lunes, 29 de noviembre de 2010

Ahora

Cruza sus piernas, con el codo apoyado en la mesa, su mirada soberbia, sus hombros perfectos, erguidos, morenos, manchados de algunas pecas furtivas que pueblan su piel, orgullosas de su portadora, de su ama.

Absorbe lentamente el filtro del cigarrillo, sus labios rojos, carnosos, brillantes… sus labios… esos labios… tan… tan… se cierran, aspira y sus abundantes pechos, aprisionados dentro de la escotada blusa se yerguen más y más. No pienso, las ideas corretean por mi mente, quiero… quiero besarla. Quiero sorber el humo de sus pulmones, quiero tocarla. Sus ojos negros me atraviesan, sabe exactamente lo que estoy pensando, sabe que me tiene a su merced. Sonríe, toda ella, vanidosa, y me lanza el humo del cigarrillo a la cara, regalándome los restos de un beso que no he sido capaz de darle. 

En silencio, miro la mesa de la cafetería, dos cafés solos, un cenicero con tres colillas, mías por supuesto, los cigarros que he aniquilado antes de que ella llegara, tarde, como siempre, tarde.

- Ten cuidado con lo que deseas. – Susurra divertida.

- Sólo quiero que volvamos a intentarlo… ven a casa conmigo. 

- Mi vida es mía y hago lo que quiero con ella. Prométeme que me harás feliz.

Me mira, me examina, espera, altiva, desde su pedestal, desde su podio… y yo, simple mortal, devoto; guardo silencio corriendo tras mis pensamientos, quiero uno que no haga que la Diosa se vaya, quiero un que retenga a mi Diosa. 

- Sabes que no puedo hacer semejante promesa, no quiero mentirte. – Acierto a responder sin haberlo pensado demasiado bien.

Ella me sonríe, otra calada a ese cigarrillo de filtro manchado de carmín y me lanzaré sobre ella.

- Entonces dime que nunca me dejaras. – Susurra, mientras mira distraída a las personas que van pasando por la calle. 

- Algún día me iré y tú lo sabes. Nada dura para siempre. – le contesto, un poco más seguro de mí mismo.

- Júrame que me querrás hasta el fin, que me sentiré bien en tus brazos, que me protegerás de mí misma, que no me harás llorar nunca. – El corazón me estalla en los oídos.

- ¿Yo puedo prometerte eso? – musitan mis labios, su mirada vuelve a mis ojos. - Te digo lo que pasará. Algunos días desearas no haberme conocido, otros te sentirás dichosa de que esté a tu lado; me odiarás en cada discusión, pero habrá temporadas en las que todo vaya bien y si el tiempo nos deja, algunas veces seré un simple mueble más de tu casa.

- Entonces estarás. – me sonríe el brillo de sus ojos, su expresión...

- Qué cabezota eres... Yo no soy un “para siempre”, ni “hasta el fin de los días”, yo no soy tu final feliz, no soy nada de eso.... soy un ahora, quiero un ahora, un montón de ahoras.

- Vaya birria de príncipe estás hecho.

Me respondió, apagando su cigarrillo y levantándose de la mesa. Yo me levanté, aparatoso, torpe, derramando los restos de mi café por la mesa. Aterrado, corrí tras ella. 


*
martes, 23 de noviembre de 2010

Perra Mentirosa, segunda parte.



Te veo, agazapada, espiándome, crees que has arrastrado mi orgullo por el fango, crees ser una Diosa y en realidad eres una simple mortal, una mentirosa y arrogante mortal. 

Inundado de whisky, rebosante de recuerdos, desesperado, agonizante, fui en tu búsqueda; el orgullo pasó, la rabia murió, la irá se esfumó, todo se fue.

Lo sé, debo admitirlo, aquellos primeros días las puertas del tugurio pesaban, el whisky susurraba recuerdos, incluso el olor a tabaco escupía los restos de tus besos. Recuerdo aquella noche, entre sollozos, enterrado bajo las sabanas de mi cama, esas en las que nunca nos revolcamos; recuerdo mi mano, vacía, sucia, huesuda y débil sin la tuya a su lado. 

Incluso fumé algún cigarrillo para encontrar tu sabor, me acosté con mujeres que tenían tu rostro… borracho de recuerdos, inútil y patético borracho. Sí… qué inocente era entonces, qué vulgar, qué perdido estaba.

 
Una leve sonrisa inocente acude a mí, iluminándome, y entonces te veo, entre las sombras del tugurio de siempre al que, desde luego, yo volvía cada noche a buscarte. 

¿Recuerdas la última vez que hablamos? Yo te había olvidado, había dejado atrás toda mi ira, todo mi rencor, todos los reproches y las malas palabras que una vez pronuncié, con el corazón hirviéndome de rabia entre las manos. Pero volvamos a aquel día, una sonrisa plena y rebosante de placer acude a mí cada vez que recuerdo aquella mañana de Septiembre, lluviosa y gris, en la que te encontré en el tugurio de siempre, sentada en la barra. Lo recuerdas, claro que sí, y si no lo recuerdas haz memoria, sé que me lees, sé que te crees poderosa desde tu ilusorio anonimato. ¿Recuerdas la conversación?

- La verdad es que nunca entenderé tu cobardía, ya he perdido la cuenta de con cuántas personas estarás predestinada; y que no hayas tenido el valor de luchar por ninguna….

Ni siquiera te miré por temor a que el olvido no hubiera cicatrizado, tampoco pretendía dirigirte ni una sola de mis sílabas; pero el impulso, mi cuerpo, mis labios hablando sin pedir permiso a mi mente… ¿Por qué? ¿Por qué te estaba susurrando todo aquello? Recuerdo al tipo que te esperaba en la puerta la última vez que te vi, recuerdo que por un momento sentí compasión y lástima de él. Te deseé un final feliz, de esos que cenicienta siempre ha odiado.

- Te encanta tener cosas que echarme en cara, te encanta tener motivos por los que enfurecerte conmigo. - Y en aquel instante te miré sin temor y sentí ternura al encontrarte de nuevo, igual que siempre. - Así que ese es el tipo de cariño que me guardas... un cariño frágil y roto que muda en repulsión. - Te sonreí, pero tú no me mirabas. - Déjame en paz, deja que los pecadores monstruosos nos hundamos en la miseria.

 Tu reacción, esperaba un ceño fruncido y una mirada de hielo, esperaba toparme con una roca templada y encontré un corazón herido, henchido de rencores. Me recordaste a mí, aquella vez...

- No te molestaré más, tranquila, te dejo en paz, prometido.

