domingo, 11 de noviembre de 2012
Luna
12:39:00 | Escrito por
cronicasdediaslluviosos |
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Victoria van Violence
No podemos presentar una alegación tan floja.
El cenicero lleno de cigarrillos, Ádrian escurriéndose la
sesera.
- Lo maté, sabía lo que hacía, estaba tranquila, me saqué
legalmente el permiso de armas, fui a comprar la pistola y la munición…
- Ya, ya, ya, ¡Ya me los ha dicho muchas veces! Pero no
puedo presentar algo así y lo sabes.
- Lo sé, pero quiero que lo tengas claro.
- Defensa personal, enajenación mental transitoria,
arrebato, obcecación u otro estado pasional de entidad semejante…
Y sus ojos claros van de un lado a otro, hurgando en su
memoria entre los artículos del código penal. No es el abogado más caro, ni
siquiera es el mejor, pero me gusta lo que hace, con pasión y entrega… lo
admiro. No me importa morir en una cárcel de mujeres. No es lo que mi abuelita
y mi madrecita tenían preparado para mí, pero después de ver la cara de ese
jodido cabrón, desfigurada por el disparo de mi 9mm parabellum, puedo morir en
paz.
Ya no me reconozco, mis músculos se han desarrollado, he
aprendido defensa personal, boxeo y algunas artes marciales, he tenido que
hacerlo porque aquí dentro, si no sabes defenderte te llueven palizas diarias,
o cualquier lesbiana machorro te toma como animal de compañía para que le
chupes el gato día sí, día también. Llevo dos años en preventivo, y ya he
montado más altercados que en los 20 años de vida que recorren mis arterias.
Ya ni siquiera me reconozco cuando me miro en el espejo de
la celda. De hecho yo era alguien normal hasta que lo conocí a él en mi primer
año de carrera. Ingeniería Aeroespacial, mi sueño era tocar la Luna y creí que
aquella carrera me lo permitiría, cada minuto de cada día lo dediqué al estudio
constante; ni infancia ni adolescencia, he pasado toda mi vida entre libros de
biología, física y química.
Y allí estaba él, en la cafetería de la biblioteca, todo
cambió cuando sus ojos negros se confundieron con los míos. Todo. Para cuando
llegué a cuarto de carrera aún no había siquiera logrado uno de sus besos. Fui
allí todos los días, y allí estaba él, su sonrisa, los hoyuelos de su sus
mejillas, la coma de su mentón. A veces se sentaba frente a mí y charlaba
conmigo. Él, y mis libros, eso era mi vida, ni televisión, ni cine, ni nada que
no fuera aquella cafetería o mis clases.
La noche que me acosté con él tuve claro, por primera vez,
que la Luna podría esperar, que nada en el mundo importaría más. Y siguió,
ofreciéndome orgasmos y caricias mientras mi doctorado iba muriendo poco a
poco.
- Todos los días lo mismo, Luna, esto tiene que terminar,
sabes que no te quiero, me gusta hacerlo contigo, eso es todo.
Nunca lo creí. Siempre pensé que se estaba haciendo el duro.
Pero me equivoqué. Cuando llegó el último lunes de su vida, hacía ya dos
semanas que no follábamos, que no había caricias, ni besos, ni orgasmos, hacía
ya dos semanas que había encontrado a otra.
No podía consentirlo. Murió suplicándome, bajo mi Magnum 9
mm, aquel lunes sí fue capaz de llorar por mí. Aquel lunes de octubre mi
corazón murió con él, mi vida, mi futuro, mi todo. Vi su luz morir entre sus
parpados, y lo supe, mi Luna viviría fuera de los barrotes de mi cárcel.
**
Anoche me quedé dormida, tirada en la apestosa litera, mirando la Luna a
través de los barrotes. Cuánto ha cambiado mi vida. Aunque no podría
decir que el cambio me disguste, es radicalmente opuesta a lo que era, y
yo diría que ésta… ésta me gusta más, es… ¿Cómo decirlo? Más
entretenida. Aunque él no esté, y a veces lo eche de menos.Sí, echo de
menos las brutales embestidas, sus jadeos, el cuerpo grande y fibroso
que me envolvía, aquella manera tan fogosa, jadeante y estúpida de
pronunciar mi nombre, una y otra, y otra vez… le encantaba mi nombre, lo
pronunciaba siempre que tenía ocasión: Estaba segura de que follaba
conmigo, y con nadie más.
