lunes, 28 de octubre de 2013
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viernes, 11 de octubre de 2013

Dolor


El sonido hueco de un cuerpo que cae al suelo de repente, ella se sobresalta, sus hombros se encojen levemente, sus pulmones se llenan de súbito y sus talones se levantan del suelo a penas un centímetro. Miraba ensimismada por la ventana empañada, ahí afuera sólo la noche sin fin mora y se extiende por todos los horizontes.
Sus ojos dejan de atender el cristal en el que pequeñas gotas de lluvia acuden a morir, ladea la cabeza para mirar de reojo en un gesto mecánico y ausente. No Necesita mirarlo para saber quién es la dueña del cuerpo que ha caído.
Suspira y observa las cajas a su alrededor, son cajas de una mudanza que nunca terminó, cajas cerradas y abiertas, cajas vacías y cajas llenas.
Sus labios se imprimen uno contra el otro y cierra los puños con fuerza en un instinto que lucha por reprimir. Vuelve a mirar por la ventana y apoya la palma de una de sus manos contra el cristal, está frío y empañado, una comedia de sonrisa se asoma a la comisura de sus labios y mira al cielo sin estrellas ni luna. Suspira una vez más, toma fuerzas y al fin se decide a caminar hacia el cuerpo muerto. Se agacha le aparta los mechones de cabello que con la caída se han esparcido por su rostro, la mira con infinito amor y le da un beso en la mejilla, otro en la otra mejilla, besa su fría frente, su nariz… y la abraza con fuerza. Lloraría si le quedaran lágrimas en el cuerpo, pero no, con la lluvia y el frío ya es suficiente.
Se levanta del suelo, se lleva las manos a la cabeza y toma aire una vez más armándose de valor, frunce el ceño y coge el cuerpo por los tobillos para poder arrastrarlo mejor. El cuerpo muerto, flácido y pesado se arrastra por el suelo mientras ella lo mira. Su cabello largo su media sonrisa, siempre esa media sonrisa congelada en el tiempo. ¿Por qué? ¿Por qué una sonrisa en el momento en que murió?
Y entonces recuerda la primera vez que tuvo que hacer lo que está haciendo ahora, recuerda cómo le temblaba el cuerpo y cómo las lágrimas arrasaban sus mejillas, conquistando su barbilla en un océano de desolada desgracia.
Recuerda el desasosiego y el rechazo absoluto, recuerda la imperiosa resignación de quién se obliga a sí mismo a cometer actos que no quiere…. que no puede… que no debería... Porque a veces no hay otro camino, a veces o es así o no es de ningún otro modo.
Y pasó horas suplicándole a una muerta que se levantara, y era inútil, y era una guerra perdida, y era absolutamente estúpido, pero ahí siguió durante horas, exigiéndole que se levantara, suplicándole que abriera los ojos, gritándole que no podía hacer eso, desgarrándose en un clamor que no la auxiliaría.
Y nadie llegó para ayudarla, nadie.
Pasaron varios días y el cadáver empezó a pudrirse, no quedó alternativa, porque nunca la hay.
Y aquí estamos de nuevo, ya no le tiembla el pulso, ya no llora, tampoco suplica, la fútil esperanza quedó enterrada después de la…. ¿Cuál fue? ¿La cuarta? ¿La quinta? ¿Cuántas han pasado desde entonces?  Imposible saberlo.
El cráneo impacta contra el suelo en cada escalón que baja, y el desagradable sonido aún hoy la hace temblar de dolor y rabia, pero lo disimula bien. Continúa hasta llegar a ras del suelo, y sigue arrastrando el cadáver, mirándola con amor. Sus ojos se mueren de cariño cuando la miran, ha dejado de rechazarla, ha dejado de querer que despierte, ha abandonado la idea de que se levante. No lo hará, lo sabe bien.
Mientras arrastra el cuerpo levanta la mirada y observa las fotografías de un pasado ya oxidado y ajeno.
Suelta sus pies que caen al suelo amartillando el parqué. Abre la puerta principal, toma la pala que hay al lado de la puerta y empieza a cavar bajo la lluvia. La primera vez que cavó no llovía porque ella lloraba pero el frío glacial congelaba su cuerpo y tiritando cavó, y cavó, y cavó, más y más profundo, hasta casi cubrirla entera. Tira la pala fuera del hoyo y escala hasta la superficie.
La lluvia se precipita sobre ella. Su ropa empapada, llena de barro y sangre, sus manos colmadas de llagas. Se permite un momento de descanso, un momento de delirio. Mira hacia la puerta de la entrada y ve los pies del cadáver justo donde los dejó. La hierba moja su espalda, puede sentir algunos gusanos haciéndole cosquillas. Todas las luces de la casa están encendidas.
No hay nadie, sólo ella y el sonido de la lluvia, ninguna otra luz en el horizonte, ningún resplandor en el cielo, ni siquiera uno pequeñito. Nada. Sonríe y suspira varias veces. Luego se levanta de nuevo, toda empapada y sucia se dirige hacia el cuerpo muerto. Lo arrastra hasta el hoyo.
Con amor, cariño y veneración la tumba al lado de la fosa.  Las gotas resbalan por su cuerpo empapando el cadáver de la mujer muerta. Ella la abraza por el cuello, vuelve a apartarle los mechones de la cara, la toca, la acaricia, sonríe y le besa la frente. La abraza con amor, con ternura, con desasosiego.
- Descansa en paz mamá. Te quiero mucho, te quiero con todo mi corazón.
La deja caer en la fosa y va sepultando a su madre, su cuerpo sumido entre arena y lluvia va desapareciendo. Recuerda los gritos desesperados en medio de aquella nada, recuerda los desolados “perdón”, los aciagos “lo siento”, los frenéticos “te quiero” que pronunció en cada puñado de tierra que cayó sobre el cuerpo de mamá. Nada parecido a la tranquilidad con la que ahora actúa, pues sabe que tendrá que volver a enterrarla de nuevo, en un tiempo no muy lejano.
Una luz minúscula aparece en el cielo con el último puñado de tierra. Alrededor de la casa está lleno de sepulcros que una vez tuvo que cavas, son incontables, casi ya no queda espacio en la superficie terrestre para más tumbas.
Ella mira hacia la luz. Suspira, se lleva las manos ensangrentadas a la cara y empieza a llorar por esa luz que se ha encendido en el cielo nocturno y ha vuelto a esfumarse con la misma rapidez. Su cuerpo cae lánguido, y durante un segundo, a pesar de la lluvia y del frío, ha sentido algo de calor y algo de paz aquí dentro.

