jueves, 30 de agosto de 2012

Rojos como la sangre - 2 -


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Rojos como la sangre - 2 - 

Vuelves a la fría mujer sobre el lecho de pieles, está dormida… sí… duerme, seguro. Los labios rojos que tantas veces besaste te llaman, te quieren, te necesitan. Estás borracho, ya ni siquiera distingues la realidad del recuerdo, así que la despertarás, como tantas mañanas. Un beso esponjoso, suave, tierno, lleno de amor para ella.

Aquella noche volviste a casa, tambaleante, acompañado por el recuerdo de todos esos besos que tú, cazador miserable, había regalado a Blancanieves ¿le has dado un beso en los labios a una muerta? ¿Hoy has ido a la cripta? ¿Estaba frío su cuerpo? No lo recuerdas, pero sí recuerdas a la mujer vivaz que te devolvía por cada beso otro igual y por cada caricia una tierna sonrisa; a la mujer que dejaba tu mano tan bien acompañado por los latidos de su corazón. Una Blancanieves apasionada, que vibraba de amor por ti.

Sí… quizás sí recuerdas un beso extraño, uno muy frío. El barro te hace resbalar, y la borrachera te arroja de bruces contra el suelo. Recuerdas la sensación de un beso frío y mortecino, la languidez de unos párpados, tu pulgar acariciando unos pómulos blancos. El deseo, intenso y claro, la ilusión, la esperanza por la que entregarías toda tu vida: que abra los ojos y te mire como la primera vez que la besaste.


*

El enamorado cazador se descompone en un suspiro penitente anidado entre los rojos labios de Blancanieves. Y presa del miedo animal más cruel que existe, la besa con todo su corazón.

*

Aquella mujer me nublaba el juicio, no podía pensar, no podía dormir, pasaba mis días entre su melódica voz, su manera de reír, su mirada y todos los obscenos pensamientos me llegaban cuando me descuidaba. Aquellos ojos asustados, encerrados en una profunda penumbra, la gracilidad natural de todos sus movimientos, su olor… Su corazón… ronroneándome, abrazado a mí durante las noches más dura.

La sola idea de que algo pudiera ocurrirle me desquiciaba, así que hacía guardia por las noches y arrastraba mis pies durante el día. A penas lograba dormir un par de horas por jornada.

Sus labios rojos siempre dispuestos a sonreír con dulzura, como si fuera su postura natural.

Incluso los animales del bosque parecían postrase a su paso. Una bestia de instintos sanguinarios que había percibido nuestro olor nos atacó con violencia, yo la empujé, y atraje la atención del monstruo mientras desenvainaba mi hacha. Sus ojos llenos de furia, su cuerpo gris y mugriento… era colosal, jamás había visto un animal semejante; las leyendas hablaban de dragones, de centauros, incluso de arañas infinitas, de almas errantes entre los árboles muertos. Pero aquel monstruo se detuvo en el mismo instante en que puso sus ojos en ella, se acercó maravillado, curioso, sus ojos desteñían la furia, lavándola con inocencia. Quedó varado frente a ella, y mientras aquella figura diminuta la acariciaba, la grandiosa criatura cerró los ojos, despertó del sueño y se marchó por dónde había llegado.

Caminé en silencio a su lado durante varias horas. La muchacha hablaba en susurros,  me relataba sus recuerdos, sus anhelos, sus planes. Pretendía reunir un ejército de hombres y reconquistar las tierras de su padre.

Su voz y su risa iluminaban mis días, pero las noches eran mis favoritas: mi espalda recostada en el tronco moribundo, ella sobre mi pecho, apoya su cabeza en mi hombro derecho, sus pies a mi izquierda. Y al inflar mis pulmones su cuerpo respira con el mío.

- ¿Cómo has hecho eso? – me atrevo a preguntar al fin.

- ¿Hacer qué? – Responde ella en un hilo de voz ensimismada.

- Lo de esta mañana.

- ¿Qué?- Se recuesta ligeramente, despegando su cuerpo del mío, y me mira extrañada, adormilada.

- ¿De verdad no sabes a qué me refiero? – pregunto sorprendido, frunciendo el entrecejo. - ¿Cómo puede ser eso posible?

Ella mira hacia la izquierda en un gesto de reflexión, suspira, la niebla nace de sus labios, vuelve a recostarse sobre mí. Al respirar profundamente el calor de su niebla me acaricia la piel, su cabello se derrama, y en cascada negra me acaricia el brazo.