Me he puesto melancólica hoy, ¿debe ser algún tipo de remordimiento? Una carcajada, mi carcajada.
- ¿De qué te ríes Lu? – me pregunta Danna, medio riendo también.
- De algunos fantasmas. – Suspiro.
He cambiado mis esperanzas de llegar a la NASA por una celda de unos pocos metros cuadrados. Aún recuerdo la expresión atónita de Adrian, cuando en el juicio testifiqué contra mi persona dije la verdad, total y absolutamente. Primera página de todos los periódicos nacionales. Mi abogado mirándome como si acabara de apuñalarle el corazón. Probó la enajenación mental transitoria, incluso intentó que la sentencia fuera para una cárcel psiquiátrica. Yo le sonreía con ternura mientras él luchaba por mi libertad.
- ¿Es total y plenamente consciente de que terminó con la vida de un hombre? – Preguntó el fiscal, a viva voz, en tono acusador.
Yo enarqué una ceja, ¿éste tipo es imbécil? ¿No se ha leído mi confesión escrita y firmada por mi abogado y por mi misma persona? Aún recuerdo a Adrian rogándome en aquella celda que no lo hiciera firmar algo así.
- Lo soy - contesté tranquilamente.
- ¿Quería usted hacerlo?
- Joder, ¿cuántas veces tengo que repetirlo? ¡Hostia puta! Quería matar a ese hijo de puta, quería, sí, quería hacerlo, quería matarlo ¡Joder! – y cambié de registro, lo siguiente lo dije en español, alto y claro - ¿Es usted retrasado mental? ¿Entiende lo que le digo? – y volví al inglés - ¿Me entiende? ¿Se ha leído el sumario? ¡Por dios bendito! Es un inútil.
Las facciones de mi abogado, cada vez más blancas, rojas, moradas… pero es que me cabreaba tanto juicio, tanto papeleo, tantos exámenes psicológicos… Al final, a pesar de todos los esfuerzos del pobre Adrian, me metieron la alevosía, bueno ellos lo llaman alevosía, por lo visto empleé medios, modos o forman, que tendieron directa y especialmente a asegurar el asesinato sin el riesgo que podría haberme supuesto que él se defendiera… vaya maneras de decir que lo encañoné con mi revolver y le medí una bala del calibre 45 en la sesera. Vuelvo a reír, no… una bala no, fueron varias, demasiadas… sí… digamos que también hubo ensañamiento, pero Adrian logró que lo desestimaran, por lo visto una vez está muerto, el resto de balas no aumentan deliberada e inhumanamente el sufrimiento de la víctima.
Todo daba igual, me colgaron dos cadenas perpetuas. El juez gritó culpable con toda su mala hostia, y yo me encogí de hombros e intenté consolar a mi abogado, que casi se echa a llorar.
**
A mí me encerraron, pero ese hijo de puta no volverá a respirar, no volverá a joderse a nadie, no jadeará ningún otro nombre, no lo hará, el mío fue el último que gemía entre calientes sudores, yo fui la última que lo escuchó reír, que escuchó su falso y delirante "te quiero mucho, Luna"… ¡Y una mierda! Ahí te pudras en el maldito purgatorio, si es que existe esa mierda.
Quería matarlo, pero flaqueé, estaba pidiéndole explicaciones cuando me besó y caí, caí en la espiral de su olor, de su sabor, de su presencia… pero aquel falso te quiero después del polvo lo condenó para siempre; me recordó que estaba rota y seguiría sangrando a borbotones si no acababa con todo aquello.
La gloriosa sensación de poder y control me embriaga de nuevo, verlo allí, arrodillado, medio desnudo.
- Luna, ¿qué coño estás haciendo? – tocó el cañón de mi revolver, y se dio cuenta de que era de verdad.
Sus ojos muertos de miedo.
