domingo, 11 de noviembre de 2012

Luna





 
Victoria van Violence



No podemos presentar una alegación tan floja.

El cenicero lleno de cigarrillos, Ádrian escurriéndose la sesera.

- Lo maté, sabía lo que hacía, estaba tranquila, me saqué legalmente el permiso de armas, fui a comprar la pistola y la munición…

- Ya, ya, ya, ¡Ya me los ha dicho muchas veces! Pero no puedo presentar algo así y lo sabes.

- Lo sé, pero quiero que lo tengas claro.

- Defensa personal, enajenación mental transitoria, arrebato, obcecación u otro estado pasional de entidad semejante…

Y sus ojos claros van de un lado a otro, hurgando en su memoria entre los artículos del código penal. No es el abogado más caro, ni siquiera es el mejor, pero me gusta lo que hace, con pasión y entrega… lo admiro. No me importa morir en una cárcel de mujeres. No es lo que mi abuelita y mi madrecita tenían preparado para mí, pero después de ver la cara de ese jodido cabrón, desfigurada por el disparo de mi 9mm parabellum, puedo morir en paz.

Ya no me reconozco, mis músculos se han desarrollado, he aprendido defensa personal, boxeo y algunas artes marciales, he tenido que hacerlo porque aquí dentro, si no sabes defenderte te llueven palizas diarias, o cualquier lesbiana machorro te toma como animal de compañía para que le chupes el gato día sí, día también. Llevo dos años en preventivo, y ya he montado más altercados que en los 20 años de vida que recorren mis arterias.

Ya ni siquiera me reconozco cuando me miro en el espejo de la celda. De hecho yo era alguien normal hasta que lo conocí a él en mi primer año de carrera. Ingeniería Aeroespacial, mi sueño era tocar la Luna y creí que aquella carrera me lo permitiría, cada minuto de cada día lo dediqué al estudio constante; ni infancia ni adolescencia, he pasado toda mi vida entre libros de biología, física y química.

Y allí estaba él, en la cafetería de la biblioteca, todo cambió cuando sus ojos negros se confundieron con los míos. Todo. Para cuando llegué a cuarto de carrera aún no había siquiera logrado uno de sus besos. Fui allí todos los días, y allí estaba él, su sonrisa, los hoyuelos de su sus mejillas, la coma de su mentón. A veces se sentaba frente a mí y charlaba conmigo. Él, y mis libros, eso era mi vida, ni televisión, ni cine, ni nada que no fuera aquella cafetería o mis clases.

La noche que me acosté con él tuve claro, por primera vez, que la Luna podría esperar, que nada en el mundo importaría más. Y siguió, ofreciéndome orgasmos y caricias mientras mi doctorado iba muriendo poco a poco.

- Todos los días lo mismo, Luna, esto tiene que terminar, sabes que no te quiero, me gusta hacerlo contigo, eso es todo.

Nunca lo creí. Siempre pensé que se estaba haciendo el duro. Pero me equivoqué. Cuando llegó el último lunes de su vida, hacía ya dos semanas que no follábamos, que no había caricias, ni besos, ni orgasmos, hacía ya dos semanas que había encontrado a otra.

No podía consentirlo. Murió suplicándome, bajo mi Magnum 9 mm, aquel lunes sí fue capaz de llorar por mí. Aquel lunes de octubre mi corazón murió con él, mi vida, mi futuro, mi todo. Vi su luz morir entre sus parpados, y lo supe, mi Luna viviría fuera de los barrotes de mi cárcel.

 **

Anoche me quedé dormida, tirada en la apestosa litera, mirando la Luna a través de los barrotes. Cuánto ha cambiado mi vida. Aunque no podría decir que el cambio me disguste, es radicalmente opuesta a lo que era, y yo diría que ésta… ésta me gusta más, es… ¿Cómo decirlo? Más entretenida. Aunque él no esté, y a veces lo eche de menos.Sí, echo de menos las brutales embestidas, sus jadeos, el cuerpo grande y fibroso que me envolvía, aquella manera tan fogosa, jadeante y estúpida de pronunciar mi nombre, una y otra, y otra vez… le encantaba mi nombre, lo pronunciaba siempre que tenía ocasión: Estaba segura de que follaba conmigo, y con nadie más.

Me he puesto melancólica hoy, ¿debe ser algún tipo de remordimiento? Una carcajada, mi carcajada.

- ¿De qué te ríes Lu? – me pregunta Danna, medio riendo también.

- De algunos fantasmas. – Suspiro.

He cambiado mis esperanzas de llegar a la NASA por una celda de unos pocos metros cuadrados. Aún recuerdo la expresión atónita de Adrian, cuando en el juicio testifiqué contra mi persona dije la verdad, total y absolutamente. Primera página de todos los periódicos nacionales. Mi abogado mirándome como si acabara de apuñalarle el corazón. Probó la enajenación mental transitoria, incluso intentó que la sentencia fuera para una cárcel psiquiátrica. Yo le sonreía con ternura mientras él luchaba por mi libertad.

- ¿Es total y plenamente consciente de que terminó con la vida de un hombre? – Preguntó el fiscal, a viva voz, en tono acusador.

Yo enarqué una ceja, ¿éste tipo es imbécil? ¿No se ha leído mi confesión escrita y firmada por mi abogado y por mi misma persona? Aún recuerdo a Adrian rogándome en aquella celda que no lo hiciera firmar algo así.

- Lo soy - contesté tranquilamente.

- ¿Quería usted hacerlo?

- Joder, ¿cuántas veces tengo que repetirlo? ¡Hostia puta! Quería matar a ese hijo de puta, quería, sí, quería hacerlo, quería matarlo ¡Joder! – y cambié de registro, lo siguiente lo dije en español, alto y claro - ¿Es usted retrasado mental? ¿Entiende lo que le digo? – y volví al inglés - ¿Me entiende? ¿Se ha leído el sumario? ¡Por dios bendito! Es un inútil.

Las facciones de mi abogado, cada vez más blancas, rojas, moradas… pero es que me cabreaba tanto juicio, tanto papeleo, tantos exámenes psicológicos… Al final, a pesar de todos los esfuerzos del pobre Adrian, me metieron la alevosía, bueno ellos lo llaman alevosía, por lo visto empleé medios, modos o forman, que tendieron directa y especialmente a asegurar el asesinato sin el riesgo que podría haberme supuesto que él se defendiera… vaya maneras de decir que lo encañoné con mi revolver y le medí una bala del calibre 45 en la sesera. Vuelvo a reír, no… una bala no, fueron varias, demasiadas… sí… digamos que también hubo ensañamiento, pero Adrian logró que lo desestimaran, por lo visto una vez está muerto, el resto de balas no aumentan deliberada e inhumanamente el sufrimiento de la víctima.

Todo daba igual, me colgaron dos cadenas perpetuas. El juez gritó culpable con toda su mala hostia, y yo me encogí de hombros e intenté consolar a mi abogado, que casi se echa a llorar.

