miércoles, 10 de marzo de 2010

Ahí estaba, aletargado, consumido por el tiempo y su inevitable desgaste. A penas cuatro barrotes y un cristal minúsculo de 15 por 10 centímetros situado en el centro de la puerta, una ventana más pequeña en la pared por la que aun se colaba algo de luz; podía verlo, podía distinguir su silueta, podía escuchar su respiración quejumbrosa. No... no se movía, había quedado entumecido en aquel espacio reducido que no permitía movilidad alguna.


Sólo polvo y tiempo había en aquella celda.


El miedo se fue aquel día lluvioso de Abril en el que ella me abandonó por otro hombre, por otra mujer, o quizás por ella misma. Flaqueé durante varias horas, con el cuerpo temblando, con el pánico calado hasta los huesos. Él, en mi mano, lloraba desgarrándome la vida.


Fuera la lluvia se dejaba caer en los cristales de la ventana.


Durante una eternidad sólo escuche sus lagrimas, sus gritos agónicos; entre vahídos plañideros me susurraba que quería que ella volviera, que me marchara a buscarla y le suplicara. Que eso le daría lástima, se apiadaría de mí y volvería a casa con nosotros, con él y conmigo.


Yo, encogida sobre mí misma, entre la bañera y el lavabo, lo escuchaba suplicarme en silencio que fuera corriendo a buscarla; que se pararía sin su voz frágil y melódica, sin sus besos carnosos, sin su mirada, su risa, sus palabras, sus consejos, sus dibujos, su violín derramando notas por toda la casa cada domingo por la mañana. “No podré vivir sin tener su piel rozándome los muslos cada noche. ¡Ves a por ella o moriré!” ¡Eso se atrevía a decirme! A punto estuve de dejarlo caer al suelo, a punto estuve de lanzarlo contra la pared y con la rabia metida en el cuerpo, quise observar cómo dejaba de latir, pero la fuerza se había ido con las lágrimas y ahora sólo me quedaba un ligero escozor en los ojos y aquella placentera sensación de somnolencia.


Sobre el frío suelo del cuarto de baño me quedé dormida.


Cuando desperté aún era de noche, el escozor se había intensificado y el cansancio me pesaba sobre la cabeza. Entonces, fue entonces cuando lo entendí, él se había callado, seguía allí, vomitado sobre mi mano derecha y yo, en el suelo del cuarto de baño, en aquel rincón encogida sobre mi misma me había sentido bien, lo suficientemente refugiada como para poder dormir algunas horas. “Buscaré un espacio pequeño para ti también”.


Ahora… ahora era el momento para dejarlo encerrado, para no volver a escucharlo gimotear, reír o gritar. Todo tiene un sacrificio y mi sacrificio sería él. Me lo volví a tragar, sí… pero para encerrarlo, mi corazón no volvería a molestarme.


No volví a escucharlo jamás, ella lo mató pero yo le di e golpe de gracia.


Algunos me llamaron monstruo, otros me llamaron pedazo hielo, arpía, bruja. Pero yo… yo sí tenía corazón, no estaba congelado, simplemente lo había encerrado hasta que se pudriera, hasta que muriera de inanición ¿Para qué conservar un corazón cuando ves lo que hacen con él? No… no volvería a verlo llorar así, tampoco volvería a sentirlo suspirar o jadear, pero el precio a pagar era asequible comparado con los daños y los peligros a los que estuvo expuesto.


Lo cuidé, lo alimenté con mis propios sentimientos y durante un tiempo estuvo tranquilo dentro de aquella mazmorra. Con el paso de los años y de la indiferencia, poco a poco, fui olvidando dónde había quedado encerrado. Y… me olvidé de mí misma para dar paso a algo diferente.


3 gota(s) de lluvia ha(n) caido**:

Anónimo dijo...

Me has puesto los pelos de punta con tus letras, nuevamente lo has conseguido, como te admiro!!! Tienes una capacidad inmensa para transmitir lo que sientes, te lo he dicho muchisimas veces ,pero jamas me cansare de repetirtelo, no sea que se te olvide.
Como has descrito el DOLOR, tan desgarrador y duro que decidio enterrar su corazon para que no pudiera sentir mas esa sensacion tan brutal.... (me dejas sin palabras) BRAVO!!!!!!
Besitos de tu gran admiradora.

Anónimo dijo...

Ves? me paso por aquí! y leo! jajaj las extensiones de texto son relativas, así que no te enojes y escribe...gracias

Anónimo dijo...

Ah! que bonito texto este! lo lei y todo! para que no vaya a decir después que no leo porque sean cortos o largos, y os felicito, pues me siento identificada en el texto también. Amén

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París, ella, y un par de días es todo lo que necesito. Nunca entenderé cómo, ni por qué pero ella lo consigue, consigue pegar los pedazos, sin preguntas, sin quejas, sin compasión; su risa siempre dispuesta a contagiarme; sus ojos atentos, negros, expectante, observándome, como si nada más existiera; sus labios, susurrantes, carnosos, rosados, me muerden, me besan, me arrastran; su cuerpo tibio, acompañándome, sobre mí, a mi lado, a unos pasos, nunca demasiado lejos; su viola, gritando a altas horas de la madrugada; su piso, situado en La Rue de la Harpe, pequeño, tan pequeño que no tiene puertas, nada más entrar, la cocina a la izquierda y el salón también, el ventanal, la pared, una cornisa a la izquierda y la habitación, el cuarto de baño y la ducha parecen un armario empotrado más… era minúsculo la primera vez que entré, con ella tomada de la mano; pero ahora, ahora es inmenso, o al menos así me lo parece. ~~~~PARA LEER EL EL RESTO DE LA HISTORIA click EN LA FOTOGRAFÍA
"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

Para leer el relato completo: AQUI

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