- Un monstruo de 8 metros de altura no sólo no ha intentado matarnos sino que al verte se ha postrado ante ti, como si fueras la reina de las hadas, o… algo así ¿Y no sabes a lo que me refiero? Es decir… una bestia de ha genuflexionado, ha permitido que la acariciaras cariñosamente…

Ella ríe ante lo que considera una exageración y susurra.

- También nos hemos cruzado con cientos de árboles agonizando y no por ello los recuerdo todos.

- No, no, no… Estamos hablando de una bestia grande, fea y violenta a la que tú has abrazado como si fuera tu mascota favorita.

Algo mojado, tibio, carnoso, suave… algo maravilloso me deja una huella mojada en la piel. Es ella, que me besa en el cuello. Su piel pálida y luminosa se adivina caliente, y creo estrecharla ligeramente. Entre abre los labios, si su lengua me toca la piel estaré perdido, me volveré loco.

- ¿El valiente cazador está celoso? – Al susurrarme, sus labios me acarician la piel.
Su risa descuidada, contenta, tan llena de alegría, me contagia y sin apenas darme cuenta, me encuentro abrazándola. He olvidado al monstruo que nos atacó, el que casi me mata, el mismo que la miró con admiración; lo olvido todo mientras su cuerpo cálido se queda dormido entre mis brazos.

- No estoy celoso… al menos no de una bestia horrible. – Susurro, hablándole a una hermosa mujer que se está quedando dormida.

- No era horrible… - responde ella con dulzura, pegando sus palabras a las mías.

Un rayo inesperado cae con fuerza, no muy lejos de nosotros, y aunque intenta disimular, tiembla de miedo. Yo sonrío a escondidas, he aprendido de su cuerpo lo que su silencio susurra a gritos. Sé que odia las tormentas, se agazapa, todos sus músculos se tensan… como cuando escucha el graznido de algún cuervo o está todo oscuro.

- Sí lo era… - Replico con los ojos cerrados, fingiéndome adormilado.

Es un martirio… cada vez que habla, que suspira, incluso cada maldita vez que inhala y exhala, su cálido aliento me acaricia… Hay noches en las que creo que no podré resistirlo, perderé el control y la besaré violentamente, devoraré sus labios  rojos con desesperación,  ella se asustará, gritará, sus ojos negros me cubrirán de oscuridad y me convertiré para ella en unos de esos graznidos de cuervo.

A veces me sorprende contemplando las vertiginosas curvas de su cuerpo, finge que no se ha dado cuenta pero sus pómulos se tornan de un precioso y dulce tono rojizo, en claro contraste con su pálida piel.

Me he enamorado de ella, ya no tengo dudas, adoro su candor, su ternura, su risa, sus miedos, sus manías, su tenacidad… todo. Lo quiero todo de ella, absolutamente todo.

- ¿Por qué sonríes así?

Abro los ojos refunfuñando, fingiendo que acaba de despertarme.

- ¿Así cómo?

- Así… - y para ella es evidente a lo que se refiere, para mí también, pero… - ¿Soñabas con algo bonito?

- Algo precioso…

Mis labios han respondido, mis pensamientos verbalizados sueñan con tenerla, mi mano tiembla en su cintura. Me volveré loco si no puedo robarle un beso, sólo uno, uno pequeñito, mientras duerme… no… no puedo.

¿Desde cuándo nos hemos acostumbrado a esto? Cada noche se arropa con mi cuerpo, pidiendo abrigo, quiere refugiarse del frío nocturno, quiere escapar de los cuervos, por eso busca mi calor… ¿no? Éste cuerpo suyo, no puede ser tan inocente, sus exuberantes pechos, la estrecha cintura, sus caderas, sus muslos… aparto las manos de su cuerpo y dejo caer mis brazos al suelo…. Ella, creyéndome dormido de nuevo, los busca y los vuelve a colocar dónde estaban. Y con una sensación de candor que jamás había sentido, me quedo dormido.

Despierto sobresaltado, como cada noche, los terrores nocturnos la abordan cuando está dormida, me la encuentro entre amargas y sufridas lágrimas; si le pregunto no recuerda nada, no sabe explicarme qué le pasa, pasados unos minutos cuando está más tranquila, vuelve a dormirse como si nada hubiera pasado. Al principio me dolía verla llorar así, parecía completamente perdida, como si hablara en sueño, sus ojos negros me miraban y creo que no me veían. Pero desde que duerme abrazada a mí ha mejorado mucho, ahora solamente despierta una vez y no todas las noches.