**

A mí me encerraron, pero ese hijo de puta no volverá a respirar, no volverá a joderse a nadie, no jadeará ningún otro nombre, no lo hará, el mío fue el último que gemía entre calientes sudores, yo fui la última que lo escuchó reír, que escuchó su falso y delirante "te quiero mucho, Luna"… ¡Y una mierda! Ahí te pudras en el maldito purgatorio, si es que existe esa mierda.

Quería matarlo, pero flaqueé, estaba pidiéndole explicaciones cuando me besó y caí, caí en la espiral de su olor, de su sabor, de su presencia… pero aquel falso te quiero después del polvo lo condenó para siempre; me recordó que estaba rota y seguiría sangrando a borbotones si no acababa con todo aquello.

La gloriosa sensación de poder y control me embriaga de nuevo, verlo allí, arrodillado, medio desnudo.

- Luna, ¿qué coño estás haciendo? – tocó el cañón de mi revolver, y se dio cuenta de que era de verdad.

Sus ojos muertos de miedo.

- Eres un mentiroso. – Susurró el monstruo que acababa de encarnarme.

- Luna… Luna… ¿Qué haces? ¿Qué es ésto? ¿Qué está pasando? – Tartamudeó, pero no se movió.

- Que vas a morir. – Y aquel fue el momento en el que dejé de quererlo como lo quería, y pasé a quererlo de una manera... diferente.

- No… Luna… Te quiero… Esas otras no son nadie, yo te quiero a ti – susurra tan acojonado que olvida retener la orina dentro de su cuerpo, y se desparrama por el pantalón, mojando el suelo.

- Mentira.

- No, no, no, no…  no es mentira, esas otras no significan nada. Te quiero, Luna, te quiero muchísimo.

- Yo a ti más. – Y disparé, una, y otra, y otras muchas veces.

"No volverás a decir que me quieres, cabrón miserable" pensaba mientras remendaba sus labios, uno junto al otro y dejaba una media luna tatuada en su pecho, con material improvisado.

Ahora… ahora sí me quieres, muerto, con los labios sellados y a Luna en tu pecho. Ahora sí.


La voz de Danna me saca de mis recuerdos.

- ¿En qué cojones estás pensando? Pareces muy feliz. – pregunta Danna, a casi un centímetro de mi cara, examinando mi expresión ensimismada.

- Ya te lo he dicho, pesada, en fantasmas.


La vida de la cárcel fue dura al principio, recibí varias palizas, me dolían rincones del cuerpo que yo no sabía ni que existían. Pero chupar gatos era, con diferencia, lo que peor llevaba, aquel sabor salado, a pescado crudo, el intenso olor, aquella manera violenta y ansiosa de penetrar en mí una y otra vez, hasta los nudillos… Sí… fue duro, fue muy duro, tuve que aprender a ser violenta, a intimidarlas, a revelarme, a recibir y dar. Y si algo me quedó claro, es que aquí, el que da la primera hostia, es el que más posibilidades tiene de ganar respeto. Era aquello o ser una puta chupadora de almejas toda mi vida, si voy a pasar aquí el resto de mis días, prefiero los golpes o la celda de aislamiento cuando hay pelea.

Melinda era diferente, adjetivó mi personalidad y la llamó psicopática, me hizo gracia aquello, empecé a interesarme por eso de la psicopatía durante las sesiones que me dedicaba una vez a la semana y aprendí, aprendí de mí. Ella decía que tenía muy baja tolerancia a la frustración, y por eso había asesinado a sangre fría al único hombre que he querido; decía que no tenía sentimientos, ni capacidad de empatía, y eso no me gustó una mierda, yo sí tengo sentimientos… ¿O los tenía?

Y me quedé dormida, la voz de Danna al fondo, preguntando algo que no he alcanzado a escuchar.

Amanece, y lo primero que hago, es mirar su fotografía y encenderme uno de los cigarros que Bruno me trajo la última vez que había logrado escaquearse y quería meterla en caliente. Fumo pegada a los barrotes, y la última bocanada de humo, va acompañada de un beso para la fotografía. 
lunes, 22 de octubre de 2012

Set fire to the rain




jueves, 6 de septiembre de 2012

Ser, estar, parecer

 

He vuelto a perderme en un mar de cadáveres viandantes, me he perdido en la niebla, en la oscuridad de un callejón sin salida, en la madriguera del conejo, en la isla sin retorno.

Me he disuelto entre las palpitaciones de mi órgano rojo que insisten y persisten en vociferarme, estoy entre los entresijos laberínticos de la casa de Asterión, quizás en un planeta rojo (de nuevo, todo rojo) o al otro lado del espejo.

Ausente en el sótano, el desván, el cementerio, el patio del recreo, una galaxia lejana, un pasado inútil , una pantalla de cine.

Estoy empapada entre las notas de un piano, las palabras mudas de una triste canción, en medio de las sílabas de una nana. Me he fugado a la Luna, viajo por entre el vacío siguiendo el último alarido luminoso de una estrella ya muerta.

Dormida, apagada, muda, polvorienta, diminuta, ahogada, des-alada, desenfadada, des…

No estoy, no estoy aquí y ahora, no hay lugar para mí, no hay ninguna butaca reservada, ninguna mesa, ningún cuartucho de mala muerte, ni siquiera hay un lugar para mí en el suelo.

Ni soy, ni estoy, ni parezco… nada.
jueves, 30 de agosto de 2012

Rojos como la sangre - 2 -


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Rojos como la sangre - 2 - 

Vuelves a la fría mujer sobre el lecho de pieles, está dormida… sí… duerme, seguro. Los labios rojos que tantas veces besaste te llaman, te quieren, te necesitan. Estás borracho, ya ni siquiera distingues la realidad del recuerdo, así que la despertarás, como tantas mañanas. Un beso esponjoso, suave, tierno, lleno de amor para ella.

Aquella noche volviste a casa, tambaleante, acompañado por el recuerdo de todos esos besos que tú, cazador miserable, había regalado a Blancanieves ¿le has dado un beso en los labios a una muerta? ¿Hoy has ido a la cripta? ¿Estaba frío su cuerpo? No lo recuerdas, pero sí recuerdas a la mujer vivaz que te devolvía por cada beso otro igual y por cada caricia una tierna sonrisa; a la mujer que dejaba tu mano tan bien acompañado por los latidos de su corazón. Una Blancanieves apasionada, que vibraba de amor por ti.

Sí… quizás sí recuerdas un beso extraño, uno muy frío. El barro te hace resbalar, y la borrachera te arroja de bruces contra el suelo. Recuerdas la sensación de un beso frío y mortecino, la languidez de unos párpados, tu pulgar acariciando unos pómulos blancos. El deseo, intenso y claro, la ilusión, la esperanza por la que entregarías toda tu vida: que abra los ojos y te mire como la primera vez que la besaste.