Oscurece, la lluvia arrecia.
Una pupila.
Un iris verde, a veces marrón, a veces incluso amarillento.
Un parpado que se cierra

Un corazón que de derrama.
viernes, 9 de agosto de 2013

Mud - Barro














M u d

She scratches, with nervous hands and the rain streaming down her back, down her eyelids, down her chin, down the inverted peaks of her hair (open and frayed), down the stones that surround her. Her knees will still resist a little bit more on that floor full of sharp rocks; they will still endure before the pain becomes insufferable.
 She, blind in front of the thick mud where she is sinking her hands, isn’t conscious of what is staining her immaculate white nightgown.
 “Faster, faster, faster” she gibbers, nervous, repeating that last word over and over, while her clumsy and delicate hands scratch, faster and clumsier.
 She doesn’t complain of the small rocks that make their way through her knees’ skin and her hand palms’ flesh.
 It rains. Her hair, long and blonde, falls, heavy, wet; little by little, it gets mixed up with the mud, leaving away its copper and luminous tone; her hair strands aren’t the same golden hair in which he used to play entangling his fingers anymore.
 Over the stones that surround her there isn’t a Moon, only gray clouds are left; not even the cypresses’ shadows accompany on her search. But that… that doesn’t matter to her either… she just wants to see his smile one more time, feel his naked body in between her thighs, his succulent lips in between her breasts or whispering to her ear those words:
 “Every time you go I am only flesh and bones…”
 She wants to laugh again like that time.
 “Be careful, you run the risk of me believing you.”
 The image reaches her mind while she scratches, the residual image of his dimples, his black hair and his green eyes; but, most of all, she remembers his smell, his arms, his big and rough hands.
 The only organized sequence of her life immortalized on her memory is that little nineteen-word-long dialogue… but she couldn’t be sure of that either. Is this what was left of her? Two nonsense phrases? And her story? Where has it gone? Only whispers are left, words, screams, incoherent kisses.
 The mud hole grows as she scratches; hours or years, she knows nothing about time, she neither understands the horrible truth that lies before her eyes, no. She knows nothing, but she doesn’t care either.
 She went mad, she doesn’t remember why, what was left of her died of sorrow; what was left of her was a tangle of flesh, nerves, blood, tears… And a sack of little images, sensations and words. More than twenty years have passed since the dialogue she remembers. There’s no sequence, this time there is no story, only her and the mud, and the rain, and the tombs, and the anxiety; and love; and the search for her los happiness: him.
 It’s been some hours since she stopped feeling her fingers, the blood and cold mix with the mud; but there, under her knees, is the reward that is given to those that fight for their happiness.
 She’s there, she just found the coffin’s lid.
 “Ted!” she screams excited, she calls him full of a happiness she believed was lost, she shakes with excitement.
 She’s dying of cold.
 She strokes gently the wooden door, she tilts her head and smiles, in between her lips there is no white ivory, only holes, brown and green spots… She’s a crazy woman, a disturbed lady, a social deprivation, she doesn’t need her teeth.
 “Ted! It’s me, Helena!”
 Radiant, she hits the coffin a couple of times, she knocks on the door, she and the million of butterflies that now live on her belly button, she thought they were dead since the last time she saw him. In an act of illusion she hugs herself, and would sing with happiness if she knew any song’s lyrics.
 She looks nervous and blindly the coffin’s hinges, she tries to open it with her hands; but the nails are resistant and after scratching, she barely has the strength.
 “Ted! My love, open me, I’m here. I have come as soon as I could. There were problems with the carriage’s wheel… Don’t get angry with me.”
 She leans her head, trying to listen what is happening in the next room, why doesn’t her fiancé want to open the door? Is he angry? Could she have done something wrong? Something that disturbed him maybe?
 The girl sits up, looks at her dress, she wants to be presentable for him. She hasn’t seen the mud soiling all of her body, her hair, her nose, her cheeks, her arms.
 A ray strikes far away and for some seconds she doubts of her own memories, she doubts of her own name, but not Ted’s, it’s him, it’s Ted who is in the other room.
 Helena, the crazy Helena, stands up and looks with her arms up, looks in the corners of the hole, that is now as deep as her.
 “Where… Where is my jeweler? Marina, bring me my jeweler!” she yells frenetically, ordering her maid around. However she keeps looking with her hands, in between the mud. “Here! Marina, it’s no longer necessary, I have it here.”

