jueves, 9 de enero de 2014

Mi corazon se alegra

 

       ¡Que así sea! ¡Yo no iré a Helheim! Sonrío y suspiro aliviada. ¡Coraje, Verdad, Honor, Fidelidad, Esfuerzo, Cobijo, Disciplina, Confianza y Perseverancia!
      
      - ¡Todos morimos un día! - Río, abro los brazos y miro a la muerte a los ojos, en un rugido fiero - ¡Por el Valhalla! - Espero que mi nombre sea recordado por los que vivan.
      
      Una resplandeciente doncella sobre un caballo alado se acerca a mí; mientras mis miasmas huyen despavoridos de mi cuerpo, mis manos aún aferradas a sendas espadas. Ahora soy etérea, el caballo de la valkiria me lleva al árbol del que todos nacimos. La miro y sonrío, pues ella será para siempre mi valkiria y lo cierto es que le he hecho viajar muy lejos hasta encontrarme.
      
      El Bifrost brilla bajo los cascos del alado rocín, Midgard se aleja rápidamente a nuestra espalda. Yggdrasill... Ásgard y entonces sé que soy una einhérjar, o quizás aún no, eso Freyja lo decidirá. Ante mí, el linaje de mi pueblo. Me llaman, me piden que ocupe mi lugar entre ellos, en los atrios de Valhalla, el lugar donde viven los valientes para siempre.
      
      Veo a Eikþýrnir, sus cuernos gotea tanto rocío, que éste llega abajo hasta Hvergélmir, de él se forman los ríos Sid, Vid, Sokin, Eikin, Svol, Gunntra, Fiorm, Fimbultul, Gípul, Gópul, Gómul y Geirvímul, que corren por donde habitan los dioses; veo a Tyn, Vin, Tol, Hol, Grad, Gunntrain, Nyt, Not, Non, Hron, Vina, Vegsvin y Tiodnuma.
      
      También veo a Heiðrún, de sus ubres mana hidromiel y es él el que llena la cuba cada día; tanto es, que puede saciar a todos los einhérjar. Y ahí está, sobre el Valhalla, el frondoso Læraðr, tan deslumbrante como el oro.
      
      Ochocientas puertas y cuarenta más, tiene el Valhalla. Frente a la más grande espera Freyja, que me observa y decide mientras yo, aturdida por el viaje, la contemplo ¿El Vahalla o Folkvang? Las palmas de mis manos estrechan las empuñaduras de mis armas y entonces decide, da un paso hacia un lado y me muestra la puerta del salón de los muertos; otra Valkiria se acerca a mí y me ofrece un cuerno rojo de hidromiel sagrado, yo lo tomo y bebo, mientras la dama me abraza. Ahora sí, soy una einhérjar y he regresado al río de la inmortalidad.
      
      Entro en el enrome salón, techado está con astas, tejado con escudos, cubierto el suelo de corazas. Hoy lo veo con mis propios ojos. Está repleto de valientes guerreros, tantos que apenas vislumbro los vórtices, sobre las mesas, la carne de Sæhrimnir, jabalí que se come cada día en el salón de los muertos, y de nuevo está vivo cada tarde. Valkirias sirven las mesas y traen hidromiel, también vino, la bebida de Valfodr (Odín), el padre de todos, el que se sienta con nosotros, los einhérjar.
      
      Cada día, después de vestirme, tomo mis armas y salgo fuera del Valhalla, entrenamos, luchamos y morimos unos a manos de otros, gritos de guerra, gruñidos que manan del dolor de las heridas. Morir una y otra vez entre acometidas, sangre, dolor y honorables y merecidas muertes para luego regresar al Valhalla.
      
      ¡Nosotros jamás moriremos! Nos reagrupamos en el Valhalla, los Æsir: Odín, Frigg, Thor, Baldr y Tyr, comen y beben con nosotros. Y moriré en batalla, una y mil veces ¡hasta el día del Ragnarök
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París

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París, ella, y un par de días es todo lo que necesito. Nunca entenderé cómo, ni por qué pero ella lo consigue, consigue pegar los pedazos, sin preguntas, sin quejas, sin compasión; su risa siempre dispuesta a contagiarme; sus ojos atentos, negros, expectante, observándome, como si nada más existiera; sus labios, susurrantes, carnosos, rosados, me muerden, me besan, me arrastran; su cuerpo tibio, acompañándome, sobre mí, a mi lado, a unos pasos, nunca demasiado lejos; su viola, gritando a altas horas de la madrugada; su piso, situado en La Rue de la Harpe, pequeño, tan pequeño que no tiene puertas, nada más entrar, la cocina a la izquierda y el salón también, el ventanal, la pared, una cornisa a la izquierda y la habitación, el cuarto de baño y la ducha parecen un armario empotrado más… era minúsculo la primera vez que entré, con ella tomada de la mano; pero ahora, ahora es inmenso, o al menos así me lo parece. ~~~~PARA LEER EL EL RESTO DE LA HISTORIA click EN LA FOTOGRAFÍA
"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

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