a las tonterías que resultan ganadoras. Es humillante, qué poca vergüenza tienen algunas asociaciones y algunas entidades privadas para premiar semejantes basuras. Porque, no tienen otro nombre, reconozco que en algunos concursos han ganado textos muy buenos, muchísimo mejores, estructuralmente eran perfectos, pero en la mayoría van otorgando premios a amigos de, vecinos de… Qué frustrante.

El mundo editorial es lo mismo pero multiplicado, así que yo me quedo con mi blog, las dos o tres personas que me dedican tiempo, ganas y un par de palabras al terminar de leer. No necesito nada más.
Así que va por vosotros, aunque creo que sólo me quedas tú, Marcos, te dedico, con todo el cariño del mundo, un gracias gigantesco por seguir aquí, bajo mi lluvia.
domingo, 6 de febrero de 2011

Escapando - París III





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PRIMERA PARTE



SÉPTIMA PARTE







Le jardín du luxembourg, infinito, verde, plagado de bancos de madera y sillas de metal. Ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí; tras visitar Notre-Dame, decidí perderme entre las calles, rodee el Sena hasta llegar al Boulevard Saint Michel y allí, frente al ángel de piedra, me guardé el mapa turístico y le prometí que si me llevaba a algún lugar le traería flores antes de irme. ¿Para qué querría flores un ángel de piedra? Para cuando me pregunté aquella tontería, ya había llegado a las puertas de Le jardín du luxembourg, sonreí al ver aquella placa que anunciaba el nombre del jardín y me adentré buscando a Marius, a Cosette, a Jean Valjean… He vivido media vida soñando con ellos, releyendo, buscando a Marius enredado entre los dedos de la pluma de Víctor Hugo. Lo que no sabía, lo que desconocía en aquel momento en que cruzaba aquella inmensa puerta, era que los encontraría, sentados en un banco, a mi lado.
Caminé hasta la fuente central del jardín, situada frente al Palacio con el mismo nombre. Los niños jugaban con sus veleros en miniaturas teledirigidos, la gente amontonaba sus sillas a su alrededor y tomaba el sol o charlaba animadamente. Así que yo me dispuse a sentarme en un banco, alejada de la fuente, y saqué mi libro de Los miserables, era la segunda vez que estaba en París, no podía dejar el libro en casa, tenía que traerlo a dar una vuelta conmigo. Acaricie la portada, deslicé los dedos por los márgenes de las hojas, ennegrecidos, desvencijados. ¿Cuántas veces había releído aquel libro? ¡Buf!
Le jardín du luxembourg, el lugar dónde nace la historia, el lugar en el que Marius busca a Cosette, el lugar en el que la mira, en el que la busca, en el que se desespera.
Y en ello estaba cuando una mujer de zapatos rojos se sentó a mi lado y habló.
– Pardonnez-moi, je suis là. J’ai le cœur gonflé, je ne pouvais pas vivre comme j’étais, je suis venu. Avez-vous lu ce que j’avais mis là, sur ce banc? Me reconnaissez-vous un peu? N’ayez pas peur de moi. Voilà du temps déjà, vous rappelez-vous le jour où vous m’avez regardé? C’était dans le Luxembourg, près du Gladiateur. Et le jour où vous avez passé devant moi? Il va y avoir un an. Depuis bien longtemps, je ne vous ai plus vue. Qu’est-ce que j’avais à faire? Et puis vous avez disparu. La nuit, je viens ici. Voyez vous, vous êtes mon ange, laissez-moi venir un peu. Je crois que je vais mourir. Si vous saviez! Je vous adore, moi ! Pardonnez moi, je vous parle, je ne sais pas ce que je vous dis, je vous fâche peut-être; est-ce que je vous fâche?[1]
Creo que perdí el mundo de vista con la segunda pregunta, mis ojos siguieron repasando el libro, tocando sus páginas, hasta que terminó de hablar, no desvié mi mirada ni un segundo. El pasaje en el que Marius por fin habla con Cosette…
Comment vous appelez-vous?[2] – respondí, sin desviar mi mirada del libro.
- Te has saltado la mejog pagte. – Y aquellas erres mal pronunciadas casi me derriban, su perfecto español me sorprendió y casi estuve a punto de dirigir mi mirada hacia ella. – Vous m’aimez donc?[3]- Preguntó, como mi Marius a su Cosette. No, no quería mirarla todavía, quería conservar la magia hasta el final.
Y una sonrisa brotó de mí, tan dulce que apenas conseguía reconocer mis propios labios, mis mejillas acaloradas, el viento cálido de verano. Sabía perfectamente la respuesta de Cosette a aquella pregunta, la sabía de memoria en ambos idiomas. Creo que la odié un poco por haberme robado a Marius, y haberme relegado al papel de Cosette.
Tais-toi! Tu le sais![4] – Respondí al fin, emulando las palabras de mi personaje, notablemente avergonzada, sin duda, leerlo en silencio tenía muchísimo más encanto.
- Ahoga sí vienen las pgsentaciones.
Por primera vez escuché su risa, divertida, despreocupada y la miré, su pelo rojo natural, las pecas anaranjadas esparcidas por las mejillas, ojos verdes, labios rosados.
- Me llamo Agnés. – Susurró, tan cerca de mí…
Yo correspondí su presentación, pegando mi nombre al suyo, y ella volvió a reír. Creo recordar que en aquel momento le di las gracias al ángel de piedra.
- Aboggecí ese libro en segundo… sí…. En segundo cugso de…. ¿cómo se dice?
- ¿Carrera? ¿Licenciatura?
- ¡Eso es! Pego bueno, aún gecuegdo algunos pasajes. ¿Has estado en Le panthéon?
Su escotado vestido verde… Ella muy cerca de mí, invadiendo mi espacio, como los niños, que inocentemente se acercan demasiado para hablar, casi sin darse cuenta, curiosos.
- Sí… bueno… no… éste año aún no. – Respondí, cohibida.
Ella se acercó, voraz, entre risas, el sabor a menta de sus labios inundó los míos.
- ¿Vamos? No tengo nada que haceg hoy. – Y se levantó de aquel banco de piedra con total y absoluta naturalidad.
Me quedé allí, ensimismada, mientras ella caminaba hacia la salida. El libro que tenía entre las manos cayó al suelo y aun sin haber entendido nada de lo que había pasado, me levanté y aceleré el paso hasta llegar a ella, que de reojo me miraba de aquella manera que llegaría a resultarme familiar tiempo después.
- ¿Acostumbras a dar semejantes besos a todas las chicas indefensas que leen a Victor Hugo? – Pregunté, en respuesta a su sonrisa.
- ¿Semejantes?
- Pareils.
- ¡Ah! Es que… me pageciste una de esas pegsonas que vive soñando despiegtas, cgeia que no te impogtagía. Es que… estabas tan…. ¿cómo lo decís? Muy joli[5]….  Nada más.
- Ya, y un oportuno morreo me devuelve al planta tierra. ¿No? – Respondí hundida en una amplia y despampanante sonrisa.  
Ella se paró, dio un paso hasta invadir mi espacio de nuevo, intimidándome, llevándoselo todo, como tantas otras veces en su compañía; aquella vez fui yo quién la besó, un beso diferente al suyo, un beso dulce, acariciando el sabor a menta de sus labios.
- Pues pagece que sí. – Respondió sorprendida, susurrante, retomando el paso.