She holds the silver box decorated with rubies strongly in her hands and she gets on her knees once again; her bruised knees protest but she doesn’t, she’s too concentrated hitting the door with the jeweler.
 She laughs excited after so many years, at last she will be able to see him and hug him again like before.
 Some hours will pass before the door of the coffin cracks open.
 There is the first hole towards her happiness. Anxious, she continues to strike, now with a renewed force, Hope grows inside her. Wood chips and the smell of putrefaction is the only thing that emanates from there inside, but she doesn’t stop, she would never give up being so close.
  

A neglected burst of laughter resonates in the graveyard, it’s she, it’s she who has found at last, now, her Ted; There he is, lying, asleep. Carefully, so as not to wake him up, she introduces herself too in the bed and hugs him. She hugs the bones and the putrefied viscosity that once was that boy that she remembers.
 She’s happier that she ever was, she has just recovered the only thing that has always mattered, that thing she lost, that is by her side, as handsome as always, his dimple, his chin, his eyelashes, his hands, even his smell.
 Helena there lying, kisses Ted’s decomposed skull who is no longer Ted and nothing else matters now, they are together again. She sighs tired, proud, full of happiness and hope. She entangles the fingers of one of his hands with her own and leaning on his shoulder, she falls peacefully asleep.
 And it doesn’t matter what was the name the stone read, neither the place in which it lies; just him and her.

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 Daily Deviation Given 2012-03-25  




:iconbelongsplz:© Estefanía V G 2010

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BARRO

Escarba, con las manos nerviosas y la lluvia derramándose por su espalda, por sus párpados, por su barbilla, por las cimas invertidas de su cabello (abiertas y deshilachadas), por las lápidas que la rodean. Sus rodillas aún resistirán un poco más en aquel suelo lleno de piedras puntiagudas; aún aguantarán antes de que el dolor resulte insoportable.
      
      Ella, ciega ante el espeso barro donde está hundiendo sus manos, no es consciente de que está manchando su inmaculado camisón blanco.
      
      - Mas rápido, más, más más.- farfulla, nerviosa, repitiendo esa última palabra una y otra vez, mientras sus torpes y delicadas manos escarban, más rápidas, y más torpes.
      
      No se queja de las pequeñas piedras que se abren paso entre la piel de sus rodillas y la carne de las palmas de sus manos.
      
      Llueve. Su cabello, largo y rubio, va cayendo, pesado, mojado; poco a poco, se va juntando con el barro, dejando ya de ser de un tono cobrizo y luminoso; los mechones de su pero ya no son los mismo cabellos dorados en los que él jugaba a enmarañar sus dedos.
      
      Sobre las lápidas que la rodean no hay Luna, sólo quedan las nubes grises; ni siquiera las sombras de los cipreses la acompañan en su búsqueda. Pero eso… eso a ella poco le importa… sólo quiere ver su sonrisa una vez más, sentir su cuerpo desnudo entre los muslos, sus labios carnosos entre los pechos o susurrándole al oído aquellas palabras:
      
      - Cada vez que te vas soy sólo carne y huesos…
      
      Quiere volver a reír como aquella vez.
      
      - Ten cuidado, corres el riesgo de que acabe creyéndote.
      
      La imagen llega a su mente mientras escarba, la imagen residual de sus hoyuelos, su pelo negro y sus ojos verdes; pero, sobre todo, recuerda su olor, sus brazos, sus manos grandes y ásperas.
      
      La única secuencia ordenada de su vida inmortaliza en su memoria es ese pequeño diálogo de diecinueve palabras… pero tampoco podría estar segura de ello. ¿Es esto lo que queda de ella? ¿Dos frases sin sentido? ¿Y su historia? ¿Dónde ha ido?  Sólo le quedan susurros, palabras, gritos, besos inconexos.
      
      El agujero de barro crece a medida que ella escarba; horas o años, no sabe nada del tiempo, tampoco comprende la horrible verdad que hay frente a sus ojos, no. No sabe nada, pero tampoco le importa.
      