Recogí mi gabardina, tomé de un trago mi whisky, y me disponía a marcharme cuando tu voz, alta y clara, me acuchilló en la espalda. 

- ¿Por qué no me dejas en paz? Si querías olvidarme con tanto ahínco... ¿Por qué no me olvidas ya? Ya tengo suficiente. Los malvados carecemos de redención.

Dirigí mi mirada de nuevo hacia ti, triste, por no poder cercenar mi tórax, convertirlo en una puerta y abrirlo a ti, mostrarte lo equivocada que estabas; volví resignado, cansado, ha acercarme la barra y me apoye en ella mientras tú seguías parloteando, llena de resentimiento.

- Tengo tatuada en la frente la palabra "monstruo", tú me la has escrito y aun que pase una eternidad seguirá ahí. Conozco a gente como tú, gente con la que ya da igual que hables o no, que hagas o que no hagas, soy un "monstruo", ya no saldré de ahí. No sabía que tú eras como ese tipo de gente.

- Te equivocas, yo nunca te he llamado monstruo, - susurré. - Pero tú no ves más allá de tus pestañas.

Cuánto rencor acumulado, Perra Mentirosa, cuánto rencor; no era la primera vez que lo decías y no era la primera vez que yo lo desmentía e insistía una y otra vez, en que aquello no era cierto. Querías seguir con la batalla de trapos remojados en fango.

En aquel momento quise tocarte, quise abrazarte, frágil y enfadada cómo estabas, quise susurrarte que todo había pasado, que todo volvería a ser como antes, que podíamos olvidar lo ocurrido. Pero no lo hice, no estaba dispuesto a mentir por ti.

- Que esto termine aquí. - levantaste la voz de nuevo, ni siquiera un ápice de tu tiempo en dirigir tus ojos hacia mí. - Si de algo estoy segura, es de lo poco identificada que me siento contigo, pero ¿Sabes? ya me da lo mismo.

Yo te contemplaba, anonadado, hubiera creído todas aquellas mentiras de no saber a ciencia cierta cuántas veces al día venías a espiarme, venías a contemplarme; refugiada en la oscuridad del tugurio creías que eras un simple anónimo más que pasa por mis crónicas hundidas en whisky y noches de lluvia.

- Te invito a que sepas disculpar y dejar ir esas nubes que no permiten ver a las personas, las nubes que juzgan duramente y que se quedan con todo lo malo de esa personas. – “De mí”, pensé.

- Pero qué infantil eres. - Respondiste con desprecio, - no me apetecía retomar el contacto contigo, no tengo intención de nada más; pero por supuesto te escucharé si tienes algo que decirme.

- Veo que ya lo has dicho todo. Que te vaya bien. - Susurré, sonriente antes de volver a levantarme.

De nuevo una mentira, grande, gorda y fea, tan evidente, tan insulsa. ¿Crees que no te veo cuándo vienes a espiarme? ¿De verdad lo crees? Porque si es así ¿Por qué vienes? ¿Qué quieres de mí? Tantas mentiras cobardes, para luego buscarme, escondida entre las sombras.

- Al final tú eras el ángel que quería redimir a la bestia, - musitaste antes de que yo saliera por la puerta. - Eso me resulta muy familiar... No sé cómo reaccionaría si algún día te acercases a mí.

El resto de tus labios orgullosos y mentirosos quedó tras la puerta del bar. Anduve bajo la lluvia, pensando una y otra vez en tus mentiras, pensando en que ésta vez desaparecerías de mi vida. Creo que sentí alivio ante ésta idea, odio las medias tintas, lo quiero todo o no quiero nada, pero a ti te falta valor para quererlo todo, y también te falta fuerza para no querer nada. Pero qué iluso era, al día siguiente allí estabas, entre la oscuridad de los sillones del fondo, escondida entre rostros anónimos, mirándome, buscando mi gabardina en la barra…. y al día siguiente, y al otro, y al otro…. Todos los días, todos y cada uno.

Qué incómoda se volvió tu presencia en mi espalda, siempre tan cobarde.



Happy ending (Jaime Gil de Biedma): 
Aunque la noche, conmigo,
no la duermas ya,
sólo el azar nos dirá
si es definitivo.

Que aunque el gusto nunca más
vuelve a ser el mismo,
en la vida los olvidos
no suelen durar.
domingo, 21 de noviembre de 2010

Escondites Lejanos

Escondites Lejanos

Éste es un Blog que llevo con una amiga, lo abrimos hace poco, la historia es de ambas, llevamos mucho tiempo escribiéndola y nos pareció buena idea enseñársela al mundo. A nosotras nos encanta, es sencilla, cada una lleva los personajes que envuelven a su protagonista y cada una tiene su historia particular.

Mi personaje es Arianne, el suyo es Camille, son las dos protagonistas, dos amigas desde la infancia que deben separarse, Arianne debe casarse con un hombre que es de muy lejos… Camille vive casada con alguien ¿Cómo describirlo? Lord Henry (El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde) y carece de más amistades íntimas. Ambas, comparten cartas, algunos viajes en los que están juntas… etc. 

Es una historia de época, inspirada en las historias de Jane Austen, Víctor Hugo, Dumas, Flaubert… etc.
Dejo aquí la reseña, por si acaso a alguien le interesan éste tipo de historias de época victoriana. 

Un saco de besos.


miércoles, 17 de noviembre de 2010

Azul

Lo cierto es que reservaba algunos relatos para mi colección de relatos encuadernados por ser especiales para mí, pero en vistas del escaso “éxito” de mis historias me parece que voy a dejar esa colección para los proyectos destinados a la basura y voy a ir añadiéndolos al blog con el resto de sus hermanos, que me parece a mí que es lo máximo a lo que pueden aspirar mis textos.



Gracias mil a ambos, ya sabéis quienes sois, por venir, volver, y encharcaros en mi lluvia, siempre, en cada amasijo de palabras, gracias por no fallar, y cómo diría yo misma…. Gracias por asesinar el tiempo conmigo.



Azul

La busqué, la busqué como nunca he buscado a nadie, la busqué con todo mi corazón, con todos mis deseos; la busqué yo solo, desesperado, vagando por las dunas de mis miedos, desandando caminos que una vez tracé a su lado, alcanzando aquellos lugares que carecían de sendero alguno por el que guiarse.