*

El enamorado cazador se descompone en un suspiro penitente anidado entre los rojos labios de Blancanieves. Y presa del miedo animal más cruel que existe, la besa con todo su corazón.

*

Aquella mujer me nublaba el juicio, no podía pensar, no podía dormir, pasaba mis días entre su melódica voz, su manera de reír, su mirada y todos los obscenos pensamientos me llegaban cuando me descuidaba. Aquellos ojos asustados, encerrados en una profunda penumbra, la gracilidad natural de todos sus movimientos, su olor… Su corazón… ronroneándome, abrazado a mí durante las noches más dura.

La sola idea de que algo pudiera ocurrirle me desquiciaba, así que hacía guardia por las noches y arrastraba mis pies durante el día. A penas lograba dormir un par de horas por jornada.

Sus labios rojos siempre dispuestos a sonreír con dulzura, como si fuera su postura natural.

Incluso los animales del bosque parecían postrase a su paso. Una bestia de instintos sanguinarios que había percibido nuestro olor nos atacó con violencia, yo la empujé, y atraje la atención del monstruo mientras desenvainaba mi hacha. Sus ojos llenos de furia, su cuerpo gris y mugriento… era colosal, jamás había visto un animal semejante; las leyendas hablaban de dragones, de centauros, incluso de arañas infinitas, de almas errantes entre los árboles muertos. Pero aquel monstruo se detuvo en el mismo instante en que puso sus ojos en ella, se acercó maravillado, curioso, sus ojos desteñían la furia, lavándola con inocencia. Quedó varado frente a ella, y mientras aquella figura diminuta la acariciaba, la grandiosa criatura cerró los ojos, despertó del sueño y se marchó por dónde había llegado.

Caminé en silencio a su lado durante varias horas. La muchacha hablaba en susurros,  me relataba sus recuerdos, sus anhelos, sus planes. Pretendía reunir un ejército de hombres y reconquistar las tierras de su padre.

Su voz y su risa iluminaban mis días, pero las noches eran mis favoritas: mi espalda recostada en el tronco moribundo, ella sobre mi pecho, apoya su cabeza en mi hombro derecho, sus pies a mi izquierda. Y al inflar mis pulmones su cuerpo respira con el mío.

- ¿Cómo has hecho eso? – me atrevo a preguntar al fin.

- ¿Hacer qué? – Responde ella en un hilo de voz ensimismada.

- Lo de esta mañana.

- ¿Qué?- Se recuesta ligeramente, despegando su cuerpo del mío, y me mira extrañada, adormilada.

- ¿De verdad no sabes a qué me refiero? – pregunto sorprendido, frunciendo el entrecejo. - ¿Cómo puede ser eso posible?

Ella mira hacia la izquierda en un gesto de reflexión, suspira, la niebla nace de sus labios, vuelve a recostarse sobre mí. Al respirar profundamente el calor de su niebla me acaricia la piel, su cabello se derrama, y en cascada negra me acaricia el brazo.

- Un monstruo de 8 metros de altura no sólo no ha intentado matarnos sino que al verte se ha postrado ante ti, como si fueras la reina de las hadas, o… algo así ¿Y no sabes a lo que me refiero? Es decir… una bestia de ha genuflexionado, ha permitido que la acariciaras cariñosamente…

Ella ríe ante lo que considera una exageración y susurra.

- También nos hemos cruzado con cientos de árboles agonizando y no por ello los recuerdo todos.

- No, no, no… Estamos hablando de una bestia grande, fea y violenta a la que tú has abrazado como si fuera tu mascota favorita.

Algo mojado, tibio, carnoso, suave… algo maravilloso me deja una huella mojada en la piel. Es ella, que me besa en el cuello. Su piel pálida y luminosa se adivina caliente, y creo estrecharla ligeramente. Entre abre los labios, si su lengua me toca la piel estaré perdido, me volveré loco.

- ¿El valiente cazador está celoso? – Al susurrarme, sus labios me acarician la piel.
Su risa descuidada, contenta, tan llena de alegría, me contagia y sin apenas darme cuenta, me encuentro abrazándola. He olvidado al monstruo que nos atacó, el que casi me mata, el mismo que la miró con admiración; lo olvido todo mientras su cuerpo cálido se queda dormido entre mis brazos.

- No estoy celoso… al menos no de una bestia horrible. – Susurro, hablándole a una hermosa mujer que se está quedando dormida.

- No era horrible… - responde ella con dulzura, pegando sus palabras a las mías.

Un rayo inesperado cae con fuerza, no muy lejos de nosotros, y aunque intenta disimular, tiembla de miedo. Yo sonrío a escondidas, he aprendido de su cuerpo lo que su silencio susurra a gritos. Sé que odia las tormentas, se agazapa, todos sus músculos se tensan… como cuando escucha el graznido de algún cuervo o está todo oscuro.

- Sí lo era… - Replico con los ojos cerrados, fingiéndome adormilado.

Es un martirio… cada vez que habla, que suspira, incluso cada maldita vez que inhala y exhala, su cálido aliento me acaricia… Hay noches en las que creo que no podré resistirlo, perderé el control y la besaré violentamente, devoraré sus labios  rojos con desesperación,  ella se asustará, gritará, sus ojos negros me cubrirán de oscuridad y me convertiré para ella en unos de esos graznidos de cuervo.

A veces me sorprende contemplando las vertiginosas curvas de su cuerpo, finge que no se ha dado cuenta pero sus pómulos se tornan de un precioso y dulce tono rojizo, en claro contraste con su pálida piel.

Me he enamorado de ella, ya no tengo dudas, adoro su candor, su ternura, su risa, sus miedos, sus manías, su tenacidad… todo. Lo quiero todo de ella, absolutamente todo.

- ¿Por qué sonríes así?

Abro los ojos refunfuñando, fingiendo que acaba de despertarme.

- ¿Así cómo?

- Así… - y para ella es evidente a lo que se refiere, para mí también, pero… - ¿Soñabas con algo bonito?

- Algo precioso…

Mis labios han respondido, mis pensamientos verbalizados sueñan con tenerla, mi mano tiembla en su cintura. Me volveré loco si no puedo robarle un beso, sólo uno, uno pequeñito, mientras duerme… no… no puedo.

¿Desde cuándo nos hemos acostumbrado a esto? Cada noche se arropa con mi cuerpo, pidiendo abrigo, quiere refugiarse del frío nocturno, quiere escapar de los cuervos, por eso busca mi calor… ¿no? Éste cuerpo suyo, no puede ser tan inocente, sus exuberantes pechos, la estrecha cintura, sus caderas, sus muslos… aparto las manos de su cuerpo y dejo caer mis brazos al suelo…. Ella, creyéndome dormido de nuevo, los busca y los vuelve a colocar dónde estaban. Y con una sensación de candor que jamás había sentido, me quedo dormido.

