jueves, 27 de enero de 2011

Escapando - París II





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PRIMERA PARTE



SÉPTIMA PARTE







Despierto, los muslos pálidos y tibios de Agnés bajo mi mejilla derecha, bajo mi ojo derecho, bajo mi oído derecho. Sus dedos largos, frío, de uñas largas… acariciando mi pabellón auditivo izquierdo, acariciando los mechones de mi pelo, con dulzura, con cariño. Y aunque tengo los ojos cerrados sé que me mira despreocupada, resignada, incluso divertida; sé que sus labios sonríen.
- Ma petite, ne pleure pas. Écoute-moi.*- Susurra con ternura.
Yo sonrío, escondida aún sobre sus muslos, bajo sus caricias, bajo sus cálidas alas. Mis mejillas ardientes y mis labios rojos, hace calor aquí dentro, la calefacción está demasiado alta. Creo que moriré de amor si sigue tratándome tan… tan así, tan como siempre.
- ¿Ahora sí me hablas en francés? – refunfuño.
- Parfois, tu ne me laisse pas d'autre choix, je ne peux pas te calmer d’autre forme.* -  Su voz, en mitad de mi oscuridad, tengo ganas de llorar mientras ella aparta los mechones de pelo que caen sobre mis parpados.
Y pensar que he pasado el viaje llorando, pobre Will.  Ahora que lo pienso ¿Se llamaba Will? ese pobre azafato ha estado pendiente de mí durante todo el vuelo. Incluso me ha dado un abrazo al desembarcar.
- Désolé… - Es lo único que acierto a responder desde mi cómoda guarida de carne tibia.
- Bueno, al menos has dejado de llogag.- Musitan sus labios rosados mientras me regala un beso en la sien. – Apenas has dogmido une demi-heure ¿Cómo se decía?
- Media hora. – mi respuesta mecánica se pega a la suya.
-¡A sí! – Acaricia mis labios, moja sus dedos en ellos.
Abro los ojos, sólo veo los mechones rojos de su pelo ondulado, el olor al champú de limón que hay en la ducha, el cristal empañado del ventanal.
- Adoro tus alas. – Es mi única respuesta.
- ¡Has abiegto los ojos! – Rie, acariciando mi mejilla enrojecida por el calor, con la punta de su nariz - ¿Pog qué tienes que complicagte tanto? ¿eh? – vuelve a susurrare.
Extiendo mis brazos y sin mover mi cabeza de sus muslos, rodeo su torso. Quiero quedarme aquí tranquila, con las alas de Agnés rodeando mi cuerpo, remendando mi corazón herido. Su cama, siempre caliente, siempre dispuesta a regalarme unos momentos de paz, su cuerpo pendiente de mí, preparado para reír por mí; ahora, sentada en la cama por y para mí, mi cuerpo estirado sobre sus piernas, toda ella inclinada sobre mí.
Y pensar que hace unas horas me encontraba perdida… Con el cuerpo temblando, el pánico calado hasta los huesos y él, en mi mano, desgarrándome la vida. Creo que el azafato lo ha visto llorar, lo veía claramente a través de mis ojos, por eso estaba tan atenta. ¿Cómo no iba a verlo con ese nombre?
Hace apenas unas horas lo escuchaba suplicarme en silencio que fuera a buscarla, después de tanto tiempo aún no había podido olvidarla. “¡Cállate!” embutiendo ropa dentro del bolso. A punto estuve de dejarlo caer al suelo, apunto estuve de lanzarlo contra la pared y verlo morir. Lo he vomitado entre lágrimas, las alas de Agnés a mi alrededor… ella lo cogió al vuelo y ahora lo remienda con suma delicadeza.
El aeropuerto de París, el caos de maletas, la infinidad de taxis, despedidas, reencuentros. Yo miro pensativa a todas partes, con los ojos enrrojecidos
- ¿Otga vez ensimismada? Déjala ig, deja magchag a esa mujeg, te está haciendo mucho daño. – Deposita otro beso en mi mejilla.
- No me digas eso…
- Es la verdad, ma petite.
- No puedo… - Mi voz aletargada por sus mimos. - Ayer releí sus cartas, sus juegos, sus teatros, sus palabras… y la eché muchísimo de menos.
- ¿Y pog qué haces eso? - suspira.
- No lo sé… quizás aún espero que vuelva a mí.
- Ma petite, pero qué tonta estás ¿Pog qué iba a haceglo? No le impogtas, asúmelo… ¿O es que acaso te llamó? Estuvo en tu ciudad, con otga pegsona, y ni siquiega fue capaz de llamagte
- Fui muy dura con ella.
- ¡Ya basta! Me enfadagé contigo, ma petite. No seas tonta. ¡Siempge culpándote de todos los males del mundo! Es una estúpida. 
- No puedes enfadarte con conmigo. – Protesto de nuevo, dejando un beso húmedo en uno de sus muslos e incorporándome.
- ¿Y pog qué no, si se puede sabeg? – Pregunta risueña.
- Porque eres un ángel, y los ángeles no se enfadan. – La miro a los ojos, su sonrisa se me contagia, y de repente me encuentro riendo.
Ella me abraza divertida y me besa en los labios.
- Tengo que llamagla algún día.
- ¿Tú? ¿Para qué? – me apresuro a responder, notablemente sorprendida.
Ella me mira con picardía, empieza a desabrochar los botones de mi camisón en silencio.
- No lo harás. Te recuerdo que eres un ángel. – Intento tirar de su lengua mientras ella, concentrada en los botones de mi camisón, sigue conservando expresión traviesa.
- Leo quería tirar éste camisón a la basura… Sabe que es el tuyo, sabe que lo dejaste olvidado aquí aquel primer fin de semana. – Queda pensativa – tan parecido a éste… - responde al fin, retomando los botones.
- Responde. – Recojo sus manos tarde, los botones han terminado.
- Se lo impedí, le dije que de eso nada, éste camisón es muy, muy, pgáctico.
Cuela su mano helada, invadiendo mi espacio vital, sujetando uno de mis pechos.
- Tais-toi.* – Me besa, voraz. - Baise-Moi, ma petite.- Cae violentamente sobre mí, ansiosa, impaciente. Y rio, y la beso, y mi lastimero corazón vuelve a su sitio. 