Pero ella… ella no está nunca dónde la dejé la última vez que la vi, tampoco en el lugar dónde la encontré, siempre algo diferente, nuevo y lejano. “¿Lejano? ¿Seguro?” Las manos me tiemblan, ya ni siquiera quiero ahogarme entre el traicionero whisky y el siempre mentiroso ron. ¡Maldita sea! ¿Por qué no puede quedarse quieta? Ni siquiera cuando está conmigo puede estar quieta, siempre tiene que moverse de aquí para allá, siempre tengo que perseguirla.

La última vez que la vi me sentía muy cansado, mis manos ya no son tan rápidas como cuando era joven e ingenuo, el color blanco empieza a alcanzar y abordar todo mi cuerpo. La última vez que la vi no tenía ganas de perseguirla, a decir verdad no tenía ganas de nada. Creí haberme acostumbrado a verla llegar en el momento más inoportuno, cuando el trabajo me ahoga, o me encuentro derrumbado por algún giro abrupto que no esperaba, que ni siquiera había visto llegar; agonizante, devastado, derribado, así me encontraba cuando acudía a mí, tan dulce, tan tierna, inundándome, desbordando todo mi ser, obligándome a volcar toda mi pena. Para cuando había terminado conmigo, ya solamente quedaba su perfume de limón, y esa leve sensación de tranquilidad que proporciona una noche entera de llanto.

Creí que podría habituarme, creí que podría quererla tal y como era, creí que con el tiempo se calmaría y aprendería a quedarse más tiempo conmigo y más quieta, aprendería a llegar no sólo en esos momentos sino también en los buenos momentos de mi vida. “Si practicas, si aprendes de ella, si te adaptas….” Eso me decía.

Ahora no puedo evitar sonreír con sarcasmo, qué inocente era entonces. Aún no la conocía bien, ella a mí tampoco.


~~*~~


Ayer fui muy débil ¿Dónde está mi fortaleza? ¿Dónde? Antes las cosas no funcionaban así, claro que antes era más valiente, más joven, más idealista y soñador, sentía el mundo latiendo entre mis manos, desbordándome de energía, explotando entre todos aquellos sueños ilusos que todavía podían cumplirse. “Espera un momento, ¿antes? Qué tonterías” Sí… son tonterías, sigo siendo igual de necio.

“Ayer ese condenado folio en blanco me gritó que quizás no volverías”. No… en segunda persona no… en tercera o volveré a echarme a llorar.

Ayer un folio en blanco me dijo que quizás había muerto, que la prostituyo a cualquiera con un par de ojos atentos, que ella estaba harta de mí y no quería escucharme, que nunca la cuidé y la mimé lo suficiente… y ahí, justo en ese instante de ese ya lejano ayer, me derrumbé. Mientras aquel folio me gritaba, un escalofrío y luego las lágrimas.

Imaginar su cuerpo desgarrado, su piel blanca mancillada, en el pavimento de cualquier carretera comarcal cercana a un motel de mala muerte, su dulce expresión, sus mejillas inocentes, su tierna nariz, sus ojos… vacíos, carentes de vida, abiertos, reprochándome. Mi alma se desgajaba a pedazos en esas ensoñaciones; entre vigilia y sueño, la imaginaba suplicante, apagada, muerta. Y no podía más que despertar y llorarle a aquel cuerpo muerto que había visto en sueños.

¡Yo! ¡Llorarle a un folio en blanco gritón y maleducado que intenta asustarme! ¡Yo! Y ahí, en ese momento, también de ese ayer, empecé a reír mientras lloraba. Euforia y miedo: Yo.

A menudo tenía la imperiosa necesidad de esconderme bajo mi escritorio, encontrar un lugar pequeño dónde sentirme refugiado y dejar pasar un poco del tiempo hasta que el miedo me dejara respirar y la euforia no me temblara entre las manos, las rodillas, los codos...

“¿Dónde estás? No estás muerta ¿Verdad? No… no lo estás… no puedes estar muerta. Ese condenado folio en blanco me engaña, me miente… no puede ser cierto”. Yo, como un tonto, clavado al suelo, encogido sobre mí mismo en aquel reducido espacio. Pasaban horas hasta que conseguía moverme, pensando toda suerte de desgracias que podían haberle ocurrido. Todas aquellas imágenes espantosas que veía en sueños volvían a mí.

“Hace muchos desde la última vez que nos vimos…” Para cuando podía levantarme ya era de noche, así que recogía mi abrigo, mi bufanda, un paquete de tabaco, y salía en su búsqueda por millonésima vez. Inútil, y yo lo sabía, era inútil buscarla en todos aquellos lugares donde ya la había encontrado y la había dejado marchar, aún así allí acudía. Claro está, a los lugares que estaban a mi alcance.

El primer lugar en el que la encontré quedaba muy lejos de la ciudad, era un viejo y destartalado banco de madera, en el pueblo de mamá, cuando apenas sobrepasaba el metro de altura. Allí la vi claramente por primera vez, y allí la dejé tirada, sin darle mayor importancia. Yo estaba solo en el parque que hay en la colina, a unos quilómetros del pueblo; lo encontré caminando por uno de los senderos que llevan a la cima de la pequeña montaña bajo la que se cobija el pueblo.

Allí estaba yo y mis pequeñas manos, yo y mis pequeños ojos, con el cuaderno a cuestas, sentado en aquel banco, el cielo azul completamente despejado y toda la colina bajo mis pies, incluido el pueblo entero. Allí había llegado, preguntándome por qué mamá me había regalado aquel cuaderno lleno de folios blancos (en aquel entonces los folios en blanco no me gritaban).

Para cuando me había dado cuenta ella estaba sentada a mi lado, ella y su pelo azul, ella y sus ojos azules centelleantes, dedicándome su candor, sus mejillas encendidas de placer y sus labios radiantes. Así la recuerdo, resplandeciente, azul.

Ni siquiera se presentó, ni siquiera me dijo su nombre. Llegó, como una brisa suave en un día índigo; llegó ella, toda ella, llena, rebosante de ese color añil que aquel día deslumbraba en el cielo. Ella, mirándome, expectante, susurrante ya desde el primer momento, pero aquel día mis manos pequeñas y rechonchas no supieron hacerle justicia.

Ahora, ese primer día queda muy lejos de aquí. Ha pasado mucho desde aquel entonces, ha llovido muchísimo.

Ahora solo quedo yo y todos sus recuerdos.



~~*~~



- ¿Qué hago?

- Marcos, no me grites, son las 4 de la mañana ¿Tú crees que éstas son horas de llamar a una casa decente? Voy a desconectar el teléfono. Otra vez con eso... qué pesado.

- Se ha ido… hace semanas que no está, me ha dejado solo.- farfullé presa del pánico.

