viernes, 28 de mayo de 2010

Él y ella... Ella y él.

El codicioso monstruo dorado colaba sus dedos por las rendijas de la persiana. En la habitación, tirados en la cama, entre las sabanas aún sudorosas y el olor a tabaco, podían distinguirse dos figuras. No pueden verse el uno al otro porque entre ambos hay una almohada entera.
La ciudad despierta de su letargo nocturno, el astro ya casi ha entrado en su reino azulado. En la habitación oscura, cada uno empieza a escuchar sus fantasmales pensamientos que de noche habían quedado adormilados.
Ella se incorpora, aún levemente mareada, busca en el suelo y tira del paquete de tabaco bruscamente. Enciende dos cigarrillos, uno se lo tiende a él, que simula acabar de despertar y también se incorpora, como ella, recostando su espalda en la cabecera de la cama.
- Creo que fumabas ¿no? – ella lo mira con desdén mientras pronuncia sus palabras. Palabras a las que él responde con un frío sí, recogiendo el cigarrillo tendido hacia él.
- Pareces cansado...
- Que cínica.- Son cómplices de la noche repleta de gemidos que han compartido.
- Bueno... al menos te lo habrás pasado bien. – Coquetea con él.
- Tan bien como tú...
- ¿Y qué hay del amor? – Una pregunta trampa que él no responde. - No seas cínico. Responde. – ésta vez no es coqueta, es la suma inquisidora de su reino nocturno.
- Pero si me has conocido hace unas horas... ¿Cómo sabes que pretendo ser cínico?
- Bueno, no lo sé, me lo invento.
Él queda pensativo, ella no lo mira, pero su expresión es el vivo reflejo de la preocupación. No debe… no puede… no quiere… pero… pero….
- ¿Te gusta el cine?- la pregunta emerge de sus labios temerosa.
La tensión nace en ese mismo instante e invade cada rincón de la habitación.
- Le gusta a todo el mundo, no veo por qué no tendría que gustarme.
- Bueno, te invito... ¿Cuándo puedes quedar con el cínico?
- ¡Lo ves! Vuelves ha hacerlo.
- ¿El qué?
- Ser cínico. – Responde, no tiene sentido esa respuesta; o quizás sí, huye de la pregunta que no quiero responder. Él se ha portado bien con ella toda la noche y no quiere hacerle daño.
- Te confundes...
- No me confundo, me gustan las cosas claras, sin ironías ni cinismos.
- Pues no has contestado. – Aún no la ha mirado.
- Bueno... podríamos ir... sí. ¿A qué hora te vas?
- ¿Qué? Mira, déjalo. Creo que es una mala idea. Debería irme ya. – Se levanta de la cama, con el orgullo magullado, como todas aquellas veces, con todas aquellas mujeres. Ésta ha clavado ya sus uñas y él no quiere quedarse. Desnudo aún, abre completamente la persiana.
- ¿Cambias de opinión? – Ella lo observa, lo sigue con atención. - Ven...
Él voltea su toroso hacia ella sin apartarse de la ventana.
- Las cosas están bien, así. – le susurra, le susurra con tono protector que él no soporta. “No vayas por ahí, te harás daño”.
Él vuelve a mirar hacia el sol que le ciega los ojos por momentos. Expulsa humo del cigarrillo que a contraluz parece una niebla densa y extraña que se disipa en unos segundos.
Ella observa el humo saliendo de entre los labios del hombre; encerrada entre sus pensamientos y la alcoba, vuelve a hablar:
- Alguien dijo alguna vez que estamos hechos de la misma materia de los sueños, no recuerdo quién, pero dejar que esto quede en sueño; no es un mal final.
Él sigue mirando por la ventana, al fin se decide a hablar en un tono de voz decaído y desesperanzado sin apenas darse cuenta:
- Estas siendo muy egoísta.
- Entre nosotros ha habido un buen momento, uno de los mejores polvos de mi vida. Me quedo, con un orgasmo increíble, y ese sudor que por primera vez no me ha repugnado. No estropees eso.
- Podría haber más...
- No, no habría más. Supongamos que vale, vamos al cine. Con el paso de las citas nuestras personalidades se van adaptando hasta que, tu parte de puzzle es justo la contraria a la mía. Una noche, por olvido, tu cepillo de dientes se queda en mi baño; al día siguiente una camiseta, al siguiente un ordenador portátil con el que trabajas y al siguiente toda una maleta. Reímos, lloramos, nos enfadamos, follamos. Todo ese tiempo será tiempo perdido, tiempo en el que no encontraras a la mujer que buscas y que yo no soy ¿Y qué quedará del primer polvo? Nada, ya no seremos dos desconocidos sólo y únicamente atraídos por lo que nuestros ojos ven y nuestras manos tocan. Seremos...
Él la interrumpe en ese momento, una carcajada sale de entre sus labios, una única risotada que hace que ella quede en silencio.
- ¿Qué? ¿Qué tiene tanta gracia?
- Es gracioso que hace un momento sudaras conmigo y ahora seas tan fría. Creo que tendrías que olvidar lo del cine. No quiero una muñeca de frustraciones, busco una mujer; no un saco de traumas. Pero te explicas bien... ¿Eres profesora?
Le ha tocado el alma sin siquiera rozar su cuerpo, ha hundido el dedo en una herida que nunca dejó de sangrar, ha acertado, pero no le dará la satisfacción de ofenderé, no… no lo hará. Seguirá interpretando su papel, el se irá enseguida, siempre huyen:
- Es muy simple... Yo no quiero un pacto, no acepto lo que ofreces, no me resigno a aceptar tus defectos, no quiero tus defectos.
- No los conoces. Pero ya te he dicho que lo olvides.
Ella se levanta, se acerca a él hasta casi rozar su espalda desnuda.
- Olvidado estaba desde el principio, simplemente quería explicártelo.
- Si no eres profesora plantéatelo, lo haces francamente bien. Da gusto ver como te explicas, con todas esas metáforas y todos esos cábalas que tienes montados en la cabeza.
- Bien, entonces debo suponer que te ha quedado claro.
Él se vuelve bruscamente aprisionando la cabeza de ella entre sus manos, y acerca sus labios a los suyos hasta casi rozarlos. Los cigarrillos caen al suelo y se apagan en unos segundos.
Habla en voz baja, en susurros. Habla y en cada movimiento de sus labios roza los de ella:
- Señorita, tengo una duda... ¿Dónde quedó ese calor que se apoderará de tu vagina cuando yo no esté? - Ella lo mira ruborizada, él sonríe triunfante, la ha pillado por sorpresa. - Señorita de hielo... creo que… tienes algo de calor... ¿Estás cachonda? Creo que sí…
La besa bruscamente y ella, es incapaz de pensar o planear sus movimientos, se sujeta a su espalda para no caer, sus piernas flaquean.
- Para... para... para. - susurra
- No parece que estés muy convencida, pero creo que ya he tenido suficiente.
La suelta con la misma brusquedad con la que la sujetaba y se encamina hacia su ropa interior, tirada en el suelo, frente a la puerta del dormitorio.
Ella, en un acto reflejo, se acerca a él rápidamente y lo sujeta por detrás, con tanto ímpetu que acaban chocando contra la puerta.
- Eso que estas tocando y acariciando tan acaloradamente es mi trasero, nena. – El instante en el que ninguno de los dos se mueve, se hace eterno. - Y yo ya me voy.
- Sí, ya te vas. – Responde apartándose de él.
Él, con el ceño fruncido, confundido, la mira, casi indignado… enfadado, cabreado ya. Perdido en ese juego estúpido al que ella ha querido jugar.
- No lo entiendo, no lo entiendo, no lo entiendo. Hablas y el frío me congela, actúas y me haces sudar. ¡No lo entiendo!