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Traducciones:



*[Pequeña mía, no llores más, escúchame]


*[Algunas veces, no me dejas alternativa, no puedo calmarte de otra manera]


*[Calla] 
jueves, 20 de enero de 2011

Estoy muerto

Aquella noche me encontraba enterrado bajo pesadas mantas que me llevaban de camino al mundo de los sueños. De haberlo sabido jamás me habría levantado de la cama; el destino nos reserva sorpresas… crueles y despiadadas sorpresas.
En aquellos momentos, aún no era ciertamente consciente de que la vida se marcharía de mi cuerpo acompañada por los primeros rayos de sol. La infalible parca y su certera guadaña.
En la ventana un búho recita su lúgubre canción de cuna, Morfeo me besa en los labios, me acaricia… Un rayo atronador cae cerca, muy cerca, veo morir a Morfeo entre mis manos y no puedo más que murmurar la primera maldición que me viene a la mente. La realidad de nuevo, el frío, el dosel de la cama. Desorientado, rendía pleitesía a ese sueño que se había marchitado cuando escuché aquellos frenéticos golpes en la puerta principal. La lluvia golpeaba grácilmente los cristales de la ventana.
Ella gritaba una y otra vez, aporreando fogosamente la puerta del porche, jamás había oído mi nombre pronunciado con tanta pasión, ni siquiera aquella noche en la que las miradas se convirtieron el deseo y el deseo en sexo furioso. Me resisto a abandonar mi cama, me limito a intentar ignorar los fuertes golpes, me pierdo entre mis recuerdos: Lucy dentro de aquel vestido tan ajustado, Lucy caminando sobre la alfombra roja, Lucy dándome las gracias por el premio, a mí, a su editor, su amigo, su fiel lector, aquel que siempre confió en ella; ahí estaba, acostado en la cama, recordando con orgullo la sucesión de actos, su primer libro publicado fue todo un éxito, pero los siguientes mejoraron la marca.
¡Ya basta! Aquellos malditos golpes, acabando con mis esperanzas de volver a dormir. Mi nombre, una y otra vez. Y al abrir los ojos de nuevo, recuerdo la última vez que hablé con ella, recuerdo por qué estoy aquí. Fue hace una semana, me llamó por teléfono al despacho, yo estaba muy ocupado y casi no le presté atención. Me rogó que nos citáramos en éste motel de mala muerte, al principio me negué, a juzgar por su voz parecía haber estado llorando durante varias horas. No me malinterpretéis pero la conozco muy bien, es muy inestable emocionalmente, suele llorar o deprimirse en cada bache que encuentra y a veces no tengo ganas de soportarla. Al final, accedí.
- ¡Ya basta! ¡Ya voy!
Me pesa todo el cuerpo, consigo levantarme de la cama a duras penas y hacer equilibrios para no caer al suelo; busco mis zapatillas, mi paquete de cigarrillos… suspiro varias veces antes de emprender el paso e intento tranquilizarme. Lucy no ha dejado de gritar mi nombre, no ha dejado de golpear la puerta ni un solo segundo. Empiezo a asustarme.
