domingo, 25 de julio de 2010

Mariposa


Mama la observa, sentada cómodamente en la terraza, está tomando el sol, allí nadie puede verlas, su casa es más alta que las otras vecinas y nadie las molestará con miradas curiosas, o cotilleos en las piscinas públicas.


Lee o al menso eso intenta, no es capaz de concentrarse con tanto sol... miento, no es el sol quién la mantiene alejada de la lectura. Ha pasado una mala noche, un mal sueño, o quizás una mala realidad  que quiere diluir a fuerza de pensar que fue un sueño.


La risa de la pequeña se escucha, la mira, y ahí está esa niña de cabellos dorado, persiguiendo una mariposa de color violeta, con sus sandalias violetas, y su vestido violenta; corre alegre y despreocupada.

- ¡Mira mamá! ¡Es igual que mi vestido!


Mamá le sonríe.
Papá duerme, volvió hace unos días, con su uniforme, sus medallas, los ojos hundidos en una oscuridad infinita y la caja, aquella caja fuerte dónde había guardado sus sueños bajo llave, inundada de sangre. Sus manos, grandes y ásperas, estaban ahora limpias, podían abrazar a su pequeña sin temor a mancharla, por primera vez, después de tantos meses, sus manos eran del color de la carne, y no de la sangre.

La niña no lo percibió, apenas alcanza el metro de altura, es ajena a la maldad del mundo; en aquella pequeña cabecita, mas allá de los cabellos dorados y los ojos cristalinos, no podía concebirse lo que papá había visto.


- Cariño, no grites, papá está durmiendo, se siente muy cansado

- Pero mamá, hacía meses que no lo veía, quiero que juegue conmigo.

La mujer besa en la frente a la niña, que ha conseguido atrapar la mariposa, y se levanta de la silla dónde tomaba el sol:


- Espérate aquí, no sueltes esa mariposa - sonríe antes de desaparecer por la puerta, la sonrisa se contagia y rápidamente, la niña se encuentra sonriendo también. Es mágica la forma en la que las sonrisas y los bostezos se contagian.


Mamá volvió con una pequeña jaula en la que la mariposa quedó atrapada. Murió a las 3 semanas, pero la niña conservó la jaula, imaginando que la mariposa jamás había muerto, casi era capaz de imaginarla revoloteado en aquella jaula. Sí… incluso era capaz de verla.


Papá también se marchó después de unas semanas, con su uniforma lavado, sus labios sellados, y sus oscuros ojos. No le quedaban palabras para su hija, no había voz después de tantos y tantos gritos presenciados en aquel infierno en el que había estado, aquel infierno al que volvía a dirigirse. Un infierno creado por el hombre.


Le dio un beso en la frente y se dirigió al coche. Mamá y su vestido de flores, abrazándolo; mamá y su sonrisa, su piel rosada, sus ojos verdes. Mamá y sus zapatos rojos. Él la rodeó con los brazos y por un instante pareció sonreír mientras la miraba, aquella niebla oscura que vivía en sus ojos… parecía que… pero no, no… aquel hombre ya no era un hombre, la niña lo recuerda muy bien cada vez que su mirada se detiene en la jaula de la mariposa.


El coche se marchó, y aquella fue la última vez que vio a papá, un beso en la frente, y una promesa incumplida de vuelta sería lo que quedaría de él en aquellos ojos frágiles, pequeños, y ajenos a todo. Llegaron, por correspondencia, dos pedazos de metal, y eso fue lo enterraron en el ataúd vacío.


Mamá se suicidó poco después, aunque ella no lo recuerda así, no podría perdonárselo a sí misma, recordar a mamá suicidándose, no… a ella no le gustaría; recuerda a mamá, con unas alas brillantes de un color violeta, extrañamente similares a las de la mariposa, recuerda una súplica, recuerda lágrimas, recuerda unas disculpas, de nuevo las lagrimas frías entre las manos de la niña. Y ahí, deja de recordar, y todos los recuerdos vuelven a la jaula.
jueves, 22 de julio de 2010

Gracias por tus susurros.

"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."

(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
martes, 20 de julio de 2010

Inhóspita

Una mano pálida hace girar el pomo de la puerta de aquella habitación pintada de color rosa, con sus cortinas blancas impregnadas de flores, a conjunto con el color de la pared, claro.
Sobre la cama, justo en la pared, colgada desde hace ya mucho tiempo, descansa una foto. En ella una bailarina de ballet enreda los lazos de sus bailarinas entre sus pequeños gemelos. Un vestido rosa, sus leotardos blancos y un par de flores adornando su cabello. Una imagen que siempre estuvo allí.

