domingo, 6 de febrero de 2011

Escapando - París III





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PRIMERA PARTE



SÉPTIMA PARTE







Le jardín du luxembourg, infinito, verde, plagado de bancos de madera y sillas de metal. Ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí; tras visitar Notre-Dame, decidí perderme entre las calles, rodee el Sena hasta llegar al Boulevard Saint Michel y allí, frente al ángel de piedra, me guardé el mapa turístico y le prometí que si me llevaba a algún lugar le traería flores antes de irme. ¿Para qué querría flores un ángel de piedra? Para cuando me pregunté aquella tontería, ya había llegado a las puertas de Le jardín du luxembourg, sonreí al ver aquella placa que anunciaba el nombre del jardín y me adentré buscando a Marius, a Cosette, a Jean Valjean… He vivido media vida soñando con ellos, releyendo, buscando a Marius enredado entre los dedos de la pluma de Víctor Hugo. Lo que no sabía, lo que desconocía en aquel momento en que cruzaba aquella inmensa puerta, era que los encontraría, sentados en un banco, a mi lado.
Caminé hasta la fuente central del jardín, situada frente al Palacio con el mismo nombre. Los niños jugaban con sus veleros en miniaturas teledirigidos, la gente amontonaba sus sillas a su alrededor y tomaba el sol o charlaba animadamente. Así que yo me dispuse a sentarme en un banco, alejada de la fuente, y saqué mi libro de Los miserables, era la segunda vez que estaba en París, no podía dejar el libro en casa, tenía que traerlo a dar una vuelta conmigo. Acaricie la portada, deslicé los dedos por los márgenes de las hojas, ennegrecidos, desvencijados. ¿Cuántas veces había releído aquel libro? ¡Buf!
Le jardín du luxembourg, el lugar dónde nace la historia, el lugar en el que Marius busca a Cosette, el lugar en el que la mira, en el que la busca, en el que se desespera.
Y en ello estaba cuando una mujer de zapatos rojos se sentó a mi lado y habló.
– Pardonnez-moi, je suis là. J’ai le cœur gonflé, je ne pouvais pas vivre comme j’étais, je suis venu. Avez-vous lu ce que j’avais mis là, sur ce banc? Me reconnaissez-vous un peu? N’ayez pas peur de moi. Voilà du temps déjà, vous rappelez-vous le jour où vous m’avez regardé? C’était dans le Luxembourg, près du Gladiateur. Et le jour où vous avez passé devant moi? Il va y avoir un an. Depuis bien longtemps, je ne vous ai plus vue. Qu’est-ce que j’avais à faire? Et puis vous avez disparu. La nuit, je viens ici. Voyez vous, vous êtes mon ange, laissez-moi venir un peu. Je crois que je vais mourir. Si vous saviez! Je vous adore, moi ! Pardonnez moi, je vous parle, je ne sais pas ce que je vous dis, je vous fâche peut-être; est-ce que je vous fâche?[1]
Creo que perdí el mundo de vista con la segunda pregunta, mis ojos siguieron repasando el libro, tocando sus páginas, hasta que terminó de hablar, no desvié mi mirada ni un segundo. El pasaje en el que Marius por fin habla con Cosette…
Comment vous appelez-vous?[2] – respondí, sin desviar mi mirada del libro.
- Te has saltado la mejog pagte. – Y aquellas erres mal pronunciadas casi me derriban, su perfecto español me sorprendió y casi estuve a punto de dirigir mi mirada hacia ella. – Vous m’aimez donc?[3]- Preguntó, como mi Marius a su Cosette. No, no quería mirarla todavía, quería conservar la magia hasta el final.
Y una sonrisa brotó de mí, tan dulce que apenas conseguía reconocer mis propios labios, mis mejillas acaloradas, el viento cálido de verano. Sabía perfectamente la respuesta de Cosette a aquella pregunta, la sabía de memoria en ambos idiomas. Creo que la odié un poco por haberme robado a Marius, y haberme relegado al papel de Cosette.
Tais-toi! Tu le sais![4] – Respondí al fin, emulando las palabras de mi personaje, notablemente avergonzada, sin duda, leerlo en silencio tenía muchísimo más encanto.
- Ahoga sí vienen las pgsentaciones.
Por primera vez escuché su risa, divertida, despreocupada y la miré, su pelo rojo natural, las pecas anaranjadas esparcidas por las mejillas, ojos verdes, labios rosados.
- Me llamo Agnés. – Susurró, tan cerca de mí…
Yo correspondí su presentación, pegando mi nombre al suyo, y ella volvió a reír. Creo recordar que en aquel momento le di las gracias al ángel de piedra.
- Aboggecí ese libro en segundo… sí…. En segundo cugso de…. ¿cómo se dice?
- ¿Carrera? ¿Licenciatura?
- ¡Eso es! Pego bueno, aún gecuegdo algunos pasajes. ¿Has estado en Le panthéon?
Su escotado vestido verde… Ella muy cerca de mí, invadiendo mi espacio, como los niños, que inocentemente se acercan demasiado para hablar, casi sin darse cuenta, curiosos.
- Sí… bueno… no… éste año aún no. – Respondí, cohibida.
Ella se acercó, voraz, entre risas, el sabor a menta de sus labios inundó los míos.
- ¿Vamos? No tengo nada que haceg hoy. – Y se levantó de aquel banco de piedra con total y absoluta naturalidad.
Me quedé allí, ensimismada, mientras ella caminaba hacia la salida. El libro que tenía entre las manos cayó al suelo y aun sin haber entendido nada de lo que había pasado, me levanté y aceleré el paso hasta llegar a ella, que de reojo me miraba de aquella manera que llegaría a resultarme familiar tiempo después.
- ¿Acostumbras a dar semejantes besos a todas las chicas indefensas que leen a Victor Hugo? – Pregunté, en respuesta a su sonrisa.
- ¿Semejantes?
- Pareils.
- ¡Ah! Es que… me pageciste una de esas pegsonas que vive soñando despiegtas, cgeia que no te impogtagía. Es que… estabas tan…. ¿cómo lo decís? Muy joli[5]….  Nada más.
- Ya, y un oportuno morreo me devuelve al planta tierra. ¿No? – Respondí hundida en una amplia y despampanante sonrisa.  
Ella se paró, dio un paso hasta invadir mi espacio de nuevo, intimidándome, llevándoselo todo, como tantas otras veces en su compañía; aquella vez fui yo quién la besó, un beso diferente al suyo, un beso dulce, acariciando el sabor a menta de sus labios.
- Pues pagece que sí. – Respondió sorprendida, susurrante, retomando el paso.