Ésta es mi parte favorita, no debí haber abierto aquella puerta. Toda ella, empapada y tiritarte calló sobre mí una vez abierta.
- ¿Otra pesadilla? No hacía falta que vinieras al motel, podrías haber llamado.
La abrace y fue entonces, en aquel instante el miedo me invadió, estaba tan delgada, sus brazos se habían reducido a un amasijo de huesos; temblaba, en aquel momento creí que de frío, pero me equivocaba. Permaneció allí, abrazada a mí, sobre mí, en mí. Por la puerta de la entrada podían verse algunos rayos, el viento frío entraba violentamente.
- ¿Qué está pasando Lucy?
Intenté zafarme de ella, apartarla de mí, me había empapado por completo, su pelo mojado sobre mi rostro, su cuerpo demacrado… Creo que sentí repugnancia de alguna manera, sí, creo que fue lo primero que sentí, asco.
- ¡Dime qué está pasando! Hace frío, me estas asustando, déjame levantarme del suelo Lucy, te prepararé algo caliente. Vamos, tranquilízate.
Al fin, tras varios intentos, cedió, se levantó y cerró la puerta. Llevaba entre las manos una cartera de piel.
- ¿Ese es tu último manuscrito? – Susurré con cariño levantándome del suelo, mirando sus huesudas manos, sus uñas carcomidas.
Ella dejó caer el manuscrito al suelo en un impulso y volvió a abrazarme.
- Lucy… tranquila, sea lo que sea ya ha pasado.
No pregunté, no me pareció oportuno, estaba asustado, no era la misma mujer que vi hace unas semanas, no era la misma mujer que me pidió que me quedara en éste motel unos días hasta que terminara su última historia. No, no era esa mujer.
Caminé tirando de ella, que permeancia amarrada a mí; poco a poco arrastré los pies hasta llegar al sofá y cubrirla con una manta. Tras varios murmullos llenos de cariño y de paciencia, me soltó y se sentó en el sofá. Fue entonces cuando me fijé en su semblante, aun no había podido mirarla a los ojos, aun no me había dejado. Pero ahora podía contemplarla con claridad desde cierta distancia. Parecía un cadáver, increíbles surcos negros bajo sendos ojos, labios que antaño fueron carnosos ahora eran de un color amoratado escuálido, su nariz se había acentuado, su pálido rostro, antaño rosado y lleno de vida.
Preparé en silencio algo caliente, la cuidé y mimé como un loco enamorado arrullaría el objeto de su amor, hasta que pasadas varias horas se quedó dormida en el sofá. Me marchaba ya de vuelta a la cama cuando tropecé con el manuscrito que había traído consigo. Y aquella simple acción: flexionar las rodillas, sujetar la cartera de piel con las manos, y volver a las alturas… aquella simple acción me condenó para siempre.
Lo leí sentado a su lado, engullí cada palabra, con ansiedad, con fervor, con pasión. En aquellas páginas encontré a la muerte, una parca real como jamás la habría imaginado nadie, una muerte tan vívida, tan cercana.
La letra de Lucy cada vez más difícil de descifrar hasta que al fin llegó el punto final de mi vida.
Lucy estaba muerta y yo también, las páginas del manuscrito eran ahora un montón de papeles en blanco.
lunes, 3 de enero de 2011