- Vamos, peque.... - la dueña de la mano pálida se dirige a la pequeña bailarina escondida en algún lugar de su habitación.

- Shhh....

Frente a la puerta, justo en la pared de enfrente, hay un ventanal grandísimo, por el que no entra luz alguna; el sol apenas llega al alféizar en los días más soleados.

- ¡No quiero cumplir años! ¡No quiero más! ¡Quiero volver! ¡Quiero que vuelva! ¡Dile al tiempo que se pare! que yo quiero volver atrás.

La mujer calla, ¿por qué está allí?, ¿no odiaba a la niña?, ¿acaso no odiamos todos a esa cosa débil y llorona que tenemos dentro?

- Ella no está en mi cumpleaños... ¡no quiero cumplir más años!- Y esa última palabra casi no se entiende, las lágrimas salen solas, de golpe. La ahogan más sus pensamientos silenciosos (y todavía amorfos) que las palabras que acaba de pronunciar.

La niña recuerda a mamá, recuerda su despertar; recuerda la felicidad que hubo en un tiempo pasado y ahora... parece tan remoto que resulta extraño pensar que son sus recuerdos.
- Ya lo sé.

La mujer aprieta el puño. Da dos pasos temblorosos – sí, tiembla aunque no lo parezca – y cierra la puerta tras de sí. Afuera, esté quien esté, no deben oír nada. Y, entonces, la ve, justo ahí, en la esquina izquierda bajo el ventanal, encogida sobre sus piernecitas; aterrada.

- Un año más. - La mujer se sienta pegada a la pequeña niña llorona.

- ¡Por favor, que este año empiece la cuenta atrás y vuelva conmigo! - Pronuncia inocentemente la niña, como si fuera un rezo, una súplica; o quizás una llamada desesperada a un Dios que ni escuchará sus súplicas, ni sus ruegos. Ella no volverá, y lo sabe.

- No digas tonterías, no va a volver. - Y esas últimas palabras de la mujer, sentencian el último ápice de esperanza que, si bien era remota, aún producía algo de calor.

La niña se echa a llorar desesperada por ver cómo el tiempo pasa hacia atrás y, por primera vez, aquella mujer no siente repulsión por la pequeña y sus constantes lloros.

Una es cerebro, la otra corazón; ambos están de luto, el cerebro soporta las lágrimas del corazón, y no lo maltrata por ser tan débil.

- Vamos... cada año la misma pataleta; tienes que acostumbrarte.

- Yo también moriré como mamá.

Cabeza o corazón, ambas recuerdan aquel momento, ambas lamentan ver pasar los años sin ella; un año más de tristeza y de aquel frío en el corazón que te dice que todo estará lleno de ausencia. Pero no importa, porque tarde o temprano tendrás que acostumbrarte, entonces vendrá lo peor, aprender a vivir sin mamá... algo cruel para esa niña, y también para la mujer. Les queda una vida por delante que será basura; a ambas, que son la misma persona, les queda una vida que ya no es vida; aunque la niña acabará muriendo para dar paso al olvido, corrosivo y cruel olvido que matará el corazón de la mujer.

Y ya no quedaron días cuando ella se fue, llego la noche a todos los días de su vida. Ahora sólo queda esperar el olvido y dejar paso a las lágrimas; porque el tiempo no le devolverá lo que perdió, sino que irá arrancando lo único que les queda de mamá, sus recuerdos. “Olvida el motivo por el que no vives, y muere.”

Sí, tuvo una vida, con sus más y sus menos, pero fue una vida. Mamá murió y con ella murió todo cuanto podía ser vivido; vive para llorar, y cuando olvides por qué lloras, no vivas más. “Aunque ya esté, a mi corazón aún le queda sangre que bombear”.

- Dile que vuelva.- La niña llora con fuerza. Con el corazón amargo, abraza a la mujer que está sentada. Sus mejillas arden, sus labios emiten el sonido del que las lágrimas carecen.- ¡Dile al tiempo que vuelva atrás! ¡Ya!- grita.
Hay una imagen en aquella habitación rosa; en ella, una mujer y una muchacha sonríe abiertamente a la cámara, se abrazan. El día que murió aquella mujer - Mamá - el alma de la muchacha se fue con ella, dejando a una niña asustada y a una mujer fría en su lugar. No hubo lágrimas suficientes para plantarle cara a aquella situación.