Despierto sobresaltado, como cada noche, los terrores nocturnos la abordan cuando está dormida, me la encuentro entre amargas y sufridas lágrimas; si le pregunto no recuerda nada, no sabe explicarme qué le pasa, pasados unos minutos cuando está más tranquila, vuelve a dormirse como si nada hubiera pasado. Al principio me dolía verla llorar así, parecía completamente perdida, como si hablara en sueño, sus ojos negros me miraban y creo que no me veían. Pero desde que duerme abrazada a mí ha mejorado mucho, ahora solamente despierta una vez y no todas las noches.

¿Quién es? Aún no lo sé… ¿Por qué la reina quería su corazón? Tampoco… pero creo que empiezo a entenderlo.

*

Los terrores nocturnos de Blancanieves arrancan, desgarrando recuerdos, al desdichado cazador de su pasado, lanzándolo a la realidad de los gélidos labios que está besando con pasión, con fervor, ternura, amor, dolor…

¿Cuándo tiempo lleva besándola? No lo sabe.

Se separa de los labios muertos de Blancanieves, la mira, violentas lágrimas de impotencia manan de él, de sus pupilas, de sus parpados, de su cuerpo entero. Mientras abraza el cuerpo inerte de Blancanieves.

- Blancanieves… vuelve conmigo… - farfulla.

La mira, enreda sus dedos entre los cabellos negros de la mujer fría, sujeta su cabeza con la palma de una de sus manos, la atrae hacia él, y se abandona a los besos muertos. Como si al calor de un beso de amor los muertos pudieran volver a la vida.

Y efectivamente, parece que la magia existe, Blancanieves cobra vida, abre los ojos y sonríe… dentro de los recuerdos del rubio cazador, que ha vuelto a olvidar que está besando a la muerte, que ha vuelto a su pasado, a su flamante bosque sombrío.

*

El paisaje había cambiado, hacía un par de días que habíamos salido del bosque oscuro, nada nos había pasado.

El sonido de la lluvia sobre las hojas, el olor de la hierba mojada, la nacarada piel de la mujer que amo tan pegada a mi cuerpo que no puedo respirar, sus labios carnosos, calientes, traviesos, devorando los míos con ansiedad, como si aquel fuera el último beso que su carne pudiera otorgar… sin embargo, lo cierto es que era el primer beso. Tan rápido, tan furioso, tan arrollador…. Ella se ha abalanzado sobre mí, como si fuera su último segundo de su vida.

Su corazón se descompone entre latidos.

Estaba aquí, lavando mi ropa en el lago, cuando ella llegó y me dedicó una mirada llena de pulsiones, sólo pude ver sus mejillas encendidas y su gesto de enfado.
Heme aquí, la he empapado pero a ella no parece importarle… yo la sujeto de los hombros y logro separarla de mí lo justo y necesario para poder mover los labios.

- Pero qué… - susurro extasiado. Nuestros labios se rozan.

- Oh ¡Cállate! – Responde, lanzándose de nuevo, mordiéndome.

- ¿Qué te pasa? ¿Qué está pasando aquí? – Pregunto, con algo más de convicción, tanta fogosidad, así… de repente… sin más…

- Te quiero, – musitan sus labios, en un suspiro casi inaudible.

- Yo… no… creo… no…. no te he oído bien, – farfullo estupefacto.

- Te quiero, – repite con urgencia, solapando su respuesta a mi última palabra.

Estoy asustado.

- Me has abrigado durante las noches de invierno, me has protegido, he comido y bebido gracias a ti, me has animado durante las largas caminatas, has tomado senderos peligrosos, has arriesgado tu vida, incluso me has enseñado a soñar… Te quiero.

- Pero…

- ¡Ya basta! Tú no me habrías robado un beso nunca, - acerca su mano a mi corazón… - sé que está ahí, debajo de todas esas capas, debajo de todos esos músculos… está ahí, lo oigo latir todas las noches, tan rítmico, tan fuerte… - una sonrisa juguetona aparece en la comisura de sus labios rojos, - ¿Sabes? he visto cómo me miras.

- La verdad es que llevo varios días obsesionado con la idea.

Y ahora, me devuelve a la mujer que amo, sus ojos negros me miran sorprendidos, ilusionados… y avergonzados. Tartamudea, se tapa los labios con una mano y los ojos con otra.

- Lo… lo siento… te vi, tan… - abre los dedos de su mano y me mira abochornada, mira mis hombros, mira mi torso desnudo, mira mis labios, - tú… y… no pude… bueno… No debí…

Una carcajada me aborda mientras la contemplo, la atraigo hacia mí, es el momento de devolverle el beso. El mundo entero cabe entre sus labios, incluido mi corazón; el universo es ahora el sabor de su lengua, incluido todo mi ser; el firmamento habita ahora entre los frenéticos latidos de su corazón, ¿es el mío quizás?


Y al despertar de aquel beso, un delicado río de sangre manó de sus labios rojos.
jueves, 5 de julio de 2012

Blanca como la nieve - 1 -


Suspira, le pesan los hombros, se encorva su espalda. Sí… Es el alma de ese hombre, alto y rubio, que en su terrible caída, arrastra su cuerpo grande y fibroso. Ahí está, su mirada fija, llena de dolor y de muerte. Acaricia, tembloroso, con la palma de sus manos, los delicados pies de la muchacha. Están tan fríos…
En esa maldita cámara funeraria lo único que palpita es su propio corazón, que derrama violentamente la sangre por todo el cuerpo, repartiéndola a golpes rápidos y certeros.
- Todo, te lo has llevado todo contigo,  tu vida, y la mía. No me has dejado nada. – Susurra, en un débil hilo de voz que retumba en la cámara funeraria.
Observa, con la viva imagen del dolor anclada en sus ojos, el cuerpo muerto de la mujer, sobre un lecho de pieles, que él cuidadosamente ha preparado. Estaba tan fría cuando la sacó del ataúd de cristal que tuvo la impresión de que el cristal que la rodeaba se había adherido a su piel. Ahora mira sus cabellos, nubes negras que se derraman… cuántos días de felicidad perdida entre aquellas tormentosas nubes.

*

Cazador sin nombre, llora como un niño, llora por su destino y por el tuyo, ríndele pleitesía a la muerte que ahora habita en ella, y mora también por tus entrañas. Lo sabes, sabes que sin ella no hay vida posible. ¡Mentiroso! ¡Borracho! Ni siquiera en el estado lamentable en el que hoy te encuentras has podido borrar un solo recuerdo. Tus rodillas ya no te sostienen, fallan y caes al suelo, aferrándote al cuerpo muerto de la mujer que amas.
Vuelves aquí cada noche para llorarla, abres el ataúd de cristal que le fabricaron, la sacas de su lecho de rosas y la tiendes sobre el altar funerario de piedra, previamente preparado con tus mejores pieles. Ella, pálida y fría, derrama todo su cuerpo sobre tus brazos, esos mismos brazos que desde aquel día la estrecharon con ternura tantas veces, recuerdas esos momento y pretendes, iluso, revivirlos de nuevo, abrazándola como antaño… con amor, con ternura, lleno de cariño, pero ya no es lo mismo. La depositas en el altar, a duras penas, henchido de recuerdos quemando tu palpitante corazón. Acaricias su cuello, su barbilla, sus labios rojos.
Todas las noches vienes aquí, a pedirle besos a una muerta.
Un gemido de dolor punzante para este cazador que al final cumplió la misión que la reina le había encomendado.