- ¡Ya volverá! ¡Duérmete de una vez! – Y colgó, sin más, dejándome solo, sin ella… para esto sirven los amigos, para nada.



Han pasado meses desde aquella última noche desesperada, meses desde aquella última vez que me hizo caso; desde aquella última vez en la que mis susurros surtieron efecto. “Vuelve… vuelve a mí” y ella llegaba y me rodeaba con su mágico candor. Llegaba, me llenaba de susurros y de palabras; atiborrado ya de su presencia, me sentía perfecto tal y como estaba. Para aquello había nacido, justamente para aquello, para tenerla entre mis brazos, entre mis manos, en mis oídos, en mí. Toda ella, llenándome, desbordándome. Cuando ella me acompañaba mi cuerpo era una cárcel demasiado pequeña para contenerme.

Ahora ya no me escucha, ya no la puedo alcanzar, ella se ha vuelto más rápida y yo más torpe, ya no vuelve cuando susurro. Un mes tras otro la he llamado, cada noche, cada amanecer, cada tarde, cada madrugada, cada medio día “vuelve… vuelve a mí”. Ya no responde a mi patética súplica.



~~*~~



De nuevo, aquí estamos todos menos ella: el folio, el escritorio, el lapicero y yo sentado en la silla.

Afuera llueve, entre trueno y trueno, el folio empieza a gritarme de nuevo:

- Tu musa no volverá, se ha cansado de que la prostituyas, se ha cansado de que nunca la valores, de que siempre quieras más y más. – su voz estridente acelera mis pulsaciones.

- ¡Cállate! ¡Callaos todos! – Un movimiento, un espasmo de mi brazo lleno de furia y el bloque de folios blancos cae al suelo, todos se derraman, se deslizan y se esparcen por el suelo.

- ¡Todas las noches la misma pataleta! ¡Cómo te gusta el papel de escritor en crisis! Susurrándole una y otra vez. ¡No vendrá! Me lo ha dicho… ¡No quieres que vuelva! ¡Te gusta más éste drama de mala calidad! ¡Este teatro que tanto repites!

- ¡Cállate! ¡Cállate ya!

- Eres un vanidoso que jamás ha pensado en ella, eres un egoísta, cuando llega la exprimes, la obligas, haces lo que quieres con ella y cuando has terminado lo que querías escribir, la dejas tirada de cualquier manera.

- ¡Eso no es cierto! ¡Yo no me comporto así!

- Es así justamente como te comportas. Le susurras, ella acude, toda ella, necia e ignorante; acude a tu llamada, apenas está llamando a tu puerta cuándo tú empiezas a exigirle que te susurre una buena historia. Le sonríes, le dices que la quieres, que es lo más importante que tienes, y ya no necesitas más. Ella, y su azul, te miran; no puede resistirlo, no está en su naturaleza resistirse a ti. Corre hacia ti, ansiosa, alegre, llena de palabras para tocarte y de historias que con el primer beso vierte sobre ti, con el segundo les da forma y para cuando ha llegado el tercero ya no la necesitas, ya no la quieres, así que la dejas olvidada a un lado. Ya tienes lo que querías, ya tienes tu historia, una que habla de ella y de sus desgracias.

- ¡Mis historias no hablan de ella!

- ¿Cómo puedes estar tan ciego? ¿Qué no lo ves? ¿No lo ves? ¡Cómo no puedes verlo, insulso y anodino humano! ¿No viste tu mano helada? ¿No la viste la última vez? Tu mano helada, rodeando su corazón.

Balbuceo, la luz se va, la tormenta empeora.

- No volverá, no cuentes con ello.

- Entonces… ya no quedan historias que contar… - Susurro, cansado ya de luchar contra aquel folio.

- ¿Historias? Sí… historias quedan muchas, pero a ti solo te toca una musa, y ella ya no te quiere.

Intento recordar la última vez que la vi, recuerdo aquel colchón que acababa de comprar, ella llegó sin avisar y yo terminé escribiendo sobre él, aún sin sábanas, tirado de cualquier manera ¿Cuál era aquella historia? No la recuerdo… pero eso no es lo importante ahora. Ella ¿Cómo estaba ella?

No la vi, aquella vez no la vi, solamente escuche sus palabras y sentí sus besos en mis ojos, sonrío al recordarlo, que dulces son mis relatos cuando ella me besa los ojos, los veo con tanta claridad que puedo describirlos perfectamente con palabras. Pero… Un momento ¿No la vi? ¿Me besó y no la vi? No puede ser.

- ¿Cómo vas a recordarla si lo único que te importaba era tu historia? ¿No lo recuerdas?

Recuerdo que me quedé dormido con ella tocando mi cuerpo, recuerdo su piel, suave… tan suave como ninguna otra, recuerdo su cuerpo cálido tocando el mío, su camisón azul, su pelo lacio. Ella y su olor a limón, en mí, mientras yo me quedaba dormido.

- Has olvidado la mejor parte, la parte que refleja todo lo que tú eres. A la mañana siguiente, con distancia y frialdad, leíste el relato, y le reprochaste (como tantas veces) que aquello era basura, que no valía nada, que la historia no tenía ningún sentido. Le reclamabas que te susurrara algo mejor. ¿No viste cómo estaba?

Y aquella imagen se gravó en mi retina, Ella y su pelo azul, medio alborotado, ella y sus ojos azules, ella y su camisón azul. Azul... como el cielo de aquel primer día.

No había sonrisa en su rostro, no había alegría en sus ojos, no había meguillas fulgurantes, ni candor… no quedaba nada. Me miraba, ella me miraba. Ella, sobre un fondo de flores negras. Ella y su magia. Ella y su piel demacrada, ella y su extrema delgadez, sus manos retorcidas, su posición forzada.

El horro invadiéndome, mis ojos anegados en lágrimas, mis gemidos de dolor, mis gritos. Yo, solo, yo… ¿Yo he hecho eso? ¡¿He hecho yo eso?!

Ella, ella, ella.

¿Cómo pude estar tan ciego? ¿Por qué no me pregunté a mí mismo? ¿Por qué me miraba así? ¿Por qué hacía años que no sonreía? ¿Por qué yo no lo había visto?

Recuerdo… que esa fue la última vez que la vi.



~~*~~



De haber sabido que ella jamás se había marchado, de haber sabido que ella permanecía oculta entre las sombras de las flores negras pintadas en la pared, esperando, impaciente e ilusionada (fiel devota de mi cercanía, de mi proximidad a ella, esa es su naturaleza y su condena) esperando a que yo la viera, que me diese cuenta de que siempre estaba conmigo, esperando que mi mirada se cruzara con la suya, diluyéndose poco a poco entre las sombras y esas flores negras que le habían cubierto los oídos de pena. De haberlo sabido… quizás…

¿Lo sabía?



