miércoles, 3 de agosto de 2011

Escapando - París VII

 Y este es el último capítulo que subiré en Internet, pienso apostar por ella a nivel editorial, de hecho ya tengo la historia muy avanzada y me he prometido a mí misma que no la pasaré al ordenador hasta que no esté terminada.

Gracias por pasar el tiempo con mi pelirroja favorita y mi intrépida “protagonista”, gracias por quererlas, y por apreciarlas tanto como yo. 










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PRIMERA PARTE





— Tú y tus enogmes ojos asustados, no me gusta que hagas eso, no eges una persona tgiste , no eges alguien amaggado , no eges un monstguo . Eges una mujeg imponente con los ojos de una chiquilla; tus labios siempge pgepagados paga geíg pog cualquieg tontegía —. Acarició mis labios con la yema de su dedo corazón —, adogo esa songisa tuya.

— ¿Quieres dejar de hablar de mí? Me estás poniendo nerviosa.

Agnès apoya su frente en mí, me besa el pómulo derecho, y cruza su pierna con la mía, está prácticamente sobre mí, toda ella, de nuevo invadiendo mi espacio, jugueteando con mi pelo. Siempre tan cerca, inundándome.

El césped está mojado, el sol se esconde tras algunas nubes blancas esparcidas por el cielo azul.

— Mientes —, susurra al fin — te encanta que te hable de ti.

Al peso de mi propio cuerpo sobre mis codos, hundidos en la hierba, se le ha sumado el peso de Agnès. Me dejo caer sobre el manto verde, ella cae a mi compás, entre risas, besando suavemente mi barbilla.

— Siempre encima de mí, eh…

Quiego gecogdagte que estoy aquí.

— ¿Cómo olvidarlo? —El olor de su perfume se mezcla con el de la tierra húmeda.

— No sé, hoy pageces ausente, así que supondge que es ella de nuevo, acapagándote . Menos mal que no soy celosa, sino, cgeo que hubiega muegto de gabia .

— No digas tonterías — susurro mirando al cielo.

— A veg … ¿qué ha hecho esta vez esa mujeg ?

— Hace unos días le escribí, y ella me respondió.

— ¿Y te mandó a la megde ?

— No, no lo hizo… me respondió amablemente, como solía hacerlo, al principio… creo que incluso fue dulce su manera de escribirme.

La abrazo, soy una egoísta, soy lo peor que hay sobre la faz de la tierra ¿por qué me soporta? Siempre con mis tonterías, siempre con Paula por aquí, Paula por allá. Y ella sigue aquí, correspondiendo mi abrazo, besándome, supliendo a alguien que nunca tendré.

Los turistas van subiendo por las escaleras que llevan al SacréCœur, justo detrás de nosotras. Ante mí París se extiende más allá de lo que mis ojos pueden imaginar, la colina más alta, sobre ella puede verse la ciudad entera, y yo solamente puedo pensar en Paula, su largo y ondulado color castaño, sus huesudas manos…. La ansiedad me anuda el estómago.

— Duele… — Y me aferro a ella, como siempre hago.

— Lo sé, Ma petite , lo sé. Pego yo no puedo haceg nada —. Acaricia los mechones de mi pelo con dulzura mientras, una vez más, construye mi refugio con su carne. Yo me dejo llevar…. Poco a poco sus brazos rodean mis hombros, mi cuello, tapando la luz del sol. Caería por el oscuro y angosto precipicio si no fuera por ella.

— ¿Puedes arrancarlo? — Soy lo peor, soy lo peor, soy lo peor.

Non, ma vie, je ne peux pas[1].

— ¿Por qué?

J'aime ton cœur[2] .

— No hagas eso… — y aquí llega la primera lágrima de mi palpitante y lastimero corazón —. Yo no lo quiero, quédatelo.

Vraiment, ce n'est pas pour moi[3].

— Tú lo cuidas mejor que yo. A mí no me sirve para nada.

Agnès se echa a reír, su estómago se encoge; yo, escondida en su cuerpo, soy partícipe de su risa.

— A ti, lo que gealmente te pica es eso. Esa mujeg no megece la pena, pego te hace sufgig , y pog eso la quieges , pogque no eges especial paga ella, lo sabes. Tan capgichosa eges , tan masoquista, tan… ¡Tan toi [4]!

— Ya, cállate ya —. Me separo de su carne tibia y la miro con el ceño fruncido.

Pleurnicheuse[5] —. Susurra, mientras besa mis ojos. Sus alas, de nuevo a mí alrededor, puedo escuchar claramente cómo se despliegan: el sonido de estas plumas suyas que se expanden a mi alrededor…

Je suis un monstre sans coeur [6]—. Mi respuesta es decidida, clara, en perfecta y armónica entonación. La miro, aun con el ceño fruncido, dispuesta a ser ese monstruo que acabo de afirmar que soy.

Ella se echa a reír de nuevo, y burlona, me abraza con fuerza, sus manos están heladas, su corazón acompasado. Las escaleras llenas de turistas, el cielo grisáceo de un París infinito, frente a mí. Sus alas, transparentes, inmóviles, cubriendo éste corazón mío que sigue aullando dolorosamente.