- Eres un mentiroso. – Susurró el monstruo que acababa de encarnarme.
- Luna… Luna… ¿Qué haces? ¿Qué es ésto? ¿Qué está pasando? – Tartamudeó, pero no se movió.
- Que vas a morir. – Y aquel fue el momento en el que dejé de quererlo como lo quería, y pasé a quererlo de una manera... diferente.
- No… Luna… Te quiero… Esas otras no son nadie, yo te quiero a ti – susurra tan acojonado que olvida retener la orina dentro de su cuerpo, y se desparrama por el pantalón, mojando el suelo.
- Mentira.
- No, no, no, no… no es mentira, esas otras no significan nada. Te quiero, Luna, te quiero muchísimo.
- Yo a ti más. – Y disparé, una, y otra, y otras muchas veces.
"No volverás a decir que me quieres, cabrón miserable" pensaba mientras remendaba sus labios, uno junto al otro y dejaba una media luna tatuada en su pecho, con material improvisado.
Ahora… ahora sí me quieres, muerto, con los labios sellados y a Luna en tu pecho. Ahora sí.
La voz de Danna me saca de mis recuerdos.
- ¿En qué cojones estás pensando? Pareces muy feliz. – pregunta Danna, a casi un centímetro de mi cara, examinando mi expresión ensimismada.
- Ya te lo he dicho, pesada, en fantasmas.
Me he puesto melancólica hoy, ¿debe ser algún tipo de remordimiento? Una carcajada, mi carcajada.
- ¿De qué te ríes Lu? – me pregunta Danna, medio riendo también.
- De algunos fantasmas. – Suspiro.
He cambiado mis esperanzas de llegar a la NASA por una celda de unos pocos metros cuadrados. Aún recuerdo la expresión atónita de Adrian, cuando en el juicio testifiqué contra mi persona dije la verdad, total y absolutamente. Primera página de todos los periódicos nacionales. Mi abogado mirándome como si acabara de apuñalarle el corazón. Probó la enajenación mental transitoria, incluso intentó que la sentencia fuera para una cárcel psiquiátrica. Yo le sonreía con ternura mientras él luchaba por mi libertad.
- ¿Es total y plenamente consciente de que terminó con la vida de un hombre? – Preguntó el fiscal, a viva voz, en tono acusador.
Yo enarqué una ceja, ¿éste tipo es imbécil? ¿No se ha leído mi confesión escrita y firmada por mi abogado y por mi misma persona? Aún recuerdo a Adrian rogándome en aquella celda que no lo hiciera firmar algo así.
- Lo soy - contesté tranquilamente.
- ¿Quería usted hacerlo?
- Joder, ¿cuántas veces tengo que repetirlo? ¡Hostia puta! Quería matar a ese hijo de puta, quería, sí, quería hacerlo, quería matarlo ¡Joder! – y cambié de registro, lo siguiente lo dije en español, alto y claro - ¿Es usted retrasado mental? ¿Entiende lo que le digo? – y volví al inglés - ¿Me entiende? ¿Se ha leído el sumario? ¡Por dios bendito! Es un inútil.
Las facciones de mi abogado, cada vez más blancas, rojas, moradas… pero es que me cabreaba tanto juicio, tanto papeleo, tantos exámenes psicológicos… Al final, a pesar de todos los esfuerzos del pobre Adrian, me metieron la alevosía, bueno ellos lo llaman alevosía, por lo visto empleé medios, modos o forman, que tendieron directa y especialmente a asegurar el asesinato sin el riesgo que podría haberme supuesto que él se defendiera… vaya maneras de decir que lo encañoné con mi revolver y le medí una bala del calibre 45 en la sesera. Vuelvo a reír, no… una bala no, fueron varias, demasiadas… sí… digamos que también hubo ensañamiento, pero Adrian logró que lo desestimaran, por lo visto una vez está muerto, el resto de balas no aumentan deliberada e inhumanamente el sufrimiento de la víctima.
Todo daba igual, me colgaron dos cadenas perpetuas. El juez gritó culpable con toda su mala hostia, y yo me encogí de hombros e intenté consolar a mi abogado, que casi se echa a llorar.