      Se volvió loca, no recuerda por qué, lo que quedó de ella se fue muriendo de pena; lo que quedó de ella fue un amasijo de carne, nervios, sangre, llanto… Y un saco lleno de pequeñas imágenes, sensaciones y palabras. Más de veinte años han pasado desde el diálogo que recuerda. No hay secuencia, esta vez no hay historia, sólo ella y el barro, y la lluvia, y las tumbas, y el ansia; y el amor; y la búsqueda de su felicidad perdida: él.
      
      Hace ya unas horas que ha dejado de sentir los dedos de sus manos, la sangre y el frío se mezclan con el barro; pero ahí, bajo sus rodillas, está la recompensa que se da a los que luchan por su felicidad.
      
      Ha llegado, acaba de encontrar la puerta del ataúd.
      
      - ¡Ted!- Grita ilusionada, lo llama llena de una felicidad que creía perdida, tiembla de ilusión.
      
      Está muerta de frío.
      
      Acaricia suavemente la puerta de madera, ladea la cabeza y sonríe, entre sus labios no hay marfil blanco, sólo huecos, manchas marrones y verdosas…. Es una loca, una perturbada, un despojo social, no necesita sus dientes.
      
      - ¡Ted! Soy yo ¡Helena!
      
      Radiante, da un par de golpes en el ataúd, llama a la puerta, ella y el millón de mariposas que ahora viven en su ombligo, las creía muertas desde la última vez que lo vio. En un acto de ilusión se abraza a sí misma, y cantaría de alegría si se supiera la letra de alguna canción.
      
      Busca nerviosa y a ciegas los goznes del ataúd, intenta abrirlo con sus manos; pero los clavos son resistentes y después de escarbar, apenas le quedan fuerzas.
      
      - ¡Ted! Amor mío, ábreme, estoy aquí. He venido en cuanto he podido. Hubo problemas con la rueda del carruaje… No te enfades conmigo.
      
      Apoya la cabeza, intentando escuchar qué sucede en la habitación contigua, ¿Por qué su prometido no quiere abrirle la puerta? ¿Acaso está enfadado? ¿Ha podido hacer ella algo malo? ¿Algo que lo perturbara quizás?
      
      La muchacha se incorpora, mira su vestido, quiere estar presentable para él. No ha visto el barro manchando todo su cuerpo, su pelo, su nariz, sus mejillas, sus brazos.
      
      Un rayo cae lejos y por segundos duda de sus recuerdos, duda de su propio nombre, pero no del de Ted, es él, es Ted el que está en la otra habitación.
      
      Helena, la loca Helena, se levanta y busca con los brazos extendidos hacia arriba, busca en las esquinas del agujero, que ya es como ella de profundo.
      
      - Dónde… ¿Dónde está mi joyero? ¡Marina, tráeme mi joyero!- Grita frenética, ordena a su criada. Sin embargo sigue buscando con las manos, entre el fango- ¡Aquí! Marina, ya no hace falta, lo tengo.
      
      Sujeta fuerte entre sus manos la caja de plata adornada con rubíes y se arrodilla de nuevo; sus magulladas rodillas protestan pero ella no, está demasiado concentrada golpeando la puerta con el joyero.
      
      Ríe ilusionada después de tantos años, por fin podrá volver a verlo y abrazarlo como antes.
      
      Pasarán unas horas hasta que la puerta del ataúd se resquebraje.
      
      Ahí está el primer hueco hacia su felicidad. Ansiosa, sigue golpeando, ahora con fuerza renovada, la esperanza crece dentro de ella. Astillas y olor a putrefacción es lo único que emanada de ahí dentro, pero no se detiene, no se rendiría nunca estando tan cerca.
      
      
      
      Una carcajada descuidada resuena en el cementerio, es ella, es ella que ha encontrado por fin, ya, a su Ted; ahí está, acostado, dormido. Cuidadosamente, y para no despertarlo, se introduce ella también en el lecho y lo abraza. Abraza los huesos y la viscosidad putrefacta que una vez fue aquel muchacho que ella recuerda.
      
      Es más feliz de lo que jamás fue, acaba de recuperar lo único que le ha importado siempre, aquello que perdió, está ahí a su lado, tan guapo como siempre, su hoyuelo, su mentón, sus pestañas, sus manos, incluso su olor.
      
      Helena allí tendida, besa el cráneo descompuesto de Ted que ahora no es y ya no importa nada más, están juntos de nuevo. Suspira cansada, orgullosa, llena de felicidad y esperanza. Entrelaza los dedos de una de sus manos con los suyos propios y recostándose en su hombro, se queda plácidamente dormida.
      