Ilustración e inspiración: Argi Berrojalbiz
miércoles, 10 de noviembre de 2010

Papeles Mojados


- Odio que hagas eso, me confundes, no sé cuándo eres tú y cuándo eres él.
Él mira hacia un lado, suavemente se acaricia los labios con la lengua, muerde su labio inferior y sonríe; esta vez, con sus increíbles ojos azules clavados en los míos. Estoy perdida, puedo escuchar el estruendoso sonido de todos mis muros derrumbándose uno a uno, puedo ver el polvo, los restos de ese hormigón que tanto esfuerzo me costó. Mis muros, mi refugio dejándome denuda… el miedo.
- No eres tú, eres él. – reprochan mis labios, en una súplica que debería ir acompañada de palabras, de explicaciones… y de todas esas frases que él ya conoce.
Ya está, el último muro ha caído esta noche, acaba de derrumbarse… sus manos me acarician el cuello, el mentón, la nuca; suave, tan suave… para cuando sus brazos llegan a mí yo ya me he vendido por un par de ilusiones y una cara bonita.
Sus labios, besando desesperadamente los míos, sus manos, fruitivas, feroces, arrancándome la ropa.
- No te enfades conmigo. – Susurra, en mi pabellón auditivo. Esa frase fui yo quién la inventó, fui yo quién la colgó de sus labios, quien le dio el tono y la mirada adecuada; infalible.
Su cuerpo pesado sobre mi pelvis, sobre mi pecho. Todo se acelera, toda la ropa me sobra, le sobra. Todo se vuelve una congoja de gemidos, palabras que no deben decirse.
Cuándo despierto, él sigue dormido. Busco mis cigarrillos, mi mechero, mis bragas, algo que ponerme encima y salgo al balcón. Aún es de noche. El cigarrillo de evapora entre humo y nervios.
Lo odio. Duerme, y no puedo ver a nadie más que a él. Ya ni siquiera los puedo distinguir; el otro hombre se ha ido, ha desaparecido o sigue agazapado dentro de él. Ni siquiera dormido deja de actuar, de mentir, de engañarse a sí mismo y engañarme a mí.
Debería dejarlo pero no tengo el valor necesario. No, no pueden desaparecer estas noches en las que él, perfecto, imaginado, anhelado, vuelve de entre mis fantasías para estar conmigo en cualquier maldito hotel de 5 estrellas. Entre sabanas de raso, flores, vino y su perfume; el perfume que yo misma le otorgué.
Tenía 16 años la primera vez que aquel perfume me embriagó, lo recuerdo muy bien, estaba sentada en el autobús cuando de repente, aquel hombre paso, y se sentó justo detrás de mí. Un hombre feo y vulgar, mayor que yo, bajito y calvo. Aquel olor... Por supuesto no me atreví a preguntarle, así que durante las semanas siguientes me dediqué a buscar el nombre de aquella fragancia sin descanso; tenía que regalársela.