[1] - Perdóname; estoy aquí. Tengo el corazón lleno; no podía vivir como estaba, y he venido. ¿Habéis leído lo que he puesto en ese banco? ¿Me conocéis? No tengáis miedo de mí. ¿Os acordáis de aquel día, hace ya mucho tiempo, en que me mirasteis? Fue en Luxemburgo, cerca del gladiador. ¿Y del día que pasasteis cerca de mi? Va a hacer un año. Desde hace mucho tiempo no os he visto. ¿Qué debía hacer? Después habéis desaparecido. Por la noche vengo aquí. Ya veis, sois mi ángel; dejadme venir; creo que me voy a morir. ¡Si supieses! ¡Os adoro! Perdonadme; os hablo y no sé lo que os digo; os incomodo tal vez. ¿Os incomodo?
[2] ¿Cómo os llamáis?
[3] ¿Me amáis, pues?
[4] ¡Cállate! ¡Ya lo sabes!
[5] Bonita
martes, 1 de febrero de 2011

La escritora


He de decir en mi defensa, 
que el genero del terror es algo que nunca se me ha dado bien.


“La huella de sangre se secará en unas horas y formará palabras. Hace poco que pasó, arrastrándose con los codos, los antebrazos, los hombros, los bíceps, la carne... Digamos que no podía sostenerse en pie; no después de todo el esfuerzo realizado.
Con los dedos de sus manos había ido quitándose la piel, líneas largas y finas. Una tras otra las porciones de piel sucumbieron a sus dedos frágiles; sus manos titilan. Para cuando ha terminado siente el frío abrazo del viento en su carne viva, respira hondo, sabe que ahora llega lo más difícil, desplazarse por la superficie blanca e inmaculada del folio en blanco.
La pequeña figura rebosante de sangre, recorre el papel de un lado a otro, despacio, sin gritos de dolor. Dejando aquel color rojo viscoso a su paso, tras los dedos estirados de sus pies. La marca de las palmas de sus manos, la marca del antebrazo, la de su cuerpo al arrastrarse…. No puedo imaginar el dolor de su silencio, ni siquiera grita ¡Por amor de dios! ¡No tiene piel! ¿Por qué no grita?
Silencio, el ruido viscoso de sus músculos, arrasando el papel inmaculado y un pequeño gruñido. No puedo mirarla a los ojos, está demasiado concentrada arrastrando su pequeño cuerpo mutilado por el papel.
Ella está escondida bajo la mesa, musita una nana sin letra, encogida sobre sí misma. Y yo no me encuentro, no me veo ni me puedo tocar, no me siento, pero lo sé, lo veo, les grito, a la de debajo de la mesa, a la del papel… pero nadie me oye.”