      
      Y no importa cuál fuera el nombre que rezaba la lápida, tampoco el lugar en el que se encuentra; sólo él y ella.
miércoles, 7 de agosto de 2013

Zenobia


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Apenas llegaba al metro de altura cuando empecé a trabajar como criada en la casa del patrón, para mí eran los trabajos más escabrosos y desagradables, hasta que el dueño de mi vida  tuvo a bien encomendarme una tarea más… ¿cómo lo llamó él? Más apropiada para mi cara bonita, y empecé a ser la zorra del esclavo que aquel día había ganado sobre la arena. Yo debía honrar y complacer al triunfador. Jamás olvidaré aquella primera vez, dolorosa y desgarradoras, me tomó con violencia y desdén, destrozándome una y otra, y otra vez hasta quedar dormido.
Ni siquiera el dueño de todos nosotros auguraba lo que pasaría a partir de entonces. Aquello puso de patas arriba a todos los esclavos que solían luchar en la arena, de repente todos ambicionaron la victoria. Por lo visto poseer mi cuerpo con brutalidad era un premio digno por el que luchar, y yo, condenada a no ser más que la furcia de cualquier esclavo, me resigné, acepté mi destino y sin más anhelos que ofrecer placer, cumplí con mi designio. Los Esclavos de la arena fueron alternando el primer puesto y compitiendo entre ellos. Yo fui pasando de una bestia a otra, sin quejas ni remilgos. El patrón multiplicó sus ingresos en cuestión de meses.
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Y llegó Urian, jamás había visto nada igual, un hombre fiero y atroz sin igual, ninguno de todos pudo con él, rápidamente se hizo con la victoria de todas las batallas, su gloria fue consecutiva. Y también ganó algo… algo que jamás había ganado nadie.
A mí no se me permitía asistir a la batalla, así que aquella noche, ungida en aceite de rosas, entré en la alcoba, como siembre, sonriente, dispuesta, desnuda.
- Moswen…
Fue lo único que susurró, me miró durante un buen rato, me escrutó con sus fieros ojos de aquella manera extraña, con las manos aún cubiertas de sangre y algunas heridas abiertas adornando sus numerosas cicatrices.
- Mi nombre es Zenobia.
- No… no lo es…
Jamás supe a qué se refería, imagino que al color de mi pelo o quizás le recordé a alguien, tampoco se lo pregunté; como tantas otras cosas, acepté que él me llamara de una manera diferente, y que me tratara de una manera diferente. Aquel hombre me tocaba como si fuera un verdadero tesoro, y yo me sentía extraña, nadie me había tocado así, como si… como si yo valiera la pena, como si fuera algo valioso, como si yo también mereciera sentir placer.
Y así fue, noche tras noche, ningún hombre le hizo eco desde entonces, yo me acostumbré a él, a aquella manera de tocarme y de llamarme, me acostumbré a su cuerpo y al calor, y al… al amor.
Hasta que una noche, no fue él el victorioso, creo que el patrón se dio cuenta, de una u otra manera lo sabía.
Y ahí viene mi destino a buscarme, mientras duermo junto al nuevo ganador. Mi destino es Urian, o más bien su mano, que me agarra con fuerza del pelo, despertándome, y me jala de éste hasta llegar al patio.
- ¿Es que a caso no tienes más sueños que los de complacer a un esclavo?
Su pregunta está llena de ira y violencia. Yo lo miro confundida y terriblemente asustada, no reconozco su mirada, no me mira como siempre. Tampoco soy capaz de entender su indignación, soy una esclava, no se me permite tener sueños o aspiraciones, he olvidado cómo se hace eso, si es que los tuve alguna vez.
- Este es el trabajo que se me encomendó, lo desempeño como puedo – murmuro.
Urian gruñe entre dientes un cúmulo de insultos hacia mí y me arroja contra el suelo violentamente. Yo por primera vez tengo miedo a morir, me matará, después de tantas noches, de tantas palabras, de tanto candor. Me matará aquí y ahora. O eso pensé.
- Ninguno de estos zafios te tocará más. - Clava su espada en el suelo, - Moswen… ¿Es que no lo ves? Tanta belleza… no has nacido para vivir encadenada… éste no es tu lugar…
Una de sus manos me sujeta por el cuello y aprieta con fuerza, está muy enfadado, ¿por qué? Aprieta mi cuello y me levanta del suelo mientras yo me asfixio. Soy como una muñeca de trapo, es hora de morir.
- Defiéndete – me increpa, mientras su mano me apaga, y yo sigo inerte. – Moswen… defiéndete…
Sus ojos cambian, me suplican… entonces, justo entonces, empezó mi destino, justo en el momento en el que yo empiezo a defenderme con torpeza. Y él suspira, y me suelta, yo caigo de bruces contra el suelo, respirando desesperada.
- De ahora en adelante, tendrán que ganarselo.
Él no volvió a perder ni una sola vez, se dedicó a enseñarme a luchar, insistió y persistió hasta que el patrón aceptó mi nuevo título: Esclava de arena. Y fui progresando, fui fuerte y veloz, diestra con la espada, fui una asesina sobre aquella arena que tantas veces había marcado mi sino. Y fui uniendo cicatrices a las que ya tenía.
Hasta que un giro del destino y un ambicioso y descorazonado patrón nos situaron sobre la misma arena, frente a frente. Entonces yo no era más hábil, ni más fuerte, ni mejor que él, sin embargo se dejó matar por mi y con el último soplo de su corazón entre mis manos, el mío se apagó.
Ya no había nada que me retuviera en aquel lugar, ni siquiera venganza albergaba, no quedaba nada dentro de mí, ni bueno ni malo. Escapé de allí aquella madrugada, sin más destino que seguir caminando y alejarme.
miércoles, 1 de mayo de 2013

Atroz



Ligeia se bautizó a sí misma, borró el nombre que sus padres le otorgaron al nacer y decidió que ya no era la misma niña, su padre le robó su nombre, le robó todo lo que una vez fue, y se coinvirtió en algo…. algo distinto que requería un nombre especial, un nombre diferente. Y olvidó, olvidó quién fue y cómo se llamaba.