[1] - Perdóname; estoy aquí. Tengo el corazón lleno; no podía vivir como estaba, y he venido. ¿Habéis leído lo que he puesto en ese banco? ¿Me conocéis? No tengáis miedo de mí. ¿Os acordáis de aquel día, hace ya mucho tiempo, en que me mirasteis? Fue en Luxemburgo, cerca del gladiador. ¿Y del día que pasasteis cerca de mi? Va a hacer un año. Desde hace mucho tiempo no os he visto. ¿Qué debía hacer? Después habéis desaparecido. Por la noche vengo aquí. Ya veis, sois mi ángel; dejadme venir; creo que me voy a morir. ¡Si supieses! ¡Os adoro! Perdonadme; os hablo y no sé lo que os digo; os incomodo tal vez. ¿Os incomodo?
[2] ¿Cómo os llamáis?
[3] ¿Me amáis, pues?
[4] ¡Cállate! ¡Ya lo sabes!
[5] Bonita

2 gota(s) de lluvia ha(n) caido**:

Juan A. dijo...

La fascinación de la ciudad intemporal. Bellísimo.

Marcos Callau dijo...

Estupendo crónicas. Me has hecho recordar los largos paseos por los jardines de Luxemburgo y el Boulevard Saint Michel como si los estuviers viviendo ahora mismo. Gracias.

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París, ella, y un par de días es todo lo que necesito. Nunca entenderé cómo, ni por qué pero ella lo consigue, consigue pegar los pedazos, sin preguntas, sin quejas, sin compasión; su risa siempre dispuesta a contagiarme; sus ojos atentos, negros, expectante, observándome, como si nada más existiera; sus labios, susurrantes, carnosos, rosados, me muerden, me besan, me arrastran; su cuerpo tibio, acompañándome, sobre mí, a mi lado, a unos pasos, nunca demasiado lejos; su viola, gritando a altas horas de la madrugada; su piso, situado en La Rue de la Harpe, pequeño, tan pequeño que no tiene puertas, nada más entrar, la cocina a la izquierda y el salón también, el ventanal, la pared, una cornisa a la izquierda y la habitación, el cuarto de baño y la ducha parecen un armario empotrado más… era minúsculo la primera vez que entré, con ella tomada de la mano; pero ahora, ahora es inmenso, o al menos así me lo parece. ~~~~PARA LEER EL EL RESTO DE LA HISTORIA click EN LA FOTOGRAFÍA
"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

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