No quedó nadie más, ni siquiera ella. En aquel lugar sólo quedó un corazón triste anclado en sus recuerdos; y un cerebro que lo ocultaría. “Llora, pequeñita, pero que nadie sepa que la vida se te derrama por los ojos...”

La niña grita, llora, pero mamá no volverá para abrazarla nunca más.
lunes, 12 de julio de 2010

Mercenaria

Un edificio pequeño, maltratado por el tiempo que lo va desgajando poco a poco, ya ha descuartizado la pintura de las paredes, se ven sus huesos, el yeso y el cemento en todo su esplendor.
Nunca era demasiado tarde para salir de trabajar y llegar a casa, “hogar dulce hogar”. Sus tacones resuenan en cada uno de los escalones, el eco se escucha; como cada noche, ella tenía que oírla llegar, subir un escalón tras otro. Sube despacio, quiere estar segura de que ella escucha sus pasos, estará recostada frente al televisor apagado, esperándola.
Para cuando ha conseguido, al fin, llegar al cuarto piso, se ha soltado el pelo, desabrochado la camisa y, en cuanto a esos condenados zapatos, quedarán tirados en la entrada en cuanto consiga encontrar las malditas llaves y entrar en casa.

La casa está vacía, sólo hay una mísera nota pegada en la puerta del dormitorio: “recupera tu vida sin mí”.
Ya no hay nada que hacer, no hay nada que decir, ella no volverá. Tiembla de miedo. No… lo sabe, sabe que esta vez no volverá… tiembla de angustia. Laura no volverá. Lágrimas de rabia por esa resignación forzada. Su corazón sube peligrosamente por la garganta, quiere salir de su cuerpo y golpea brutalmente sus sienes en cada latido.
“Sola, estás sola.” Llora, grita, se encoge sobre sus piernas, esta noche todo vale, esta noche algo peor que la muerte ha vuelto a serle familiar, a pegarse a ella, y le da asco, la odia, la odia a ella por haberse ido, pero se odia más a sí misma por estar sola de nuevo.
“Llora, es lo único que sabes hacer”, y caen las lágrimas, amargas lágrimas en mitad de la oscura y fría noche. Ya no hay luz, ya no la habrá nunca más, ya ni siquiera queda hueco para ella en el mundo.
“Vuelve… vuelve a mí”… ¡Mírala como llora! Cobarde…

- Mamá… en el asiento de atrás hay una mujer muy guapa que está llorando.
- Siéntate bien y no molestes.
Laura sonríe, la última gota resbala por su nariz, por sus labios, por su barbilla, y cae entre el empañado cristal y la butaca del tren. Puede imaginarla, susurrando aquellas últimas palabras de su certera suposición; Inara… susurrando “vuelve… vuelve a mí”.

“¿Cómo comenzar a contar una historia que no tuvo un principio? No… definitivamente no fue el amor, fue otra cosa diferente… fue algo familiar… algo que me susurraba en el oído, sin voz, sin palabras; algo que me empujaba hacia ti, fue algo tan conocido, tan cálido… que ni siquiera pensé que fuera a tener un final.


Nuestros labios rojos acariciándose, el calor, mi corazón, rojo, queriendo escapar de mí para poder entrar por el hueco de tus labios.

Aquella sensación tan dulce, tan acogedora que yo nunca había sentido. En aquellos momentos tuve la certeza de que todos aquellos instantes insípidos que, uno tras otro, me habían arrojado a la veintena, habían servido para algo.

Tu sonrisa, tu flequillo, tus hoyuelos, tus ojos grandes y grises; tu piel lechosa… ¡Me abría quedado, Inara! Lo habría hecho, no me importaban tus miedos, tampoco me importaban aquellos pies tan fríos que me despertaban por la mañana, las miradas llenas de ira que alguna vez me dedicaste, aquellas palabras tan frías y crueles que tuve que escuchar algunas veces…. Nada me abría separado de ti. Nada porque al final… pasaba lo de siempre, cuántas veces hubiera repetido aquél teatro que tanto te gustaba.