**
A mí me encerraron, pero ese hijo de puta no volverá a respirar, no volverá a joderse a nadie, no jadeará ningún otro nombre, no lo hará, el mío fue el último que gemía entre calientes sudores, yo fui la última que lo escuchó reír, que escuchó su falso y delirante "te quiero mucho, Luna"… ¡Y una mierda! Ahí te pudras en el maldito purgatorio, si es que existe esa mierda.
Quería matarlo, pero flaqueé, estaba pidiéndole explicaciones cuando me besó y caí, caí en la espiral de su olor, de su sabor, de su presencia… pero aquel falso te quiero después del polvo lo condenó para siempre; me recordó que estaba rota y seguiría sangrando a borbotones si no acababa con todo aquello.
La gloriosa sensación de poder y control me embriaga de nuevo, verlo allí, arrodillado, medio desnudo.
- Luna, ¿qué coño estás haciendo? – tocó el cañón de mi revolver, y se dio cuenta de que era de verdad.
Sus ojos muertos de miedo.
- Eres un mentiroso. – Susurró el monstruo que acababa de encarnarme.
- Luna… Luna… ¿Qué haces? ¿Qué es ésto? ¿Qué está pasando? – Tartamudeó, pero no se movió.
- Que vas a morir. – Y aquel fue el momento en el que dejé de quererlo como lo quería, y pasé a quererlo de una manera... diferente.
- No… Luna… Te quiero… Esas otras no son nadie, yo te quiero a ti – susurra tan acojonado que olvida retener la orina dentro de su cuerpo, y se desparrama por el pantalón, mojando el suelo.
- Mentira.
- No, no, no, no… no es mentira, esas otras no significan nada. Te quiero, Luna, te quiero muchísimo.
- Yo a ti más. – Y disparé, una, y otra, y otras muchas veces.
"No volverás a decir que me quieres, cabrón miserable" pensaba mientras remendaba sus labios, uno junto al otro y dejaba una media luna tatuada en su pecho, con material improvisado.
Ahora… ahora sí me quieres, muerto, con los labios sellados y a Luna en tu pecho. Ahora sí.
La voz de Danna me saca de mis recuerdos.
- ¿En qué cojones estás pensando? Pareces muy feliz. – pregunta Danna, a casi un centímetro de mi cara, examinando mi expresión ensimismada.
- Ya te lo he dicho, pesada, en fantasmas.
La vida de la cárcel fue dura al principio, recibí varias palizas, me dolían rincones del cuerpo que yo no sabía ni que existían. Pero chupar gatos era, con diferencia, lo que peor llevaba, aquel sabor salado, a pescado crudo, el intenso olor, aquella manera violenta y ansiosa de penetrar en mí una y otra vez, hasta los nudillos… Sí… fue duro, fue muy duro, tuve que aprender a ser violenta, a intimidarlas, a revelarme, a recibir y dar. Y si algo me quedó claro, es que aquí, el que da la primera hostia, es el que más posibilidades tiene de ganar respeto. Era aquello o ser una puta chupadora de almejas toda mi vida, si voy a pasar aquí el resto de mis días, prefiero los golpes o la celda de aislamiento cuando hay pelea.
Melinda era diferente, adjetivó mi personalidad y la llamó psicopática, me hizo gracia aquello, empecé a interesarme por eso de la psicopatía durante las sesiones que me dedicaba una vez a la semana y aprendí, aprendí de mí. Ella decía que tenía muy baja tolerancia a la frustración, y por eso había asesinado a sangre fría al único hombre que he querido; decía que no tenía sentimientos, ni capacidad de empatía, y eso no me gustó una mierda, yo sí tengo sentimientos… ¿O los tenía?
Y me quedé dormida, la voz de Danna al fondo, preguntando algo que no he alcanzado a escuchar.
Amanece, y lo primero que hago, es mirar su fotografía y encenderme uno de los cigarros que Bruno me trajo la última vez que había logrado escaquearse y quería meterla en caliente. Fumo pegada a los barrotes, y la última bocanada de humo, va acompañada de un beso para la fotografía.
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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."
Para leer el relato completo: AQUI
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