*

- Vuelve, vuelve a mí.  
Susurra el hombre desesperado al recordar las palabras de la reina.

*

- Tráeme su corazón.
Al menos una docena de guardias me rodeaban, hombres de afiladas espadas en ristre, hombres de miradas vacías. No me quedaba alternativa posible. Allí estaba ella, la reina, altiva, terriblemente hermosa: aquella mujer a la que todos amaban con desesperación y locura. Sus ojos negros y profundos, sus labios carnosos y rosados, vertiendo sobre mí sus delirios.
- Mi reina, soy un humilde cazador, no un asesino.
- Tú serás lo que yo diga que seas. – Grita furibunda.
Y no hay réplica alguna, cuentan en el mercado que su furia es peor que la muerte, que es capaz de cosas… cosas tan horribles que no puedo ni imaginar. Así que unos minutos después salgo de aquel funesto castillo con una caja de oro y plata entre las manos.

*

Cazador, te dejó marchar solo, aquél fue el primer error que la reina cometió. Y mírate ahora, al final del cuento, gritando de dolor, corroído por la culpa, el miedo apoderándose de tus pulmones y tus titilantes manos acariciando el cuerpo de la muerte hasta llegar a sus pies y contemplarla, toda ella, tan hermosa, tan delicada. Detestarla no te hará sentir mejor, lo sabes.
Ahora recuerdas cómo lavaste su cuerpo flácido antes de introducirla en el ataúd de cristal, y emprender el viaje de vuelta a casa. En procesión, todos marchasteis tras ella, como marchaste tú a su encuentro, hacia el bosque maldito, con la promesa de volver con un corazón humano entre las manos. Pobre cazador, tan valiente como estúpido.

*

Uno de los artífices del féretro de cristal entra en la cámara funeraria y se acerca, cabizbajo al cazador.
- Márchate a dormir…
Intenta recoger con sus pequeños brazos el cuerpo muerto de mujer.
- ¡No! No la toques – grita el miserable cazador, acompañado de todas sus desgracias.
- Siempre lo mismo, al caer el sol siempre te encuentro aquí, borracho, trastabillando, llorando como una mujer lo que no supiste defender como un hombre. Déjala descansar en paz.
- No… - Suplica el miserable borracho, - ¿No la ves? Está dormida.
- ¡Está muerta, maldita sea! – Los siete culparon al cazador de la muerte de la muchacha, pero sólo uno se apiadó de él.
El cazador anduvo perdido entre la nada y el olvido, caminó por el sucio barro de las calles y dejó un doloroso sendero de lágrimas penitentes  a su paso. Pero volvió la noche siguiente, sumido en la misma lamentable decadencia. El instinto es mal consejero para un hombre destrozado, te pedirá que ahogues tus recuerdos, dejando una dulce promesa de olvido que no se cumplirá jamás; pero tú, loco enamorado, caes en la pusilánime trampa.
El cazador entró, una de tantas noches, en la posada, y pidió, como de costumbre, una jarra del brebaje más fuerte que allí despachasen. Dentro de aquel primer trago, siempre el más amargo, vivía el recuerdo de la primera vez que la vio, entró amargo y maloliente, se deslizó por su lengua y en caída libre llegó directo al corazón.

*

La frontera del bosque oscuro había quedado atrás, hacía ya varias horas. El frio empezaba a calarme hasta los huesos y la oscuridad se volvía cada vez más y más espesa. Que yo hubiera conseguido entrar y salir de aquí con vida un par de veces no me aseguraba la tercera. Esa maldita reina no atiente a razones, está loca, toda la ciudad es un amasijo de pobreza y ruinas desde que ella llegó.
El cuchillo me tiembla entre las manos, la afilada hoja de mi hada palpita en el cinto… El corazón de una niña, por un saco de monedas ¿a quién pretendo engañar?
La niebla, oscura y pastosa se adhiere a mis piernas como si fuera alguna especie de líquido. Odio éste maldito lugar. Si esa niña ha entrado aquí estará muerta de frío, yo estoy temblando, aun a pesar del abrigo que me proporcionan las pieles.

*

Y la idea de la muerte quiere obligarte a volver a tu realidad, te aferras desesperado a la delicada y fría mano de tu amada,  entrelazas sus dedos con los tuyos. No recuerdas el recorrido de una posada a otra, no recuerdas ninguna pelea, ni recuerdas cómo llegaste a la cámara funeraria, pero aquí estás de nuevo. Al acercarte a ella, el olor aún escondido en sus cabellos te devuelve al pasado.

*

Con el machete en una mano y el hacha en la otra, avanzo, sigiloso, escrutando el bosque, atento, acechante. Todo pasa tan rápido que cuando me doy cuenta he clavado el hacha en el tronco del árbol, y una mujer de increíble belleza está atrapada entre mi cuerpo y el tronco del árbol muerto. Aterrada, ni siquiera se atreve a abrir los ojos, pues mi machete amenaza con abrir paso sobre su yugular. El pulso ni siquiera me tiembla al contemplar a mi presa. Ya la tengo.
- ¡Por favor! No me haga daño.
Yo esperaba una niña y he encontrado a una mujer, esperaba a una niña sin nombre, y aquí está ella, aterrorizada, suplicando por su vida.
- ¿Quién eres, mujer, qué haces en este bosque?
- intento cruzar al otro lado. – Susurra, esta temblando de frío, o de miedo.
- No hay otro lado – le increpo, apartando la afilada hoja de su garganta.
Sin duda alguna, es ella la que busco y más vale que sea rápido, quiero salir de aquí, matarla, extraerle el corazón y volver a casa, no será difícil. Pero ella abre los párpados, y me dirija una sola mirada, el viento se levanta, tan oportuno como prodigioso, y se lleva los mechones de cabello que cubrían su rostro. Un solo segundo en el que ella me mira, y yo le devuelvo la mirada, pasmado, deslumbrado por ella. Estupefacto, doy unos cuantos pasos liberándola de mi cuerpo, temeroso de mis impulsos. Y miro hacia otro lado.
- Vete – susurran mis labios.
- ¿Es cierto que no hay otro lugar en el mundo que éste reino?
Apenas presto atención a su melódica voz, no quiero mirarla, por temor a que la extraña sensación me embargue de nuevo.
Los labios rojos y carnosos que me suplicaban por su vida ahora depositan en mí su confianza.
- ¡Márchate! Vete lejos, y no vuelvas nunca.
Y mientras pronuncio mis palabras, suponiendo que en cualquier momento e alejará y no volveré a encontrarme con su mirada, me permito contemplarla por última vez. Está medio desnuda, pálida como la nieve, sus muslos temblorosos y frágiles, sus brazos y su abdomen cubiertos de barro. ¿Quién es esta mujer y por qué es tan importante para la reina?
- Ayúdame.
Inocente y cándida, me susurra con ternura. ¿Cómo puede ser? Soy un animal que ha venido a arrancarle el corazón y llevárselo.
La miro de nuevo a los ojos. Estoy perdido. Resbalo mejilla abajo, su piel tersa y suave, sus labios… tan asustados, tan solos. Un gruñido por mis errores y me desprendo de las pieles para cubrirla a ella. Nos queda un largo camino y su cuerpo está frío como la nieve.