Yo sola, en la barra, bebiendo cualquiera de eso líquidos milagrosos que dicen que te hacen olvidar; tú, en una de aquellas mesas, riendo, flirteando de aquella forma tan delicada, despreocupada, hablando con tu grupo habitual de amigos (y babosos) a los que yo odiaba. Me mirabas; cuando las miradas escapaban de ti, tus ojos corrían en mi busca, en busca de aquella chica tan extraña de labios rojos que te correspondía. Quisiste besarme aquella primera vez, y devorarme el resto de noches que querías jugar a aquella primera.

¿Sabes? No olvidaré aquel beso, el primero y todas sus repeticiones, siempre de la misma forma, en la puerta de aquel bar, tan urgente, tan desmesurado, tan ansiosa. Saliste corriendo detrás de mi, enredando tus dedos en mi muñeca; puede que tu orgullo lo olvide, pero yo no. Recordaré aquella primera sonrisa que nunca volviste a repetir.


Nuestros labios desconocidos y familiares, acariciándose; tus hombros, desnudos titilaron y aquel fue el momento en el que decidí rodearte con mi chaqueta y tu con tus brazos.


- Con el susto he dejado mi chaqueta – susurraste.


- ¿Susto?


Y el silencio nos acompañó el resto de la noche en la que, ni siquiera hoy llego a comprender ni cómo, ni por qué, no me soltaste, ni siquiera para que yo pudiera quitarme la chaqueta al entrar a mi casa. Te quedaste allí, apoyada en mis pechos… aquella primera noche… cómo olvidarla, ni siquiera querías arrancarme la ropa ¿Verdad?


A aquella noche extraña le siguieron las noches de sexo, luego vinieron algunas madrugadas en las que tú jugabas a quedarte dormida y yo, sorprendida, jugaba a quererte. Pero no fueron muchas, por lo general huías de mi casa, con tu sexo mojándote las bragas; salías por la puerta de mi casa, con las rodillas temblando y la respiración aún entrecortada, entonces yo jugaba a olvidar aquellas pocas madrugadas en las que te dejabas querer.


Por qué contarte esto si eras tú…. Si sigues siendo tú la chica que gemía bajo mis labios, la chica que me besaba medio dormida, la chica que aquella primera noche me abrazaba. Aquella chica que con el paso del tiempo fue dejándome entrar en su vida. Aquellas mañanas que yo recuerdo cálidas y soleadas, derivaron en algunas noches en las que jugabas a invitarme a cenar.


Aquel beso en público en el que tú me abofeteaste, aquel abrazo en el cine en el que tú me empujaste… Tú, dejándote querer con el tiempo y yo… olvidándome de mí, en ese mismo tiempo.


Por una sola vez, me hubiera encantado dejarme querer por ti, pero no… eras tú la mujer asustada, yo era la mujer fuerte, la mujer que sabía lo que quería… a ti; yo era el hombre dominante y tú la chica frágil que no sabe lo que quiere. ¿Cómo pudiste no darte cuenta Inara? Yo… también estaba perdida…


No… eso no era amor… eso no es querer, eso es devorar. Yo te devoraba poco a poco, mientras tú ibas muriendo, enjaulada entre mis manos; prisionera de mi vida.”


***


Lágrimas cayendo sobre el papel, emborronando las letras que ya de por sí son difíciles de descifrar, y es que mi abuela tenía letra de médico, como yo. A partir de este tramo las letras son ya ilegibles incluso para mí.
Un golpe seco, la caja de pino cerrándose.
- ¡Esperen, la carta! Mamá, ayúdame a abrir. Tengo que dejarle su carta, no puede irse sin ella.
Mamá sonríe, por primera vez en varios días, me ayuda a abrir de nuevo aquella puerta que ya jamás volverá a abrirse. Las manos de la abuela están frías y rígidas, sin embargo sigue siendo ella… sigue pareciendo dormida. Coloco la carta como puedo entre sus manos.
“Abuela, te dejo esa carta que nunca enviaste, entre las manos, no sé quién era esa mujer, pero sé que es tu letra, abuela, sé que guardaste esta carta por algún motivo, sé que la sabes de memoria.”

El ataúd se cierra, el fuego la abrasa.
viernes, 9 de julio de 2010

Alturas



En días cómo éste, me encantaría probar a volar.

¿Y si funciona?

Podría escapar de la tormenda

¿Y si no funciona?

Si no funciona.... escaparé igualmente de todo.


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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
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