Todo se oscurece. Ella piensa, nadie la escucha.
“Cuando la ropa sobra el corazón se acelera pero él está desnudo, no recuerdo cómo se llama, no sé donde vive, ni sé cómo se llama su perro, su gato, su canario... Todo estaría mejor así. Dicen que tengo que tengo que follar más, que nunca hablo, que soy una reprimida. Sí… es cierto…. estoy frustrada, amargada, sola… pero me gustaría que siguiera así. Me gusta compadecerme de mí misma, pero, pero… ¿Y si esta vez acierto? He fallado tantas veces... que me acostumbré a no elegir. Simple y puro rechazo por inercia. Ahora tengo miedo.”

Todo se ilumina de nuevo. Él sigue mirándola con odio, pasión y desasosiego, ella sonríe triunfante.
- ¿De verdad no lo entiendes? No me conoces... no me entiendes, es lo más natural del mundo. ¿De verdad quieres conocer a una muñeca de frustraciones, a un saco de traumas?

Todo se oscurece de nuevo; él piensa, nadie lo escucha.
“¿De verdad quiero conocerla? ¿Me interesa invertir una vida entera esperando que me diga verdades por sí sola? Al principio me costará sonsacárselas, me sentiré realizado, especial, cuando me hable de ella misma, porque sabré que pocas personas guardan sus secretos… pero me cansará insistir siempre, me cansarán sus desprecios, su frialdad, yo también sé ser frío. Al final no quedará calor, no quedarán polvos que recordar, no quedará cariño… Reproches y más reproches. Si en un momento ha conseguido contagiarme sus cábalas, no quiero ni imaginar los estragos que podría causar en unas semanas.”

Todo se ilumina de nuevo. Ella sigue mirándolo triunfante, él la suelta y empieza a vestirse.
- Ya te he dicho antes que busco a una mujer.
Ella lo mira, observa como se va vistiendo, callada, quieta.
- Quizás te llame para otro polvo. Tengo tu número ¿no?
- Si...
Él ni siquiera la mira, finge estar ocupado abrochándose la cremallera. Finalmente abre una puerta, y otra, y otra. Ella lo sigue desnuda.
- Me gusta cómo follas.
- Gracias.
Él sale de la casa cerrando la puerta tras de sí. No volvieron a verse jamás.

1 gota(s) de lluvia ha(n) caido**:

Anónimo dijo...

Siempre me dejas impresionada con tus letras..Genial Akasha como siempre. No tengo palabras para describirlo, solo puedo aplaudirte. Soy adicta a tus letras y lo sabes.

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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

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