miércoles, 6 de junio de 2012

Magdalena

El sonido lastimero entre mis labios, el escozor que me araña los ojos, el temblor conquistando todo mi cuerpo.

El olor de tu cuerpo.
La lluvia encerrada en mi ventana.

Tus brazos decididos, que me estrechan, que con fuerza y calor doman los escándalosos latidos de mi corazón.

Mis lágrimas, torbellinos de dolor que mi pecho acoge, como si hubiera nacido para sufrir así.
domingo, 20 de mayo de 2012

Úrsula y Xandros

 Imagen copyright:
©2009-2012 ~eat01234


Las gruesas y pesadas cadenas, tan ajustadas, tan innecesarias, tan inútiles... oprimiendo su pálida piel.
- Todas las noches lo mismo, todas. Úrsula, ¿Por qué? ¿Por qué me las pone? Sabes que no voy a irme.
- Ya lo hiciste una vez. - Susurra con frialdad.
Él suspira, dolido, decepcionado; su mirada se precipita hacia el suelo.
- ¿Cuánto tiempo más vas a seguir castigándome por ello?
- No fui yo quién te castigó – tan glacial que podría congelarlo si su cuerpo aún conservara calor –, éste es tu destino.
Y en este último susurro la voz de la hermosísima muñeca rubia de tirabuzones perfectos tiembla de emoción. Disfrutando de su  majestuosa superioridad. Es ella quién tiene el extremo de la cadena entre sus manos.
Todas las cadenas del pálido y triste muchacho, tobillos y muñecas, convergen en el grillete que finalmente ella ha atado a su propio tobillo. Úrsula  se levanta triunfante, incluso divertida; camina hacia la cama obligándolo a él a caminar a su paso; tirando de la humillante cadena que también ha atado al cuello del chico.
Él cierra los puños con fuerza, obligado a permanecer en aquella postura ridícula, levemente inclinada, la cadena de su cuello no es lo suficientemente extensa como para que pueda erguirse al caminar, y las las largas y perfectas piernas de Úrsula no le ofrecen tregua alguna.
El sonido de los eslabones retumba en la habitación. Cuando ambos están ya tendidos en la cama, la luz se apaga.
- Sabes que estas cadenas de hierro no me retienen ¿Verdad?
- Lo sé.
- Entonces ¿Por qué lo haces?
- Porque no quiero que olvides a quién debes tú preciada vida eterna.
- No podría olvidarlo querida Úrsula, no podría.
Ella apoya su cálido y suave cuerpo sobre él, que tendido en la cama percibe su olor, su calor corporal, su palpitante corazón. Manosea el cuerpo de Úrsula  hasta llegar a una de sus manos, se la lleva a los labios, la besa, la huele entre sufridos escalofríos. Hace tanto que no se alimenta, hace tanto que ella no… Úrsula  aparta rápidamente su brazo y él gime de dolor como un animal malherido.
- ¿Quieres morir? ¿Es eso? - le increpa, intentando contener la ansiedad.
Ella no responde, no se mueve. El olor de la humana se intensifica, su fervor, los latidos, la sangre roja circulando dentro de ella.
- Quiero beber, quiero beber ¡Ya! – Grita él, clavándole las uñas a Úrsula  en el muslo derecho.
Se tumba sobre ella, y palpa su cuerpo, exigiendo un poco, sólo  un sorbo, lo necesita… puede escucharla dentro de sus arterias, lo está llamando, le está gritando.
- Creí que no la querías, por eso te marchaste.
- ¡Vamos! Úrsula, no te burles de mí, sabes muy bien que sólo puedo beber tu sangre, sabes muy bien que mi cuerpo rechaza cualquier otra.
- Y aquí está la marca, en tu brazo derecho, justo aquí. En aquel momento lo confirmaste ¿Verdad? ¿A quién mordiste?
La lengua fría del animal desesperado acaricia el cuello de Úrsula, su gélido aliento golpea la garganta de la chica.
- Déjame beber… Dame permiso… - Desquiciado, ya ni siquiera puede levantar la voz.
- Bebe.
- Dilo.
- Bebe.
- Di mi nombre ¡Maldita sea!
Los colmillos del animal rozan el cuello de Úrsula, atentos, esperando inquietos escuchar el nombre que le abre camino la vida.
- ¡¿Quieres morir?! ¡Pues que así sea! – Grita furioso.
Se sienta en la cama, apoya los codos en sus rodillas y sobre las palmas de sus manos deja sus mejillas. Un increíble dolor lo devora por dentro, cada una de sus arterias muertas, su corazón enmohecido, todos los miembros de su cuerpo. El dolor, tan intenso, en cada movimiento, cada fibra, cada centímetro del cuerpo.
Empiezan los gemidos, débiles, tan  frágiles... Solloza como un lobo apaleado, como una fiera moribunda. Intenta levantarse y la cadena de su cuello se lo impide, derrumbándolo bruscamente de nuevo sobre la cama. Está tan débil…
La gloriosa Úrsula sonríe, no lo ve, todo está oscuro, pero lo escucha, percibe sus gemidos de dolor. A tientas, lo busca entre las sábanas de la cama hasta encontrarlo, acerca su exótico cuerpo semidesnudo a él, besa su mejilla, su cuello, se sienta sobre él a horcajadas, acerca su yugular a los labios del vampiro y entonces susurra el nombre milenario, sólo ella lo conoce, sólo ella puede pronunciarlo.
Él hunde sus colmillos en el cuello de la chica. Ahora sí, la sangre roja entra en el cuerpo del chico a borbotones. Ahora es Úrsula la que jadea de placer. Ahora es ella la que gime, la que vacía su corazón en cada latido; la que lo abraza con fuerza.
Ha terminado, él se ha quedado dormido, no ha derramado ni una sola gota de metálica y dulce vida.
Ella se yergue a duras penas, está débil, ha perdido mucha sangre; aún sentada sobre él, puede sentirla correr por el perfecto y frío abdomen que tiene aún entre las piernas. Besa delicadamente sus labios fríos y carnosos, sabe que él ya no está en éste mundo, así que puede permitirse un beso lleno de ternura, un beso en el que termina devorando los labios del muchacho con pasión. Mañana él no lo recordará, ahora, mientras duerme, vuelve al mundo de los muertos.

