miércoles, 17 de abril de 2013

Kamikaze ~ 神風 (かみかぜ)


 

He vivido, he soñado, he amado y suspirado, reído a carcajadas… He aprendido a ser severamente juzgado y condenado, he aprendido a resistir o al menos lo hice, por un tiempo. He visto mareas de sangre y he aprendido a sobrevolarlas.

Adiestré a mi mano, con dedicación y constancia, a decir "adiós" enérgicamente a todas las personas que surcaron por las aguas de mi vida, que la cruzaron, o nadaron en ella apenas unos momentos.

Y aprendí a volar.

Mi corazón, autodidacta siempre en materia de sentimientos, aprendió a amar y a desamar, a sangrar, a aporrearme; tembló y vibró entre las manos de aquellos otros, tan extraños que lo secuestraron en una mirada, a veces en un beso. Gritó cuando ellos desaparecieron de mi vida y se negó a aceptar que ya no podría volver a verlos jamás. Latió, cálido y acompasado en sus abrazos, enérgico y seguro en sus desafíos, perezoso y cansado por las mañanas al despertar.

Siguió volando, un amanecerte más, no se detuvo, un latido tras otro, ni siquiera quedó tiempo de parar a recuperar el aliento.

Una noche estrellada, de cielo despejado y luz atronadora bajo la superficie de mis pies; una noche de fuegos artificiales, inundado mi cielo de ira y mi tierra de cadáveres. Una noche y mil noches de muerte.

Una noche como cualquier otra, mis metálicas alas susurraron… y él, ese corazón valiente y guerrero que hay dentro de mi pecho, resignado y cabizbajo aceptó; mantuvo la compostura hasta que mis pies dejaron de tocar la superficie del suelo. Volé hacia mi destino, volé hacia mi muerte. No temí.

Y cabalgó, furioso, histérico, rebosante de vida hasta el último temible latido.


miércoles, 3 de abril de 2013

Lluviosa

       Me lluevo, me escuecen las pestañas, los pulmones se me vacían, me tiemblan las rodillas, las manos se me enfrían, sangre arremolinándose.
      
      Ante mí, el cristal, tras el que tu cuerpo desnudo, parece dormido, grita de repente. Y las cortinas abiertas muestran tu piel blanca, tus labios morados. Y las manos, y los brazos que tanto me abrazaron se esconden aún, ahí dentro de la bolsa negra. Y yo, necia como soy, esperaba un hospital, esperaba médicos; pero no, nada de eso… aquí estoy, aquí estamos, en la sala de autopsias. Y no hay camilla, no hay tubos, ni murmullos…
      
      Todo tan oscuro, todo inconexo, todo silencio, no puede ser, no puede ser, no puede ser… no… es imposible, y sin embargo ahí está tu cadáver.
      
      El dolor atroz, el corazón que a estallidos, me congela la sangre. Mi cuerpo cae en el abismo. Explotará, todo éste cuerpo mío explotará. Y me derramo de dolor en cada frenético latido.
      
      El suelo, murmullos, preguntas; me levanta; ya no sé dónde estoy, ni cómo he llegado aquí, pero veo tu cuerpo muerto frente a mí, de nuevo. Y mi lengua canta aquella nana tan tuya… No podré, suplican mis pensamientos, no podré seguir yo sola, no sin ti. Me llevan, me apartan de tu cuerpo embolsado. Me sientan.
      
      Me apago, desesperada y sola.
      
      Desde mi destartalada silla, soy cobarde y egoísta, te regalo mi vida, me cambio por ti, si con ello el dolor se calla.
      
      Soy lluvia que se derrama, ya no existo, soy unos nudillos arañando mis parpados, soy una imagen inundada del suelo, soy una sensación incrédula que se resiste, soy la esperanza y el amor, que al agonizar, vacían el mundo.
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París

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París, ella, y un par de días es todo lo que necesito. Nunca entenderé cómo, ni por qué pero ella lo consigue, consigue pegar los pedazos, sin preguntas, sin quejas, sin compasión; su risa siempre dispuesta a contagiarme; sus ojos atentos, negros, expectante, observándome, como si nada más existiera; sus labios, susurrantes, carnosos, rosados, me muerden, me besan, me arrastran; su cuerpo tibio, acompañándome, sobre mí, a mi lado, a unos pasos, nunca demasiado lejos; su viola, gritando a altas horas de la madrugada; su piso, situado en La Rue de la Harpe, pequeño, tan pequeño que no tiene puertas, nada más entrar, la cocina a la izquierda y el salón también, el ventanal, la pared, una cornisa a la izquierda y la habitación, el cuarto de baño y la ducha parecen un armario empotrado más… era minúsculo la primera vez que entré, con ella tomada de la mano; pero ahora, ahora es inmenso, o al menos así me lo parece. ~~~~PARA LEER EL EL RESTO DE LA HISTORIA click EN LA FOTOGRAFÍA
"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

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