– Tranquilo… no tengas miedo… No te voy a comer – a aprendido a entonar su voz rasgada y susurrante.

El hombre de la barra observa con estupor y cierta fascinación la grotesca sonrisa de Ligeia, y se pregunta cómo alguien puede tatuarse algo tan horrible en medio de la cara. Escondió sus hermosos labios rojos bajo tinta negra y una retahíla de dientes monstruosos y desiguales que sonríen de oreja a oreja. Ligeia siempre sonríe.

– Mujer, vas a acabar con todo el maldito alcohol de éste local… éste no es lugar para una dama.

Liegia frunce el ceño y estrella la jarra de cerveza contra la pegajosa barra. Se acerca al hombre, con el ceño fruncido y gruñe como un monstruoso animal, pero finalmente se marcha. El hombre da un respingo, está acostumbrado a ver el tugurio repleto de piratas a los que les faltan miembros, piratas que jamás se han duchado, pero ésta mujer es diferente, es… ¿es un fantasma? ¿una bruja? quizás algo peor. Puede que Ligeia tenga el aspecto de un monstruo pero no lo es, su sonrisa ahuyenta a los verdaderos monstruos, los humanos. No le gusta la gente ni las peleas, aunque sin saber por qué termina en medio de muchas, debe de ser por su aspecto, aquel tipo hizo bien su trabajo, lo hizo francamente bien.

La mujer sonríe mientras sale por la puerta, y el camarero respira con tranquilidad, da unos pasos hacia afuera, tambaleándose y empieza a pasear dando tumbos por el embarcadero. Aprendió a beber tiempo atrás, aprendió que a cada baso de licor que tomas algo muere dentro de ti, primero muere la tristeza, así que estás sonriente, luego muere el silencio y todo lo dice en voz alta o gritando, aunque no haya ninguna razón, cantas, bailas, intimas con quien sea… Luego muere la estupidez y hablas con inteligencia, rechazas al bárbaro que te ha convencido para que lo acompañes a cualquier rincón, te niegas a yacer con un hombre con los suficientes problemas mentales como para empujar a una tipa de pelo azul y su suntuosa sonrisa. Y por último, por último mueren los recuerdos… esos…. esos son difíciles de matar. Y aunque lo ha intentado, no logra borrar aquellas imágenes de su mente. Ha bebido para olvidarlas, ha cambiado totalmente, ha borrado la belleza del espejo, pero ahí siguen, de nuevo esos malditos recuerdos arrastrándose por dentro de su corazón, arañando y mordiendo. Duele, duele muchísimo.

Y huyendo de sus recuerdos vuelve a ellos en cada beso de licor.



Ligeia fue una muchacha normal, nació en el seno de una burguesía cada vez más próspera, vivió con todo tipo de lujos y comodidades. Papá era comerciante, últimamente estaba enfrascado en el negocio de la pesca y un día, nuestra jovencísima e inocente Ligeia acompañó a su padre, quería saber lo que era navegar.

La noche en alta mar es dura, y la cubierta no es lugar para una muchacha curiosa, pero de entre todos los gritos, de entre todas las olas advenidas contra el barco, un canto melódico y rítmico se alzó por encima de todos. La canción más hermosa y triste que unos oídos humanos puedan escuchar

Era la única que lo escuchaba, miraba fascinada hacia el oscuro horizonte, acerrada a la vela mayor. Los demás hombres parecían ignorar aquel hermoso canto. Y la tormenta amainó, las hubieron de perecer, la calma volvió como siempre vuelve.

Nadie vio a la muchacha que se asomaba entre los barrotes de proa. Nadie se fijó en ella.

Entonces la vio, lumínica, escamada, increíblemente hermosa, la criatura más bonita que había visto jamás. Corrió, adentrándose entre las tripas del barco, y al llegar al fondo abrió la pequeña ventana redondeada. Allí estaba, sonriente y juguetona, una sirena, sí…. una sirena. Algo se encendió dentro de Liegia, aquella preciosa mujer de cabellos azabache y refulgentes ojos verdes... La sirena siguió susurrando su canción, sonriéndole a la adolescente Ligeia que ya había regalado su corazón a cambio de una mirada más, sólo un poco más.

La sirena coló una de sus manos por la pequeña ventana, tocó a Ligeia y la acercó más y más a ella, quería… un beso de sus labios y eso le dio, un beso carnoso y mojado, un beso con olor a sal y sensación oceánica.