La puerta de metal se cerró y él hundido en sus pensamientos, se apoyó en ella, cerró su cuaderno, guardó su lápiz en el bolsillo de la bata blanca y tomó el pasillo de la derecha, directo a su despacho. Algunos gritos, el reflejo de la luna en el ventanal del fondo del pasillo, el sonido de sus zapatos en mitad de la oscuridad.
- Sin duda es una buena escritora, me lo ha relatado todo tranquilamente, ni siquiera se inmutado.  – susurró pensativo a la mujer que lo esperaba en la mesa de su despacho, sentada en la silla de visitas. - ¿Quién las encontró? – Musita, mientras se sienta en su sillón y deja la pluma de su señora esposa en el estuche correspondiente.
- La vecina de arriba. No puedo imaginar a esa pobre criatura. – La mujer lo mira, con la expresión blanquecina y los labios amoratados.
- ¿Cómo las encontraron? No aparece en el informe.
El hombre de la bata blanca examina pensativo su cuaderno de anotaciones. La mujer echa una ojeada pero no logra descifrar la letra desde su posición.
- Bueno, ya sabe, es una escritora de eminente reputación… - Le tiembla la voz, la lengua titila en su paladar al recordarlo. – no podemos arriesgarnos. Aunque no se sí usted es el más indicado para...
 - No me han dado el original, necesito el manuscrito original para tratarla. – Respondió el hombre de la bata blanca, notablemente ofendido.
- La policía lo ha confiscado.
- ¡Así cómo voy a hacer mi trabajo!
La mujer se sobresaltó al otro lado de la mesa.
– La editorial quiere publicarlo en su formato original, de color rojo, con gotas incluidas. Ya corre el rumor de que será todo un éxito en las librerías. – Comenta, intentando tranquilizarlo.

~~~

Los gritos del bebé en su cuna, la tormenta, los relámpagos, todo pasó en un segundo, de repente, la niña que había dado a luz hacía apenas dos semanas, se había callado; ella la sujetaba por la cabeza, el cuerpo inerte y pequeño de la criatura colgante no volvería a llorar jamás.
La sangre goteó unos instantes en el suelo hasta que la depositó sobre su mesa, abierta en canal con un cuchillo de cocina que aguardaba aún en su mano izquierda.
Frenética, empezó a rebuscar entre los cajones de su escritorio la pluma que su marido le había regalado por su cumpleaños. La encontró en su caja, intacta. Y en aquel momento empezó la nana, una nana extraña que apenas conocía, la tarareaba mientras sus lágrimas corrían mejilla abajo, a veces musitaba alguna palabra solitaria.
Poco a poco, untaba su pluma en el cuerpo abierto de la pequeña, mientras tarareaba, mientras escribía, un folio tras otro. Gotas de sangre aquí y allá,  una risa descuidada de vez en cuando. Delirante, su mano iba escribiendo con aquella tinta roja la última historia de su vida, el pulso temblando, los ojos de vidrio, labios pegados, erguida.
Poco a poco se amontonaban las palabras, las hojas enrojecidas, su último hijo fue naciendo hasta estar terminado, o quizás hasta que se quedo dormida.

~~~

Al fin, la abogada lo había dejado solo en el despacho, él seguía allí, con el rostro compungido y la mirada perdida. Acodado en la mesa dejó caer sus mejillas entre las palmas de sus manos; un escalofrío lo recorrió. La alarma del reloj le recordó que era la una de la madrugada. En su mente, la imagen residual de los labios de la paciente, relatando lo sucedido.
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París, ella, y un par de días es todo lo que necesito. Nunca entenderé cómo, ni por qué pero ella lo consigue, consigue pegar los pedazos, sin preguntas, sin quejas, sin compasión; su risa siempre dispuesta a contagiarme; sus ojos atentos, negros, expectante, observándome, como si nada más existiera; sus labios, susurrantes, carnosos, rosados, me muerden, me besan, me arrastran; su cuerpo tibio, acompañándome, sobre mí, a mi lado, a unos pasos, nunca demasiado lejos; su viola, gritando a altas horas de la madrugada; su piso, situado en La Rue de la Harpe, pequeño, tan pequeño que no tiene puertas, nada más entrar, la cocina a la izquierda y el salón también, el ventanal, la pared, una cornisa a la izquierda y la habitación, el cuarto de baño y la ducha parecen un armario empotrado más… era minúsculo la primera vez que entré, con ella tomada de la mano; pero ahora, ahora es inmenso, o al menos así me lo parece. ~~~~PARA LEER EL EL RESTO DE LA HISTORIA click EN LA FOTOGRAFÍA
"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

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