Apocalipsis. Cap 1.

Parte de una historia más larga, 
apocalíptica, que estoy escribiendo;
éste es el principio. 





La implacable oscuridad invade todo mi cuerpo desnudo, hace frío; mis ojos inútiles son incapaces de ver nada. Mis pies descalzos caminan sobre moho, pequeños charcos aquí y allá; mis manos palpan ambas paredes, la gruta se dilata y se contrae a medida que avanzo.

Monstruos henchidos de pavor recorren todo éste cuerpo mío que camina por inercia, ausente, mecánico, no tiene pensamientos, un pie tras otro, no hay nada, esta todo tan oscuro… apenas me quedan recuerdos; estoy sola, sólo me queda el sonido de mis pies descalzos en el suelo y éste color negro entre mis párpados y mis ojos. El corazón me retumba en cada una de las extremidades, tengo miedo y mi carne, toda ella, lo sabe, pero no le importa, no se detendrá.

El miedo me muerde, paso a paso se va comiendo mi conciencia, pero ahí están, algunos recuerdos que no debo olvidar, algunos recuerdos que mi mente desesperada, entre gritos pavorosos, me devuelve… El hechicero susurrándome "mil pasos" fue lo último que mis ojos vieron. Todos esperaban que gritara, todos esperaban lágrimas ¡Y no vieron ni una sola! Madre se encargó de ello, me susurraba la leyenda todas las noches antes de dormir, sus labios, de un color rojo intenso musitaba, una y otra vez esa leyenda que con los años me aprendí de memoria. Ahora el terror carcome mis recuerdos, dejándome algunas migas que no logro encajar en el puzle.

- Sólo la más hermosa, sólo tú podrás convencerla, sólo tú, mi niña, la criatura más bonita de nuestra pusilánime especie.

- Mamita ¿Y no podré mirarla?

- No… mi vida… nuestros ojos no están preparados para algo así, morirías al instante.

¿Cuántos años tenía por aquel entonces? ¿Quince? Una sonrisa acude a mis labios cuándo recuerdo la expresión de una mamá apabullada.

- Madre, no podré evitar abrir los ojos, cuando llegue el momento tendrás que coserme los párpados si quieres que vuelva con vida.

Sus lágrimas, su miedo, su sorpresa, y algo más… algo que no pude descifrar en aquellos ojos verdes de mamá ¿Era orgullo? ¿Qué era aquel destello en el centro de sus ojos? Recuerdo con pesar aquellas lágrimas saladas mientras zurcía mis parpados, la sangre roja que ahora derrama, el dolor, la herida reciente, infectada después de días y días caminando por éstas grutas.

Y de pronto, mis pies se encuentran con un telar, y mis manos sienten calidez, a lo lejos se escucha fuego que lame ¿antorchas? ¿He llegado? Brazos en ristre y a pequeños pasos voy arrastrando los pies hasta tropezar y caer de rodillas en la alfombra de algodón puro. Mis parpados incandescentes, una luz cegadora tras ellos que traspasa la capa porción de piel y llega hasta mis ojos un color blanco lleno de dolor.