Él, tirando de mí.
- Está lloviendo desde hace un buen rato, ¿Qué haces en el balcón? Vuelve a la cama y duerme anda, no seas tonta que aun puedes dormir algunas horas.
- ¿Por qué?
- Vamos Jess, no empieces otra vez. —Refunfuña rascándose el ojo derecho con el puño, medio dormido aún.
- ¿Por qué me haces esto?
- ¿El qué? – Eleva la voz por primera vez - ¡Venga! Tira ese cigarro, no ves que esta empapado desde hace un buen rato. Cuando empiezas a darle vueltas a esa cabecita tuya no hay forma de que te des cuenta de nada.
- No has respondido a mi pregunta.
Él suspira, vuelve a reproducir ese gesto que yo inventé, vuelve a mirarme. Ahí está, su media sonrisa, por tan sólo la mitad de esos labios suspiran miles de mujeres ahora; y yo, sin embargo, siento tanta rabia...
- Jesica, ¡Te lo pido por favor! ¿Qué hora es? – Busca el reloj despertador, que por supuesto no está en la mesilla de noche. – A ver qué hora es… – revuelve la ropa tirada por el suelo, el albornoz de seda roja con la marca del hotel grabada en el pecho, las flores que trajo ayer para mí, aparta los papeles, mis papeles. Y entre ellos encuentra el teléfono móvil - ¡Las 5 de la mañana! ¿Quieres empezar con lo mismo de siempre? ¡En 3 horas entramos a trabajar! ¿Estás segura de que quieres empezar otra vez?
Su voz llega levemente irritada desde el cuarto de baño del que sale inmediatamente con una toalla que coloca sobre mi pelo empapado. Ya no lo veo, sólo oscuridad y mucho miedo. ¿Dónde ha ido el hombre de verdad? Ese que no es una mentira, ese que no he inventado, el que no usa el perfume que yo le impuse, el que no gesticula como yo quiero, el que no me habla con ese tono.
- Nunca salimos a cenar, ni a bailar, ni siquiera vamos al cine. – Protestan mis labios sin que yo haya podido evitarlo, como si me hubiera acostumbrado a tener mi sueño frente a mí, tocándome, hablándome… como si fuera ya algo normal, tan arraigado en mi realidad que incluso puedo permitirme el lujo de quejarme de él.
- Ya sabes por qué no podemos salir.
La oscuridad termina, la burla cruel, la humeante y repugnante mentira, está frente a mis ojos otra vez.
- Estar con uno de los hombres más deseados del munco no me aporta nada más allá del polvo diario. ¿No?
- Estas siendo cruel Jess. – Se aleja, se sienta en la cama y empieza a buscar su ropa interior entre el amasijo de tela que hay a sus pies. Incluso ese gesto decepcionado de rabia contenida lo he puesto yo ahí, en sus hoyuelos, en sus cejas, en su nariz.
- Es que no lo entiendo. ¡No entiendo que quieres de mí! Eres el protagonista, el hombre aclamado, la persona sin la cual la historia no valdría nada, eres el que todos quieren. No hace falta que te acuestes conmigo, te aseguro que no vas a perder tu papel en la historia. La historia que a todos les gusta es la tuya, la que tiene tu cara, tu voz, tus gestos.
Sonríe, se lleva una de las manos a su perfecto pelo castaño y la desliza hasta llegar a la nuca.
- Otra vez lo estás haciendo. ¿Lo ves? Todo tú es él. ¿Por qué vienes a follarme cada noche? ¿No ves que no tienes por qué hacerlo?
Me mira, enarcando una ceja, suspira y yo podría leer sus pensamientos en éste mismo instante. Me duelen sus ojos, me duele su gesto, y ese silencio que oprime la rabia. Lo conozco mejor que a mí misma, lo he querido desde siempre, lo he anhelado desde que tengo memoria, él era mi fuerza para seguir, mi ilusión, mis ganas, mi tiempo. Lo fue todo desde que empecé imaginarlo, idea a idea, retazos de otros y de mí misma, retales de los pedazos rotos de mí misma que caían por el camino, hilos del abismo negro de mis recuerdos, ilusiones y esperanzas, que aunque vagas, también eran mías en cierto modo.
- Esto es lo que tú querías. Lo querías a él, no a mí. – Sus ojos sufren, se nublan, pero no llorarán, claro que no, él no lloraría, el mío no lloraría, aunque quizás el real sí. – Aquí lo tienes ¿No te alegra?
- Eso… eso no está bien. – Ésta vez lo ha admitido y el mundo real me devora las entrañas, con todos mis muros destrozados y nada a lo que aferrarme. Qué fácil ha sido ésta vez entrar en mí. – No es real… ¿No?
- Yo decidiré eso. Soy bastante mayorcito para tomar ese tipo de caminos.
¿De verdad puedo tenerlo? ¿Puedo quedarme así? ¿Puedo relajarme y dejarme llevar por una conocida y siempre traicionera mentira?
-¿Recuerdas cómo nos conocimos? – su tono de voz es leve, débil. Se sienta en una esquina de la cama y ya ni siquiera me mira, entierra su rostro entre las dos palmas de sus manos, sobre las que ahora apoya la frente. El suelo y sus pies descalzos es lo único que puede observar.
Claro que lo recuerdo, mi amor. Después de tres series flojas de mala calidad, que al parecer habían tenido éxito, por fin me dieron luz verde para la historia que había estado preparando toda mi vida.
- Yo estaba muy nervioso, me sabía de memoria el papel, pero, ya me conoces, al principio me pongo muy nervioso. Llegué allí, la audición que había estado esperando durante meses. Lo hice fatal.
Se ríe de sí mismo, como aquella vez. Después de haber visto, uno tras otro, fracasos absolutos llegaste tú, con las gafas de sol, la chupa de cuero, la barba de dos semanas y aquella voz tan grave… No importaba cómo de mal lo hubiera hecho aquella mañana. Era tuyo, él era tuyo.
- Me dieron el papel, claro que me lo dieron, tu papel… ¿Sabes? Me acerqué a ti de todas las formas posibles y ninguna resultó, tú no te interesarías por un tipo como yo, al menos no detrás de las cámaras.
Yo solamente quería tu cuerpo, el resto vacío, muerto y enterrado para así poder llenarlo yo con mi guión, mis textos, mis fantasías.
- Pero a él… a tu protagonista… lo adorabas. En cada una de sus escenas, me mirabas de aquella forma… - suspira y la vida sele derrama junto con el aire. – me mirabas de la forma en que se mira a alguien que quieres.
Es que… Te quiero, lo quiero a él, te quiero a ti cuando te llenas de él. Cuando te aprendes el papel de la semana y lo interpretas tan bien que apenas hay que repetir ninguna escena. Te quiero con todos mis latidos.
- Así que aprendí a conocerlo. Tu guión, tu serie, tú y él. ¿Para qué quieres pensar en otra cosa?
Se levanta lleno de nervios, lleno de angustias, cansado y confundido. Siento su rabia cuando me besa, siento su ansiedad, ser uno u otro, ya basta, no dos, uno. El beso termina.
- Estoy aquí, olvida al actor que conociste al principio del rodaje, olvida su nombre, su forma de caminar, de mirarte, olvida sus torpes palabras, su carácter, olvídalo todo porque ya no existe. Me he desecho de él. Ahora soy, y seguiré siendo tu personaje, la persona que quieres, el hombre con el que has fantaseado desde siempre.
Me sujeta por las nalgas y se deja caer de espaldas en la cama, yo caigo sobre él.
- Pero tú no eres él. – Y desearía estar mintiendo, al igual que miente él. Me apoyo en él, en su torso desnudo y perfecto. Suspiro.
- El personaje es tuyo, pero yo lo conozco mejor que tú. ¡Mírame! He desarrollado escenas más allá del guión.
- No me siento bien, - pienso en voz alta – te inventé cuándo a penas disponía de vocabulario para expresarme, pasaba horas y horas imaginándote. Eres el personaje de mi vida, aunque te obligara a quedar en segundo o tercer plano tantas y tantas veces. Mi musa siempre volvía a ti, siempre te sacaba de mis recuerdos, de mis experiencias, de mis pensamientos; con otro nombre, quizás en otras situaciones o contextos. Pero ahí estabas.
- Aquí estoy. – susurra.
- Años, presupuesto y series basura me han llevado a la fama mundial, también a ti, y ese otro hombre real que hay debajo de todas esas mentiras que interpretas cuando estás conmigo.
Vuelve… vuelve a la realidad Jessy. Suspiro, me alejo, me siento en la cama. La cabeza me va a estallar, ya ni siquiera escucho mi corazón latir.
- ¿Te acuerdas del capítulo de la rusa y el cuchitril de mala muerta?
- ¡Cállate! Ese capítulo era horrible. Tuvimos que repetir la escena muchísimas veces.
Se ríe, yo lo miro y reconozco su gesto perfecto.
- No me mirabas igual… igual que a él, cuando se comportaba de aquella manera con esa rusa – se acerca a mi mejilla, me susurra - cuando la arrincona para sacarle información, cuando la mira.
Me besa la mejilla, está jugando de nuevo, jugando a ese juego en el que yo siempre caigo.
- En aquel momento te miré, y ahí estabas, de pie, entre las cámaras, mirándome con aquella expresión… con los labios entreabiertos, y el ceño fruncido. Como sí…
- ¿Me estuvieras traicionando?
- Por eso me costó tanto aquella escena.
- No era la primera.
- Fue la primera en la que empecé a sentirme mal. A sentirme culpable. Odiaba que me miraras así, aunque solamente durara unos segundos. Luego lo olvidabas todo…
- Tu expresión, tu mirada, incluso tu voz cambiaba cuando dejabas de actuar. Ahora ya no cambia.
- No va a volver a cambiar, te guste o no.
- Eres el hombre del momento, tu cara aparece en la mayoría de revistas, eres él. Tarde o temprano dejarás la serie y tu carrera como actor en la gran pantalla empezará.
- No te dejaré atrás.
- Tendrás que hacerlo. Éste no es el papel de tu vida.
- No, no es un papel.
- Mentiras. Tú no eres así, yo conocí a ese chico real que discutía los guiones conmigo, que se reía con las escenas más tristes, que comía perritos calientes y no sabía besar a la Rusa. La actriz se fue muy enfadada ¿Te acuerdas?
- Ese hombre ya no existe.