— Pobre de ese tgoyano tuyo que te quiege tanto —. Susurra, diluyendo el abrazo, deslizando sus manos por mi frente, apartando la maraña de pelos que se arremolinan en mi nariz y mirándome, tan tierna, tan alegre.

— ¿Pobre? ¿Por qué pobre?

— ¿A él no le llogiqueas así?

— ¿A él? No —, contesto frunciendo el ceño, pensativa.

— ¿No?

— Cuando estoy con él nunca me acuerdo de ella. Pero él ahora está ocupado y no quedamos mucho, la verdad.

Y ahora es Agnès la que frunce el ceño por primera y extraordinaria vez. Sus ojos claros y limpios se oscurecen.

— Él se lleva tu amog ¿y yo tus oggasmos?

— Con él también tengo orgasmos.

No reconozco a esta Agnès, varada frente a mí, de expresión enfadada y labios indecisos.

— Entonces… ¿Qué haces aquí? — Acierta al fin a preguntarme, un breve rayo oscuro cruza sus ojos, es el miedo.

— ¿Y tú aquí? – le contesto, acercándome a ella, estrechando sus delicados hombros entre mis manos.

Ella me mira, y yo no entiendo qué le pasa, nunca la había visto tan indecisa.

J'aime voir ton pleurer [7] —. Responde pensativa.

Ahora soy yo la que se echa a reír, entre nerviosa y asustada, mis labios dejan de sonreír. Incluso ahora, mi corazón amenaza con salir de dónde se encuentra y no hay nada que yo pueda hacer para evitarlo. Agnès parece perdida, hace un buen rato que no es capaz de mirarme.

El silencio me presiona la sien, tensa mis hombros, mis manos, mis ojos. Quiero salir corriendo. Sin apenas darme cuenta, me he levantado de nuestra alfombra verde, y ya no vuelo sobre París, la vista ya no parece tan impresionante, los turistas parecen haberse multiplicado, el sol cae con fuerza, los murmullos en varios idiomas gritan en mis oídos.

Ella sigue sentada, sobre los pies verdes del Sagrado Corazón de París, se mira las manos, ensimismada, con los hombros encogidos.

Quiero salir corriendo de nuevo, he dado el primer paso, el segundo, el tercero; soy una cobarde.

Si no puedes correr gatea, y si no puedes gatear, busca a alguien que cargue contigo. Paro, me doy la vuelta, ella mira mis pies. No, no pienso huir ésta vez; mi corazón intenta salir del angosto lugar en el que había quedado recluido, grita y aporrea lo que encuentra a su paso. No, no, no, no correré. Ella ha cargado conmigo, ella, sus remiendos, sus alas, sólo ella. Tengo miedo, pienso en Paula y las manos me tiemblan, miro a Angès y la sangre de mi cuerpo se arremolina. No me iré.

Vuelvo sobre mis pasos, mis rodillas caen sobre la marea verde; vuelvo rendida, sumisa y obediente. Ella me mira, sus increíbles ojos negros, los mechones de pelo rojo vuelan, traviesos, sobre las constelaciones anaranjadas espaciadas sobre sus pómulos.

— Te necesito —. Le susurro, acariciando su espalda, atrayéndola hacia mí, besándole la frente.

¿Et la femme, quoi? [8]— Nunca volvería a ver sus insondables ojos negros consumidos por el miedo.

Je ne sais pas, mon ange[9] —. Y envolviendo aquellas dos últimas palabras con toda la dulzura que pude acumular, logré que mi Agnès volviera a mí. Y vi sus alas de nuevo, los brazos lechosos de mi pelirroja envolviéndome, sus labios, pecadores, devorando los mío.


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[1] Vida mía, no puedo hacer eso.

[2] Me gusta tu corazón.

[3] Realmente, no es para mí.

[4] Tú.

[5] Llorona.

[6] Soy un monstruo sin corazón.

[7] Adoro ver tus lágrimas (tu llorar).

[8] ¿Y esa mujer, qué?

[9] No lo sé, mi ángel.
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París, ella, y un par de días es todo lo que necesito. Nunca entenderé cómo, ni por qué pero ella lo consigue, consigue pegar los pedazos, sin preguntas, sin quejas, sin compasión; su risa siempre dispuesta a contagiarme; sus ojos atentos, negros, expectante, observándome, como si nada más existiera; sus labios, susurrantes, carnosos, rosados, me muerden, me besan, me arrastran; su cuerpo tibio, acompañándome, sobre mí, a mi lado, a unos pasos, nunca demasiado lejos; su viola, gritando a altas horas de la madrugada; su piso, situado en La Rue de la Harpe, pequeño, tan pequeño que no tiene puertas, nada más entrar, la cocina a la izquierda y el salón también, el ventanal, la pared, una cornisa a la izquierda y la habitación, el cuarto de baño y la ducha parecen un armario empotrado más… era minúsculo la primera vez que entré, con ella tomada de la mano; pero ahora, ahora es inmenso, o al menos así me lo parece. ~~~~PARA LEER EL EL RESTO DE LA HISTORIA click EN LA FOTOGRAFÍA
"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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