Un arpón y el cuerpo de la sirena saliendo del agua, el grito de dolor encoge el corazón de Ligeia, que mareada y loca de dolor, cae al suelo.

- ¡Cortadle la cola antes de que se convierta en piernas o perderá todo su jodido valor! - Reconoce la voz de su padre al instante.

Para cuando llega a la superficie, el cuerpo mutilado de la sirena yace inerte en el suelo, la preciosa cola escamada de colores imposibles es arrastrada por un zafio y orondo contramaestre que ríe imaginando el oro que pagarán por la pieza.

 La muchacha que una vez fue Ligeia no lo entiende, algo se ha roto en lo más profundo de su alma, algo que ya no volverá jamás, cómo pueden matar a un ser tan hermoso. Horrorizada, contemplaba el busto muerto de la sirena. El suyo es un rostro perfecto, su luz está muriendo, su cuerpo palidece pero la hermosura de la criatura permanece intacta, a pesar de que sus entrañas se derraman por la cubierta.

Entonces el padre de Ligeia lo arrastra a patadas por la cubierta y lo lanza de nuevo al mar. Su hija acaba de morir en ese mismo instante, en su lugar nace algo distinto y grotesco, algo rabioso y desprovisto de humanidad, algo frío y oscuro. Jamás volverá a creer en los humanos.

La mucha se asoma, los largos cabellos de la sirena brillan y revolotean mientras el cuerpo se hunde.

Esa misma noche hay una fiesta y un baile en honor de su familia ¡Una cola de sirena! Durante la fiesta Ligeia encuentra la manera de escapar, ropa, todas las joyas de su madre, y un saco de monedas de oro en pago por el alma de la hija que acaban de asesinar brutalmente.

Paga una moneda de oro por aniquilar sus labios y convertir su cara en una oda a la aberración. Al pirata encargado del tatuaje le tiembla el pulso mientras improvisa con la aguja entre los mugrientos dedos y ríe, le da un trago a la botella de ron que Ligeia ha comprado y hurga en la preciosa cara de la muchacha. El pirata no pregunta, ni cuestiona, no sabe que está creando a una nueva criatura.



Volvamos al cantina de la que acaba de salir una mujer terrible y atractiva a partes iguales, evitando una palea con el rústico y primario intento de ser humano de siempre, y no es que fuera el mismo físicamente, pero los varones humanos siempre son iguales.

Volvamos a una Ligeia tambaleante, que cae de bruces contra el suelo, y queda tirada en el muelle. Entre todas las siluetas de los barcos atracados, en el horizonte el sol empieza a dar sus buenos días. Ella entreabre los doloridos y enrojecidos ojos. La imagen residual de su amada partida por la mitad la acompañará siempre, los recuerdos no morirán jamás, por mucho que engulla litros y litros de alcohol. Esa desazón sólo termina con la muerte, pero Ligeia no quiere morir.

Quiere ser una sirena, reniega de la especie humana, y al maestro ya se le han agotado las ideas. El maestro Zalabin, un hombre viejo y decrépito que encontró en la parte francesa del Caribe, le dijo que tenía la fórmula para convertirla en sirena, pero aquí seguimos, en el mismo punto, el mismo océano, ni una escama. Pero ha aprendido mucho desde aquel entonces. Las joyas se agotaron, el oro se esfumó entre tabernas de higiene cuestionable, brujas estafadoras y alcohol. Cuando el maestro le ofreció el trabajo no pudo negarse. Así que se enroló, ella montaba los decorados, organizaba el material de las actuaciones, llevaba las cuentas, y últimamente negociaba los contratos, el viejo estaba muy chocho y su hijo, de la edad de Ligeia, no parecía particularmente interesado en seguir la tradición familiar, se limitaba a acompañarlos sin pena ni gloria.

Poe aterriza en el suelo, al lado de Ligeia, sus majestuosas alas, al aterrizar, cubren de frio el sofocado y lloroso rostro de Ligeia.

- Sabías dónde encontrarme ¿Verdad? Sí… sabías que estaría aquí, siéntete orgulloso Poe, no he organizado ninguna pelea hoy.

El animal alado la mira.

- Ya, ya lo sé… ¡Ya lo sé! No me metas prisas que no puedo ni caminar. Lo sé… nos vamos de aquí.

La mucha intenta levantarse pero cae varias veces, una vez de pie, el animal alza el vuelto y aterriza en el hombro de Ligeia, sus garras rasgan la impoluta piel de la escuálida mujer, pero a ella parece no importarle.

- ¡No! no es verdad – contesta al animal, que como es ovbio, no ha pronunciado palabra alguna porque es… un animal - Estamos en Tortuga y ya he decidido. Sí, e suna decisión válida como la que más. Estoy borracha, sí. Me he enterado de que hay un barco que busca tripulación.

Las hebras de sangre se deslizan por el brazo lleno de cicatrices y marcas de las garras de Poe.

- Recogeremos mis cosas, porque tú no tienes nada, y averiguaremos como entrar en ese barco pirata. Sólo un barco pirata estaría tan loco como para adentrarse en los peligrosos caminos que podrían conducirme a mi destino.

