jueves, 15 de septiembre de 2011

La muerte de Peter Pan - 1.- Campanilla

La muerte de Peter Pan

1.- Campanilla



Llueve, llueve sobre el País de Nunca Jamás. Cada gota cuenta una historia que ya no sucederá nunca; cada sonido un grito que ningún ser humano sería capaz de escuchar. Del olor de las gotas manaban recuerdos confusos y, justo al precipitarse contra el suelo, explotaban en pequeños pero eficaces susurros. Cada molécula de agua gritaba al nacer: “Peter Pan no volverá”.

Una nube negra cubría toda la isla, desde la laguna de las sirenas, hasta la roca con forma de calavera, pasando por el poblado indio, el árbol de los niños perdidos, la cueva de los piratas, el bosque de las hadas… En la isla de Nunca Jamás ya nadie recordaba el calor del sol, ya nadie era capaz de imaginar el cielo azul, ya nadie podía volar, ni siquiera las Hadas. Y, puesto que no podían utilizar sus vaporosas alas para recorrer grandes distancias, tuvieron que recurrir a sus piernas que, diminutas y escuálidas, no pudieron soportarlo… las bestias se las habían ido comiendo una a una.

Pero… ¡Ahí! Cerca del árbol de los Niños Perdidos hay un Hada, sus alas diminutas se esconden entre las hojas de la rama más alta del árbol. Es Campanilla que, inútilmente, intenta cubrirse los oídos con sus minúsculas manos. Ella sí puede escuchar lo que susurran las gotas de lluvia. 

“Peter no volverá…” 

Los rayos azotan el lugar con toda su furia. Campanilla contempla, desde lo alto del árbol; se esfuerza, pero ya no recuerda otro Nunca Jamás, como el resto de criaturas de la isla, ya no recuerda nada más allá de la noche, y la lluvia. 

Y Como en todos los cuentos, hasta la criatura más ínfima, la más recóndita existencia de la historia, es capaz de articular palabras.

- ¡Peter! – Grita furiosa.

Ni siquiera en momentos de intensos sentimientos era capaz ya de ofrecer polvo de hadas. Su piel, antaño brillante, cubierta siempre de una graciosa y mágica capa de polvo dorado, se había vuelto gris, polvo de hadas muerto, ceniza… todo menos magia.

Aunque había pasado mucho tiempo desde que Peter desapareció de Nunca Jamás ella no había cambiado de parecer, sus alas testarudas seguían mirando al cielo, buscando a un Peter que ya sólo conservaba entre fragmentos diáfanos de recuerdos. Ella era la única, de toda la isla, que no había olvidado a Peter Pan, era el dueño de su magia, no podría haberlo olvidado jamás. Y, aunque no recuerda nada antes de la tormenta, sabe que desde que Peter se marchó no había dejado de llover. 

- ¡Campanilla! ¡Estás aquí! Llevo un buen rato buscándote. – Uno de los niños perdidos había escalado hasta la cima del Árbol del Ahorcado.

-  No quiero que me encuentre nadie. - Susurra quejicosa.

- ¡Campanilla!- protesta el niño, aburrido ya de Campanilla y sus lamentos.

- Yo estaba allí… - musita de nuevo.

- ¡Campanilla! ¡No sé de qué estás hablando! ¡Me aburres! ¡Baja de ahí! Hace mucho frío aquí arriba. 

La pequeña lucecita grisácea lagrimea frenética ¿Cómo han podido olvidarlo? 

El niño suspira aburrido y la mira con desdén, es de sobra conocido que en árbol del Ahorcado están todos cansados de Campanilla, siempre hablando de un tal Peter Pan, siempre llorando, siempre furiosa, mirando al cielo.

- ¡Peter volverá! – grita furibunda mientras corretea por entre las ramas del árbol y se pierde, dejando tras su paso una estela de ceniza. 

Perdida en el mundo humano, lo encontró llorando, en su carrito, solitario y asustado. Voló más allá del horizonte de agua azulada que rodeaba la isla, de todo cuanto conocía. Y, en mitad de una calle cualquiera, de una ciudad cualquiera, tropezó con un carrito de niño. Menudo golpe se dio, huyendo de los ladridos de un perro, volando a toda velocidad. El pequeño Peter Pan dirigió su mirada hacia aquel ser diminuto que volaba a un suspiro de sus ojos y una suave risa envolvió a Campanilla.

Una pequeña gota de lluvia cae sobre ella, empapándola entera, y devolviéndola a su presente, a su noche, a la moribunda isla perdida. 

Las bestias ululan y aúllan por doquier.



NOTA, a quien pueda interesarle: estoy escribiendo la versión de Wendy, del Capitán Garfio.... =)
Inspirado en la Obra original de James Matthew Barrie
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París, ella, y un par de días es todo lo que necesito. Nunca entenderé cómo, ni por qué pero ella lo consigue, consigue pegar los pedazos, sin preguntas, sin quejas, sin compasión; su risa siempre dispuesta a contagiarme; sus ojos atentos, negros, expectante, observándome, como si nada más existiera; sus labios, susurrantes, carnosos, rosados, me muerden, me besan, me arrastran; su cuerpo tibio, acompañándome, sobre mí, a mi lado, a unos pasos, nunca demasiado lejos; su viola, gritando a altas horas de la madrugada; su piso, situado en La Rue de la Harpe, pequeño, tan pequeño que no tiene puertas, nada más entrar, la cocina a la izquierda y el salón también, el ventanal, la pared, una cornisa a la izquierda y la habitación, el cuarto de baño y la ducha parecen un armario empotrado más… era minúsculo la primera vez que entré, con ella tomada de la mano; pero ahora, ahora es inmenso, o al menos así me lo parece. ~~~~PARA LEER EL EL RESTO DE LA HISTORIA click EN LA FOTOGRAFÍA
"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

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