 Dedicado a Dean Winchester, 
que fue quien inspiró ésta historia.
domingo, 7 de noviembre de 2010

Exterminio - Cap 2.



"La lluvia purifica hasta el alma más pura. Haz llover. M, 1-23:59". Mis ojos leen una y otra vez el pedazo de papel amarillento devorado por el tiempo. Mis manos tiemblan, al fin ¡Al fin!, aquí está, aquí estás, estaba aquí... Debería haber empezado a buscar antes en éste lugar sagrado, debería haberlo imaginado. Suspiro, mis pensamientos enloquecen de repente, uno tras uno y todos a la vez: los miles de tomos en los que busqué, ¿y cuántos cementerios de libros habré recorrido? centenares, casi miles. Todos, todos pasan por mi mente, nerviosos, frenétios ¡Qué tonto he sido! ¿Cómo no se me ocurrió buscar aquí antes? Quiero gritar, quiero maldecir, quiero reír a carcajadas... pero no podría alterar el silencio que debe reinar en tu casa, no me perdonarías ¿Verdad? No... nunca perdonas nada, no a nosotros ¡No puedo fallar ahora! ¡No! ¡No! ¡No! Ahora que he conseguido la primera llave.

Hacer llover, ¡hacer llover! ¿Hacer llover? ¿No falta algo? ¿Azufre? No… eso sería muy fácil ¿verdad? Ya hice llover azufre en tu nombre. “et subvertit civitates has et omnem circa regionem universos habitatores urbium et cuncta terrae virentia” (Génesis 19:24-25). ¡Demasiado fácil! ¡No! ¡Eso no es! ¿Qué es? La emoción no me deja pensar ¿Agua? ¿Quieres que haya llover agua? Demasiado simple para ti ¿Verdad? ¡Sangre! ¡Quizás Sangre!

Tengo que salir de aquí, me siento demasiado agitado, quiero gritar, mi respiración acelerada y el temblor de mi cuerpo puede alertarlos. Tú los guiarás hacia mí, me lo arrebatarán de las manos… y tendré que volver a buscarte.

Con la capa bien asegurada y mi rostro escondido entre las sombras logro salir de tu casa con la misma facilidad con la que entré.

Anochece, el papel está seguro entre mis manos y me queda mucho camino por recorrer. Me da miedo la oscuridad, mucho miedo, no quiero quedarme dormido… pero al final siempre pasa, siempre caigo al suelo… mi cuerpo destruido por el cansancio queda derramado en el barro y entra en el mundo de los sueños. Nunca podré acostumbrarme a un cuerpo tan pusilánime como el de los humanos.

Cada noche vacío mi corazón pero al despertar está lleno de nuevo. He soñado con tu luz, desde hace siglos siempre el mismo sueño, siempre el mismo dolor, atroz condena la que me impusiste. Arráncame el corazón y quédatelo, a mí ya no me sirve para nada, no quiero un corazón humano, no quiero su sufrir, no quiero sus llantos, sus nervios, sus alegrías ¡Arráncamelo de una vez! No entiendo su idioma, sus señales, sus latidos ¡Déjame morir! ¡Engúllelo! ¡Tú los creaste! ¿Por qué debo sufrirlos yo? Una y mil veces lo arranqué yo mismo de mi cuerpo, te lo ofrecí ¡Devóralo como devoraste todo lo que poseía! ¡Devuélveme mis alas! ¡Devuélvemelas!







Capítulo 1: Apocalípsis










Capítulo 2: Exterminio







Capítulo 3: Exterminio


sábado, 6 de noviembre de 2010

02 de Noviembre del 2010





Las gotas de lluvia caían como puños, grandes, frías, limpias, sólo el silencio y el agua mojándolo todo a su paso. La luna se ha escondido, esta noche no saldrá para nadie, está triste, muy triste, llora mucho, muchísimo; por eso se esconde tras las nubes grises del cielo nocturno, porque se avergüenza … pero qué tonta es esa Luna ¿No sabe que las nubes filtran sus lágrimas?

Los rayos azotan el mundo proporcionando algunos segundos de luz, pero a ella no le importa, de todos modos tiene los ojos cerrados; abrazada a mamá, sentada de medio lado sobre ella, respira pausadamente y la estrecha con fuerza.

Mamá le acaricia el pelo, incluso tararea una nana para su niña, que apoyada en su pecho, escucha las consonantes a medio pronunciar resonando en la caja torácica de mamá, justo en su pecho… Su respiración, las manos de mamá sobre ella, rodeándola, acariciándola. Si no fuera por la lluvia que las ha empapado se quedaría dormida. ¡Pero qué molesta aquella lluvia! Las había empapado por completo ¿No podían dejarlas en paz? ¿Por qué lloraba la Luna? Tan a gusto estaban las dos allí sentadas en el banco de piedra que no se dieron cuenta de que el tiempo se había parado.Las gotas de lluvia suspendidas en el aire, la más absoluta quietud, un rayo congelado a lo lejos.

Mamá dejó de canturrear aquella nana sin letra y suspiró.

-Ha llegado la hora. – Susurró aquella mamá a aquella niñita.

La pequeña abrió los ojos lentamente, las gotas de lluvia alojadas en su pelo resbalaban mejillas abajo. Se separó de mamá, aturdida, confusa, y por un momento sumida en el olvido, la miró con incredulidad. A medida que los recuerdos acudieron a su mente su expresión fue cambiando, dónde antes hubo tranquilidad y paz ahora se encontraba el más absoluto pavor.

- Mi niña, mi reina, mi amor, ha llegado el momento. – volvió a susurrar mamá, levantándose.

La niña se encaramó a ella, fuerte, muy fuerte, presa del terror; el pánico devoraba sus entrañas, sus ojos empañados, sus brazos frenéticos, cogidos al cuello de mamá, sus piernas, rodeando la cintura de mamá…. No, no, no la dejaría marchar, no había llegado ninguna hora, no podía ser, lo que ella recordaba era un mal sueño y nada de aquello estaba ocurriendo, en breves despertaría y todo estaría bien, esos recuerdos no podían ser suyos.

