domingo, 20 de mayo de 2012

Úrsula y Xandros

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Las gruesas y pesadas cadenas, tan ajustadas, tan innecesarias, tan inútiles... oprimiendo su pálida piel.
- Todas las noches lo mismo, todas. Úrsula, ¿Por qué? ¿Por qué me las pone? Sabes que no voy a irme.
- Ya lo hiciste una vez. - Susurra con frialdad.
Él suspira, dolido, decepcionado; su mirada se precipita hacia el suelo.
- ¿Cuánto tiempo más vas a seguir castigándome por ello?
- No fui yo quién te castigó – tan glacial que podría congelarlo si su cuerpo aún conservara calor –, éste es tu destino.
Y en este último susurro la voz de la hermosísima muñeca rubia de tirabuzones perfectos tiembla de emoción. Disfrutando de su  majestuosa superioridad. Es ella quién tiene el extremo de la cadena entre sus manos.
Todas las cadenas del pálido y triste muchacho, tobillos y muñecas, convergen en el grillete que finalmente ella ha atado a su propio tobillo. Úrsula  se levanta triunfante, incluso divertida; camina hacia la cama obligándolo a él a caminar a su paso; tirando de la humillante cadena que también ha atado al cuello del chico.
Él cierra los puños con fuerza, obligado a permanecer en aquella postura ridícula, levemente inclinada, la cadena de su cuello no es lo suficientemente extensa como para que pueda erguirse al caminar, y las las largas y perfectas piernas de Úrsula no le ofrecen tregua alguna.
El sonido de los eslabones retumba en la habitación. Cuando ambos están ya tendidos en la cama, la luz se apaga.
- Sabes que estas cadenas de hierro no me retienen ¿Verdad?
- Lo sé.
- Entonces ¿Por qué lo haces?
- Porque no quiero que olvides a quién debes tú preciada vida eterna.
- No podría olvidarlo querida Úrsula, no podría.
Ella apoya su cálido y suave cuerpo sobre él, que tendido en la cama percibe su olor, su calor corporal, su palpitante corazón. Manosea el cuerpo de Úrsula  hasta llegar a una de sus manos, se la lleva a los labios, la besa, la huele entre sufridos escalofríos. Hace tanto que no se alimenta, hace tanto que ella no… Úrsula  aparta rápidamente su brazo y él gime de dolor como un animal malherido.
- ¿Quieres morir? ¿Es eso? - le increpa, intentando contener la ansiedad.
Ella no responde, no se mueve. El olor de la humana se intensifica, su fervor, los latidos, la sangre roja circulando dentro de ella.
- Quiero beber, quiero beber ¡Ya! – Grita él, clavándole las uñas a Úrsula  en el muslo derecho.
Se tumba sobre ella, y palpa su cuerpo, exigiendo un poco, sólo  un sorbo, lo necesita… puede escucharla dentro de sus arterias, lo está llamando, le está gritando.
- Creí que no la querías, por eso te marchaste.
- ¡Vamos! Úrsula, no te burles de mí, sabes muy bien que sólo puedo beber tu sangre, sabes muy bien que mi cuerpo rechaza cualquier otra.
- Y aquí está la marca, en tu brazo derecho, justo aquí. En aquel momento lo confirmaste ¿Verdad? ¿A quién mordiste?
La lengua fría del animal desesperado acaricia el cuello de Úrsula, su gélido aliento golpea la garganta de la chica.
- Déjame beber… Dame permiso… - Desquiciado, ya ni siquiera puede levantar la voz.
- Bebe.
- Dilo.
- Bebe.
- Di mi nombre ¡Maldita sea!
Los colmillos del animal rozan el cuello de Úrsula, atentos, esperando inquietos escuchar el nombre que le abre camino la vida.
- ¡¿Quieres morir?! ¡Pues que así sea! – Grita furioso.
Se sienta en la cama, apoya los codos en sus rodillas y sobre las palmas de sus manos deja sus mejillas. Un increíble dolor lo devora por dentro, cada una de sus arterias muertas, su corazón enmohecido, todos los miembros de su cuerpo. El dolor, tan intenso, en cada movimiento, cada fibra, cada centímetro del cuerpo.
Empiezan los gemidos, débiles, tan  frágiles... Solloza como un lobo apaleado, como una fiera moribunda. Intenta levantarse y la cadena de su cuello se lo impide, derrumbándolo bruscamente de nuevo sobre la cama. Está tan débil…
La gloriosa Úrsula sonríe, no lo ve, todo está oscuro, pero lo escucha, percibe sus gemidos de dolor. A tientas, lo busca entre las sábanas de la cama hasta encontrarlo, acerca su exótico cuerpo semidesnudo a él, besa su mejilla, su cuello, se sienta sobre él a horcajadas, acerca su yugular a los labios del vampiro y entonces susurra el nombre milenario, sólo ella lo conoce, sólo ella puede pronunciarlo.
Él hunde sus colmillos en el cuello de la chica. Ahora sí, la sangre roja entra en el cuerpo del chico a borbotones. Ahora es Úrsula la que jadea de placer. Ahora es ella la que gime, la que vacía su corazón en cada latido; la que lo abraza con fuerza.
Ha terminado, él se ha quedado dormido, no ha derramado ni una sola gota de metálica y dulce vida.
Ella se yergue a duras penas, está débil, ha perdido mucha sangre; aún sentada sobre él, puede sentirla correr por el perfecto y frío abdomen que tiene aún entre las piernas. Besa delicadamente sus labios fríos y carnosos, sabe que él ya no está en éste mundo, así que puede permitirse un beso lleno de ternura, un beso en el que termina devorando los labios del muchacho con pasión. Mañana él no lo recordará, ahora, mientras duerme, vuelve al mundo de los muertos.