¿Quién es? Aún no lo sé… ¿Por qué la reina quería su corazón? Tampoco… pero creo que empiezo a entenderlo.

*

Los terrores nocturnos de Blancanieves arrancan, desgarrando recuerdos, al desdichado cazador de su pasado, lanzándolo a la realidad de los gélidos labios que está besando con pasión, con fervor, ternura, amor, dolor…

¿Cuándo tiempo lleva besándola? No lo sabe.

Se separa de los labios muertos de Blancanieves, la mira, violentas lágrimas de impotencia manan de él, de sus pupilas, de sus parpados, de su cuerpo entero. Mientras abraza el cuerpo inerte de Blancanieves.

- Blancanieves… vuelve conmigo… - farfulla.

La mira, enreda sus dedos entre los cabellos negros de la mujer fría, sujeta su cabeza con la palma de una de sus manos, la atrae hacia él, y se abandona a los besos muertos. Como si al calor de un beso de amor los muertos pudieran volver a la vida.

Y efectivamente, parece que la magia existe, Blancanieves cobra vida, abre los ojos y sonríe… dentro de los recuerdos del rubio cazador, que ha vuelto a olvidar que está besando a la muerte, que ha vuelto a su pasado, a su flamante bosque sombrío.

*

El paisaje había cambiado, hacía un par de días que habíamos salido del bosque oscuro, nada nos había pasado.

El sonido de la lluvia sobre las hojas, el olor de la hierba mojada, la nacarada piel de la mujer que amo tan pegada a mi cuerpo que no puedo respirar, sus labios carnosos, calientes, traviesos, devorando los míos con ansiedad, como si aquel fuera el último beso que su carne pudiera otorgar… sin embargo, lo cierto es que era el primer beso. Tan rápido, tan furioso, tan arrollador…. Ella se ha abalanzado sobre mí, como si fuera su último segundo de su vida.

Su corazón se descompone entre latidos.

Estaba aquí, lavando mi ropa en el lago, cuando ella llegó y me dedicó una mirada llena de pulsiones, sólo pude ver sus mejillas encendidas y su gesto de enfado.
Heme aquí, la he empapado pero a ella no parece importarle… yo la sujeto de los hombros y logro separarla de mí lo justo y necesario para poder mover los labios.

- Pero qué… - susurro extasiado. Nuestros labios se rozan.

- Oh ¡Cállate! – Responde, lanzándose de nuevo, mordiéndome.

- ¿Qué te pasa? ¿Qué está pasando aquí? – Pregunto, con algo más de convicción, tanta fogosidad, así… de repente… sin más…

- Te quiero, – musitan sus labios, en un suspiro casi inaudible.

- Yo… no… creo… no…. no te he oído bien, – farfullo estupefacto.

- Te quiero, – repite con urgencia, solapando su respuesta a mi última palabra.

Estoy asustado.

- Me has abrigado durante las noches de invierno, me has protegido, he comido y bebido gracias a ti, me has animado durante las largas caminatas, has tomado senderos peligrosos, has arriesgado tu vida, incluso me has enseñado a soñar… Te quiero.

- Pero…

- ¡Ya basta! Tú no me habrías robado un beso nunca, - acerca su mano a mi corazón… - sé que está ahí, debajo de todas esas capas, debajo de todos esos músculos… está ahí, lo oigo latir todas las noches, tan rítmico, tan fuerte… - una sonrisa juguetona aparece en la comisura de sus labios rojos, - ¿Sabes? he visto cómo me miras.

- La verdad es que llevo varios días obsesionado con la idea.

Y ahora, me devuelve a la mujer que amo, sus ojos negros me miran sorprendidos, ilusionados… y avergonzados. Tartamudea, se tapa los labios con una mano y los ojos con otra.

- Lo… lo siento… te vi, tan… - abre los dedos de su mano y me mira abochornada, mira mis hombros, mira mi torso desnudo, mira mis labios, - tú… y… no pude… bueno… No debí…

Una carcajada me aborda mientras la contemplo, la atraigo hacia mí, es el momento de devolverle el beso. El mundo entero cabe entre sus labios, incluido mi corazón; el universo es ahora el sabor de su lengua, incluido todo mi ser; el firmamento habita ahora entre los frenéticos latidos de su corazón, ¿es el mío quizás?


Y al despertar de aquel beso, un delicado río de sangre manó de sus labios rojos.

0 gota(s) de lluvia ha(n) caido**:

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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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