- ¿Quién osa perturbar mi sueño?

Su voz… el primer orgasmo, mi cuerpo estremecido, jadeante, sudoroso, no puedo hablar… no puedo... ¡Maldita sea!

- Ayúdenos.- Es lo único que logro gesticular entre gemidos que, poco a poco consigo dominar.

Su risa, el segundo orgasmo tragándose mi cuerpo entero, desbordándolo de todos los colores del mundo.

- ¡Mi señora! ¡Mi Diosa! – Logro gritar de placer, intentando controlar mis estremecidos músculos y colocarme en una postura sumisa: "postrada, rodillas juntas, frente al suelo, brazos rectos", eso me explicó el hechicero y eso estoy tratando de conseguir. Tras inútiles intentos quedo tendida en la alfombra de algodón, con mi barbilla pegada en el suelo. - ¡Por favor! ¡Escúcheme! ¡Mi pueblo la necesita! – grito demasiado, llena de euforia, la alegría me desborda.

Una mano helada levanta mi barbilla, aparta los mechones de cabello que me cubren el rostro colocándolos tras mi pabellón auditivo, acaricia mi frente con su dedo índice, no entiendo cómo, ni por qué, pero lo sé…. Otro éxtasis explota en el centro de mi cuerpo, me volveré loca, toda yo estallaré en miles de fragmentos luminosos, pero no me importa, acaricia mis párpados zurcidos y el dolor desaparece, ¡Los hilos! ¡Están cortados! Cierro los párpados con fuerza.

- Los niños, nacen muertos. – Tartamudeo, con los ojos cerrados a voluntad. – Ya no hay niños, mi Diosa, por favor ¡Ayuda a tu pueblo!

Imploro a voz en grito, las lágrimas logran vencer la resistencia de mis párpados, he conseguido levantarme, sé que está ahí, aunque no hable, aunque no respire. Camino con pasos temblorosos hacia la luz, corro, y con las palmas de mis manos logro palpar… Plumas, ¡Son plumas! ¡Son unas alas!

- ¡Dios mío! – La desgracia caerá sobre nosotros, el llanto invade mi cuerpo, que acurrucado en el suelo, comienza a rezar sin que yo pueda hacer nada por evitarlo.

- ¿A quién esperabas encontrar? – Su voz de nuevo, inundando mi placer, mi centro, mi todo. - ¿A una Diosa? - Una risa divertida.

- ¡Por favor! ¡Mi pueblo! – Grito entre lágrimas desesperadas.

¿Qué hemos hecho? Lo hemos despertado, lo he despertado. Los pergaminos del hechicero susurraban y no quisimos escucharlos, nadie quiso creer que era un…

Una lengua muerta que sólo los sabios conocían y leían, una lengua que auguraba la salvación "Yo soy el Alfa y la Omega, aquel que es, que era y que va a venir." [Apocalipsis 1.8]




Los ojos de la muchacha se abrieron, con los hilos aún colgando de sus parpados, las lágrimas borrándolo todo y al fin un intenso color anaranjado comiéndose cada una de las tonalidades. Pudo contemplar la luz de las antorchas, los matices de la alfombra que pisaba, y antes de desmayarse, antes de que el dolor de la ceguera real consumiera su consciencia, vio unas alas blancas, grandes, saliendo de la estancia.

Cuando recuperó la consciencia, se toco los ojos, abiertos como platos, carentes de visión alguna. Nerviosa, en silencio, a duras penas, y después de un par de Lunas caminando por aquellas grutas, logró salir al exterior.

Olor a ceniza y silencio, la huella del ángel exterminador que ella había despertado.... Exhausta, cayó de rodillas al suelo.







Capítulo 1: Apocalípsis










Capítulo 2: Exterminio







Capítulo 3: Exterminio


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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

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