 


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©2011-2013 *Archaical

 
miércoles, 17 de abril de 2013

Kamikaze ~ 神風 (かみかぜ)


 

He vivido, he soñado, he amado y suspirado, reído a carcajadas… He aprendido a ser severamente juzgado y condenado, he aprendido a resistir o al menos lo hice, por un tiempo. He visto mareas de sangre y he aprendido a sobrevolarlas.

Adiestré a mi mano, con dedicación y constancia, a decir "adiós" enérgicamente a todas las personas que surcaron por las aguas de mi vida, que la cruzaron, o nadaron en ella apenas unos momentos.

Y aprendí a volar.

Mi corazón, autodidacta siempre en materia de sentimientos, aprendió a amar y a desamar, a sangrar, a aporrearme; tembló y vibró entre las manos de aquellos otros, tan extraños que lo secuestraron en una mirada, a veces en un beso. Gritó cuando ellos desaparecieron de mi vida y se negó a aceptar que ya no podría volver a verlos jamás. Latió, cálido y acompasado en sus abrazos, enérgico y seguro en sus desafíos, perezoso y cansado por las mañanas al despertar.

Siguió volando, un amanecerte más, no se detuvo, un latido tras otro, ni siquiera quedó tiempo de parar a recuperar el aliento.

Una noche estrellada, de cielo despejado y luz atronadora bajo la superficie de mis pies; una noche de fuegos artificiales, inundado mi cielo de ira y mi tierra de cadáveres. Una noche y mil noches de muerte.

Una noche como cualquier otra, mis metálicas alas susurraron… y él, ese corazón valiente y guerrero que hay dentro de mi pecho, resignado y cabizbajo aceptó; mantuvo la compostura hasta que mis pies dejaron de tocar la superficie del suelo. Volé hacia mi destino, volé hacia mi muerte. No temí.

Y cabalgó, furioso, histérico, rebosante de vida hasta el último temible latido.


miércoles, 3 de abril de 2013

Lluviosa

       Me lluevo, me escuecen las pestañas, los pulmones se me vacían, me tiemblan las rodillas, las manos se me enfrían, sangre arremolinándose.
      
      Ante mí, el cristal, tras el que tu cuerpo desnudo, parece dormido, grita de repente. Y las cortinas abiertas muestran tu piel blanca, tus labios morados. Y las manos, y los brazos que tanto me abrazaron se esconden aún, ahí dentro de la bolsa negra. Y yo, necia como soy, esperaba un hospital, esperaba médicos; pero no, nada de eso… aquí estoy, aquí estamos, en la sala de autopsias. Y no hay camilla, no hay tubos, ni murmullos…
      
      Todo tan oscuro, todo inconexo, todo silencio, no puede ser, no puede ser, no puede ser… no… es imposible, y sin embargo ahí está tu cadáver.
      
      El dolor atroz, el corazón que a estallidos, me congela la sangre. Mi cuerpo cae en el abismo. Explotará, todo éste cuerpo mío explotará. Y me derramo de dolor en cada frenético latido.
      
      El suelo, murmullos, preguntas; me levanta; ya no sé dónde estoy, ni cómo he llegado aquí, pero veo tu cuerpo muerto frente a mí, de nuevo. Y mi lengua canta aquella nana tan tuya… No podré, suplican mis pensamientos, no podré seguir yo sola, no sin ti. Me llevan, me apartan de tu cuerpo embolsado. Me sientan.
      
      Me apago, desesperada y sola.
      
      Desde mi destartalada silla, soy cobarde y egoísta, te regalo mi vida, me cambio por ti, si con ello el dolor se calla.
      
      Soy lluvia que se derrama, ya no existo, soy unos nudillos arañando mis parpados, soy una imagen inundada del suelo, soy una sensación incrédula que se resiste, soy la esperanza y el amor, que al agonizar, vacían el mundo.
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París, ella, y un par de días es todo lo que necesito. Nunca entenderé cómo, ni por qué pero ella lo consigue, consigue pegar los pedazos, sin preguntas, sin quejas, sin compasión; su risa siempre dispuesta a contagiarme; sus ojos atentos, negros, expectante, observándome, como si nada más existiera; sus labios, susurrantes, carnosos, rosados, me muerden, me besan, me arrastran; su cuerpo tibio, acompañándome, sobre mí, a mi lado, a unos pasos, nunca demasiado lejos; su viola, gritando a altas horas de la madrugada; su piso, situado en La Rue de la Harpe, pequeño, tan pequeño que no tiene puertas, nada más entrar, la cocina a la izquierda y el salón también, el ventanal, la pared, una cornisa a la izquierda y la habitación, el cuarto de baño y la ducha parecen un armario empotrado más… era minúsculo la primera vez que entré, con ella tomada de la mano; pero ahora, ahora es inmenso, o al menos así me lo parece. ~~~~PARA LEER EL EL RESTO DE LA HISTORIA click EN LA FOTOGRAFÍA
"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

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