Mamá y su sonrisa, suspirando:

- Sabes que no puedo quedarme, me están esperando, mi niña, no puedo quedarme aquí contigo, tengo que irme.

Las lágrimas frenéticas de la pequeña brotaron al instante, aquella realidad, aquella jodida realidad que la dejaba sin respiración.

- ¿Por qué? ¡No! ¡No te vayas! Yo te necesito aún mami. No… por favor, te lo suplico, no te vayas. – musitaba la niñita, con los labios pequeños y las lágrimas enormes.

- Yo también te quiero mucho, vida mía. – Y dos lágrimas arrasaron el rostro de la mamá, destrozando aquella fachada que tanto esfuerzo le suponía mantener, no podía derrumbarse ahora, ella era mamá… ¿Cuánto habría dado por quedarse allí? ¿Cuánto? Sólo ella lo sabe.

- Mira… todos nos están esperando, tienes que ser fuerte, reina meua.

La pequeña ladeó la cabeza, dirigiendo su mirada hacia la derecha y desde el cuello de mamá observó a todas aquellas personas, vestidas de luto, observándolas, expectantes; vio a papá, fuerte, muy fuerte, mirándolas con aquella expresión resignada de quién sabe que no puede hacer nada más. Se miró a sí misma, su vestido negro, su rosa blanda en una mano ya destrozada por el zarandeo; y miró a mamá, completamente denuda.

La mujer desnuda esbozó una sonrisa para aquella niña aterrorizada que tenía entre los brazos, y volvió a susurrar de nuevo.

- Es la hora. – Depositó un beso en la mejilla de su hija y, despacio, la dejó en el suelo.

La niña siguió llorando pero no volvió a quejarse, tomó de la mano a su madre y ambas atravesaron los metros que los separaban de todas aquellas personas, las gotas de lluvia aun suspendidas en el aire se despedazaban a su paso.

Un beso para papá, otro para su hija, una última sonrisa, se agacho, y entró en aquel nicho de hormigón situado a ras del suelo.

Las gotas de lluvia volvieron a caer, el enterrador colocó la lápida de piedra y lo selló con cemento, nada volvería salir de aquel agujero. Todos los oscuros presentes fueron marchándose en silencio hasta que sólo quedaron papá y ella. Papá miraba con incredulidad la lápida en la que estaba impresa la fotografía de su esposa, y releía los versos que aquella niña había inventado para que acompañaran a mamá; aquella no era su vida, era la vida de otro quizás, “¿Qué voy a hacer ahora?” La pequeña mano de la niña  aferró  la enorme mano de papá, y en aquel momento el hombre suspiró. La niña seguía llorando, devorada por un terror que jamás la abandonaría ya.

- ¿Nos vamos a casa?


La niña despertó de su sueño siendo toda una mujer. Arrastró, cómo pudo, sus pies hasta el cementerio, dejó su rosa blanca en la tumba de mamá, pronunció un triste y encharcado “Feliz cumpleaños, dónde quiera que estés”, y volvió a casa.


*
jueves, 4 de noviembre de 2010

Saña




Un pensamiento, un recuerdo, una palabra, y la noche cae sobre mí, mis codiciosos y odiados fantasmas devoran el interior de mi cráneo, la claridad se esfuma y sí, he dejado de pensar, ahora sólo soy un animal sediento.

- ¡Que no quiero, joder! ¡Déjame en paz de una puta vez! ¿Cómo has podido…?

Y alargando esa última vocal me quedo sin respiración, sólo me queda rabia y furia; mi cuerpo rebosante de ira arremete, como siempre, contra el ser humano que tengo en frente. No puedo, no sé contenerme, de repente todas las quejas, todos los peros, todos los reproches, acuden a mi mente, todo, todo él quiere hacerme daño, quiere verme hundida. Y entonces soy puro fuego; la sanguinaria harpía que llevo en la sangre sale de entre mis venas dispuesta a protegerme, a saquear sus defensas y derrumbarlo. Ya no es él, ahora es un enemigo más, un invasor. Ésta ya no es mi habitación, es un campo de minas.

- ¡No! ¡No! ¡No! ¡No quiero que me toques! - Yo, apoyada en la pared, miraba sus pies mientras seguía destrozando todo lo que alguna vez tuvimos, él y yo, entre las manos.

Mis coléricas lágrimas salen al encuentro, me siento dolida, me siento traicionada, me siento indignada, todo está mal, no quiero estar con él ¿Por qué habría de estar con una persona que quiere hacerme daño? ¿Por qué? Es un monstruo sin corazón al que no le importo lo más mínimo. ¿O el monstruo soy yo? Si le importara no me diría todo eso, no lo diría ¿Lo diría yo? ¿Lo digo yo?

Hace media hora que no sé ni lo que le estoy recriminando. Mis pensamientos se crean entre mis labios, no en mi mente, y de súbito, aquí estoy yo, a voz en grito, derramando sobre él todos los reproches que se me ocurren, los más irrisorios, los más dolorosos, los de siempre, los que hace tiempo que no recordaba. Mis flechan vuelan a ciegas, no quiero mirarlo, si lo miro todo éste muro que ahora soy se derrumbará ¡No quiero! ¡Se lo merece! ¡No me harás daño! ¡Tú no!

- Al fin me miras. – Me sonríe, susurra. – Eres todo furia, mi pequeña soñadora, todo furia. No me extraña que tengas pocos amigos, no me extraña que pocas personas te soporten. – Se ríe de nuevo. – Tienes suerte, sólo se quedan las personas que te quieren de verdad, el resto enseguida se espanta y huyen despavoridos tras ver tu verdadero rostro, toda tú, furiosa, gritando como una fiera herida, soltándole alaridos a la luna. Que se vayan, que se asusten cuando te vean enfadada, así, a los que nos quedamos, nos toca más trozo de tarta.

Yo seguí llorando, las llamas se fueron y dieron paso a la tormenta de verdad, toda aquella cólera se esfumó por completo con la misma rapidez con la que llegó, y me quedé yo, sola, asustada, arrepentida, dolida, todo destruido a mí alrededor.

- ¿Es esto lo que quieres? Grítame, maldíceme, quéjate de todo… no me voy a asustar, no me voy a ir, no te voy a dejar sola. Lo sabes muy bien. Grítame cuánto quieras.

La fotografía es mía: Place du Panthéon:
El Panteón se ve a la derecha de sus gafas de sol, justo destras de mí. 
Allí descansan Voltaire, Rousseau, Émile Zola, Marie Curie,
Jean Monnet, Soufflot.... Y para mí el más importante, 
el mejor, l'unique: Víctor Hugo.
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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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