Más allá de las recias ventanas de madera que sellan cada rendija, cada grieta, cada afilado y escurridizo dedo solar que pudiera colarse en la habitación; más allá del refugio oscuro, el codicioso monstruo dorado empieza el ascenso hacia lo alto del cielo.
Úrsula  queda plácidamente dormida a su lado. El día no transcurre con normalidad, los pasillos murmuran ajetreados, repletos de pasos que rugen tras la hermética puerta. Le roban el sueño varias veces hasta que llena de ira, se despega del cuerpo del vampiro y se encamina hacia la puerta, perdiendo los nervios. Al dar el primer paso cae de bruces contra el suelo, la cadena de su tobillo no da más de sí, el cuerpo del vampiro ni siquiera se ha movido.
Qué imprudente ¿Cómo ha podido pensar siquiera en abrir esa puerta con Xandros acostado en la cama? Suspira, vuelve a la cama y procura dormir un poco más.
Pasadas unas cuantas horas más, con el sol aun reinando en el cielo, vuelven a robarle el sueño. Irritada, palpa bajo la almohada buscando la llave de la cadena, la encuentra, y se libera de ella. Se levanta, con los pies descalzos y de debajo de la cama, extrae un ataúd de madera en el que deja caer a Xandros que sigue, todo él, muerto y pesado. Cierra el ataúd y sale por la puerta de la habitación.
La noche tarda en llegar pero su invencible soberanía cae sobre la ciudad, él despierta dentro del ataúd, desconcertado, apenas recuerda… lo sucedido la noche anterior, apenas recuerda nada después del dolor. Pestañea, inmóvil, esperando los recuerdos que no tardan en llegar en pequeñas dosis, la sangre, deliciosa, dulce e intensa de Úrsula, la sangre sobre su lengua, potente vida para su cuerpo muerto. Así que al final ella había cedido... sonríe satisfecho y con una mano intenta abrir el ataúd, que cede sin ningún esfuerzo. La noche ha llegado, las ventanas están abiertas y una esférica luna rojiza rige en lo alto de su cielo estrellado.
Xandros se pone los pantalones y el cinturón, impaciente por ver a Úrsula, no es habitual que ella despierte antes que él, algo ha debido suceder. La busca en los diferentes salones de la mansión, hasta que al fin, la encuentra en uno de los pasillo, vestida de luto, de espaldas a él. La reconoce de inmediato, a pesar del velo de tul, y del negro predominante en la totalidad de su vestido, un color nada habitual en ella… reconoce su olor, su forma de estar parada, en silencio.
- Papá ha muerto esta mañana; sí, Hetaira también –, susurra Úrsula  al sentir la presencia del vampiro acercándose a ella, ladeando levemente la cabeza – vamos, ponte algo oscuro y acudiremos a la capilla, ya han instalado ambos cuerpos. Toda la ciudad está de luto.
Se vuelve hacia él, anuda su brazo al de Xandros y ambos se encaminan hacia la habitación. Hetaira, muerta… jamás le gustó, su forma de vivir la inmortalidad le resultaba despreciable, sin embargo sería extraño no volver a verla. Ahora sólo quedaban dos vampiros en palacio, él y Bania, la vampiresa de la madre de Úrsula.
Xandros camina en silencio al lado de su ama, ella se apoya en el nudo de sus brazos más de lo normal, parece mareada. Al fin llegan a la alcoba. Ella retira el velo de su rostro para poder ver mejor las prendas de ropa que Xandros deberá ponerse:
- No tienes que hacer eso… no soy un inútil… sé perfectamente cuál es la ropa que debo ponerme en una ocasión así.
 La susurrante voz de Xandros choca contra Úrsula, que inmediatamente deja de acariciar, con su mano, las prendas de ropa masculina y mira, por primera vez en aquella noche, a su vampiro a los ojos. El rostro marmóreo de Xandros observa con curioso estupor los ojos enrojecidos de Úrsula.
- ¿Has estado llorando?
Úrsula vuelve a cubrir su rostro de tul negro.
- Ha muerto mi padre ¿Tú qué crees? ¿Es esa una pregunta digna de respuesta? – responde irritada. - Te espero fuera. Una palabra, un pensamiento más en ese sentido y tu insolencia serás castigada. Date prisa.
El muchacho se queda estupefacto ante la desmesurada reacción de Úrsula, que pocas veces había cruzado palabra alguna con su padre, que jamás le había dedicado una mirada amable, ni siquiera cariñosa.
Se vistió con cierta rapidez, todo, incluso la corbata, era de color negro. Cogió las cadenas, y con ellas en la mano, se dispuso a salir, cuando un rayo iluminó la estancia, y el sonido mojado de las gotas vibró en los cristales. Así que con la otra mano, cogió el paraguas y salió en busca de Úrsula, que lo esperaba, apoyada en la pared. Ella lo miró, una leve sonrisa, un suspiro, sus voluminosos pechos pegados al tórax de Xandros, sus tobillos elevándose, sus cándidas mejillas acariciando las de Xandros, su mano acariciando la de Xandros y cogiendo las cadenas.
- Hoy no necesitaremos esto.- Susurra con ternura, dejándolas caer en el suelo.
Eran aquellos pequeños gestos de Úrsula, lo que la hacían, a ojos del vampiro, una humana especial, llena de contradicciones, inhumana, caprichosa y testaruda.



---------- continuará ---------------

2 gota(s) de lluvia ha(n) caido**:

Esme dijo...

El principio me ha recordado a "la piel que habito" misterioso y oscuro. Seguiré pendiente de la continuación del relato.

cronicasdediaslluviosos dijo...

"la piel que habito"!! Hace poco me animé a verla, y sí, la verdad es que tiene su relación.

=* Muchas gracias por tu valiosísimo tiempo!

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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

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