Más allá de las recias ventanas de madera que sellan cada rendija, cada grieta, cada afilado y escurridizo dedo solar que pudiera colarse en la habitación; más allá del refugio oscuro, el codicioso monstruo dorado empieza el ascenso hacia lo alto del cielo.
Úrsula  queda plácidamente dormida a su lado. El día no transcurre con normalidad, los pasillos murmuran ajetreados, repletos de pasos que rugen tras la hermética puerta. Le roban el sueño varias veces hasta que llena de ira, se despega del cuerpo del vampiro y se encamina hacia la puerta, perdiendo los nervios. Al dar el primer paso cae de bruces contra el suelo, la cadena de su tobillo no da más de sí, el cuerpo del vampiro ni siquiera se ha movido.
Qué imprudente ¿Cómo ha podido pensar siquiera en abrir esa puerta con Xandros acostado en la cama? Suspira, vuelve a la cama y procura dormir un poco más.
Pasadas unas cuantas horas más, con el sol aun reinando en el cielo, vuelven a robarle el sueño. Irritada, palpa bajo la almohada buscando la llave de la cadena, la encuentra, y se libera de ella. Se levanta, con los pies descalzos y de debajo de la cama, extrae un ataúd de madera en el que deja caer a Xandros que sigue, todo él, muerto y pesado. Cierra el ataúd y sale por la puerta de la habitación.
La noche tarda en llegar pero su invencible soberanía cae sobre la ciudad, él despierta dentro del ataúd, desconcertado, apenas recuerda… lo sucedido la noche anterior, apenas recuerda nada después del dolor. Pestañea, inmóvil, esperando los recuerdos que no tardan en llegar en pequeñas dosis, la sangre, deliciosa, dulce e intensa de Úrsula, la sangre sobre su lengua, potente vida para su cuerpo muerto. Así que al final ella había cedido... sonríe satisfecho y con una mano intenta abrir el ataúd, que cede sin ningún esfuerzo. La noche ha llegado, las ventanas están abiertas y una esférica luna rojiza rige en lo alto de su cielo estrellado.
Xandros se pone los pantalones y el cinturón, impaciente por ver a Úrsula, no es habitual que ella despierte antes que él, algo ha debido suceder. La busca en los diferentes salones de la mansión, hasta que al fin, la encuentra en uno de los pasillo, vestida de luto, de espaldas a él. La reconoce de inmediato, a pesar del velo de tul, y del negro predominante en la totalidad de su vestido, un color nada habitual en ella… reconoce su olor, su forma de estar parada, en silencio.
- Papá ha muerto esta mañana; sí, Hetaira también –, susurra Úrsula  al sentir la presencia del vampiro acercándose a ella, ladeando levemente la cabeza – vamos, ponte algo oscuro y acudiremos a la capilla, ya han instalado ambos cuerpos. Toda la ciudad está de luto.
Se vuelve hacia él, anuda su brazo al de Xandros y ambos se encaminan hacia la habitación. Hetaira, muerta… jamás le gustó, su forma de vivir la inmortalidad le resultaba despreciable, sin embargo sería extraño no volver a verla. Ahora sólo quedaban dos vampiros en palacio, él y Bania, la vampiresa de la madre de Úrsula.
Xandros camina en silencio al lado de su ama, ella se apoya en el nudo de sus brazos más de lo normal, parece mareada. Al fin llegan a la alcoba. Ella retira el velo de su rostro para poder ver mejor las prendas de ropa que Xandros deberá ponerse:
- No tienes que hacer eso… no soy un inútil… sé perfectamente cuál es la ropa que debo ponerme en una ocasión así.
 La susurrante voz de Xandros choca contra Úrsula, que inmediatamente deja de acariciar, con su mano, las prendas de ropa masculina y mira, por primera vez en aquella noche, a su vampiro a los ojos. El rostro marmóreo de Xandros observa con curioso estupor los ojos enrojecidos de Úrsula.
- ¿Has estado llorando?
Úrsula vuelve a cubrir su rostro de tul negro.
- Ha muerto mi padre ¿Tú qué crees? ¿Es esa una pregunta digna de respuesta? – responde irritada. - Te espero fuera. Una palabra, un pensamiento más en ese sentido y tu insolencia serás castigada. Date prisa.
El muchacho se queda estupefacto ante la desmesurada reacción de Úrsula, que pocas veces había cruzado palabra alguna con su padre, que jamás le había dedicado una mirada amable, ni siquiera cariñosa.
Se vistió con cierta rapidez, todo, incluso la corbata, era de color negro. Cogió las cadenas, y con ellas en la mano, se dispuso a salir, cuando un rayo iluminó la estancia, y el sonido mojado de las gotas vibró en los cristales. Así que con la otra mano, cogió el paraguas y salió en busca de Úrsula, que lo esperaba, apoyada en la pared. Ella lo miró, una leve sonrisa, un suspiro, sus voluminosos pechos pegados al tórax de Xandros, sus tobillos elevándose, sus cándidas mejillas acariciando las de Xandros, su mano acariciando la de Xandros y cogiendo las cadenas.
- Hoy no necesitaremos esto.- Susurra con ternura, dejándolas caer en el suelo.
Eran aquellos pequeños gestos de Úrsula, lo que la hacían, a ojos del vampiro, una humana especial, llena de contradicciones, inhumana, caprichosa y testaruda.



---------- continuará ---------------
jueves, 3 de mayo de 2012

Plagio

LINK DE LA PLAGIADORA

Pues sí, me han plagiado, por lo visto, y nada bien, porque no contenta con reproducir íntegramente mi texto, ha cambiado alguna palabra.... 

Si os fijáis, publicó mi texto en su blog, dos horas y media después de mí. ¿Aún sigue plagiando la gente? de verdad que no lo entiendo, puedo escribir textos como ese cuando quiera, si tu musa no te susurra ese tipo de textos, escribe los que te susurre. No copies otros y los hagas pasar por tuyos, eso es engañarte a ti mismo, porque eso son mis sentimientos, no los tuyos, esas palabras han sido escritas con mucho esfuerzo, mi esfuerzo.

La verdad es que no querría emprender acciones legales, que podría hacerlo, y más ahora que las leyes son muy restrictivas al respecto, no necesitaría ni abogado.

Pero por ésta vez, sólo quiero que quite mi texto de su blog, o que me acredite. Si no es así tendré que dirigirme a Blogger para que suprima su blog o esa entrada en particular, esto no se puede quedar así.


Inventa tus propios textos, no copies los de otros. 
martes, 17 de abril de 2012

Fóllame el corazón // Fuck my heart

      Viola mis entrañas, sacúdeme, penetra dentro de mí, ábrete paso, destrúyelo todo hasta que ya no quede nada. Con pasión, con fervor, con todo el cuerpo. Transítame con tu lengua, mímame con tus brazos, manoséame con las palmas de tus manos, pálpame con tus labios. Todo, agárrate a mí, fuerte, sin miedo.
      
      Sumérgeme, toda yo, dentro de ti. Húndeme en tu océano, en esa tormenta tuya en la que yo pueda jugar a ser sirena y tú seas el ahogo.
      
      Hazme gritar, quiero vociferar hasta que mi pecho ya no alberge latidos. Ríndeme pleitesía, libera mi cuerpo de sus más bajos instintos.
      
      Se dejará morir y al instante revivirá. No opondrá resistencia, no a ti.




 Fuck my heart



       Rape my entrails, shake me, penetrate me, break through it. There, that's to the bottom. Destroy everything, until nothing remains. With passion, fervently with the whole body. Go with your tongue, fuss over me with your arms, grope me with the palms of your hands, touch me with your lips. Everything, hold me, strong, unafraid.
      
      Immerse me, all of me, within you. Sink me into your ocean, in this, your storm in which I can play at being a mermaid and you're the drowning.
      
      Make me scream until my heart has stopped beating. Worship to me. Make me to deal with your lowest instincts.
      
      It will instantly die and revive. Will not resist, not for you.












 .
domingo, 25 de marzo de 2012

Barro




Hoy me han dado un Daily Deviation (Daily Deviation Given 2012-03-25) en la DevianArt, y en estos momentos me han leído ya 6,253 personas, lo que me hace increíblemente feliz, ya que esto es como ganar un concurso. 


Aquí os dejo el relato en español, y la versión en inglés, que es la destacada de día:


BARRO


      Escarba, con las manos nerviosas y la lluvia derramándose por su espalda, por sus párpados, por su barbilla, por las cimas invertidas de su cabello (abiertas y deshilachadas), por las lápidas que la rodean. Sus rodillas aún resistirán un poco más en aquel suelo lleno de piedras puntiagudas; aún aguantarán antes de que el dolor resulte insoportable.
     
      Ella, ciega ante el espeso barro donde está hundiendo sus manos, no es consciente de que está manchando su inmaculado camisón blanco.
     
      - Más rápido, más, más, más.- farfulla, nerviosa, repitiendo esa última palabra una y otra vez, mientras sus torpes y delicadas manos escarban, más rápidas, y más torpes.
     
      No se queja de las pequeñas piedras que se abren paso entre la piel de sus rodillas y la carne de las palmas de sus manos.
     
      Llueve. Su cabello, largo y rubio, va cayendo, pesado, mojado; poco a poco, se va juntando con el barro, dejando ya de ser de un tono cobrizo y luminoso; los mechones de su pero ya no son los mismo cabellos dorados en los que él jugaba a enmarañar sus dedos.
     
      Sobre las lápidas que la rodean no hay Luna, sólo quedan las nubes grises; ni siquiera las sombras de los cipreses la acompañan en su búsqueda. Pero eso… eso a ella poco le importa… sólo quiere ver su sonrisa una vez más, sentir su cuerpo desnudo entre los muslos, sus labios carnosos entre los pechos o susurrándole al oído aquellas palabras:
     
      - Cada vez que te vas soy sólo carne y huesos… 
     
      Quiere volver a reír como aquella vez.
     
      - Ten cuidado, corres el riesgo de que acabe creyéndote.
     
      La imagen llega a su mente mientras escarba, la imagen residual de sus hoyuelos, su pelo negro y sus ojos verdes; pero, sobre todo, recuerda su olor, sus brazos, sus manos grandes y ásperas.
     
      La única secuencia ordenada de su vida inmortaliza en su memoria es ese pequeño diálogo de diecinueve palabras… pero tampoco podría estar segura de ello. ¿Es esto lo que queda de ella? ¿Dos frases sin sentido? ¿Y su historia? ¿Dónde ha ido?  Sólo le quedan susurros, palabras, gritos, besos inconexos.
     
      El agujero de barro crece a medida que ella escarba; horas o años, no sabe nada del tiempo, tampoco comprende la horrible verdad que hay frente a sus ojos, no. No sabe nada, pero tampoco le importa.
     
      Se volvió loca, no recuerda por qué, lo que quedó de ella se fue muriendo de pena; lo que quedó de ella fue un amasijo de carne, nervios, sangre, llanto… Y un saco lleno de pequeñas imágenes, sensaciones y palabras. Más de veinte años han pasado desde el diálogo que recuerda. No hay secuencia, esta vez no hay historia, sólo ella y el barro, y la lluvia, y las tumbas, y el ansia; y el amor; y la búsqueda de su felicidad perdida: él.
     
      Hace ya unas horas que ha dejado de sentir los dedos de sus manos, la sangre y el frío se mezclan con el barro; pero ahí, bajo sus rodillas, está la recompensa que se da a los que luchan por su felicidad.
     
      Ha llegado, acaba de encontrar la puerta del ataúd.
     
      - ¡Ted!- Grita ilusionada, lo llama llena de una felicidad que creía perdida, tiembla de ilusión.
     
      Está muerta de frío.
     
      Acaricia suavemente la puerta de madera, ladea la cabeza y sonríe, entre sus labios no hay marfil blanco, sólo huecos, manchas marrones y verdosas…. Es una loca, una perturbada, un despojo social, no necesita sus dientes.
     
      - ¡Ted! Soy yo ¡Helena!
     
      Radiante, da un par de golpes en el ataúd, llama a la puerta, ella y el millón de mariposas que ahora viven en su ombligo, las creía muertas desde la última vez que lo vio. En un acto de ilusión se abraza a sí misma, y cantaría de alegría si se supiera la letra de alguna canción.
     
      Busca nerviosa y a ciegas los goznes del ataúd, intenta abrirlo con sus manos; pero los clavos son resistentes y después de escarbar, apenas le quedan fuerzas.
     
      - ¡Ted! Amor mío, ábreme, estoy aquí. He venido en cuanto he podido. Hubo problemas con la rueda del carruaje… No te enfades conmigo.
     
      Apoya la cabeza, intentando escuchar qué sucede en la habitación contigua, ¿Por qué su prometido no quiere abrirle la puerta? ¿Acaso está enfadado? ¿Ha podido hacer ella algo malo? ¿Algo que lo perturbara quizás?
     
      La muchacha se incorpora, mira su vestido, quiere estar presentable para él. No ha visto el barro manchando todo su cuerpo, su pelo, su nariz, sus mejillas, sus brazos.
     
      Un rayo cae lejos y por segundos duda de sus recuerdos, duda de su propio nombre, pero no del de Ted, es él, es Ted el que está en la otra habitación.
     
      Helena, la loca Helena, se levanta y busca con los brazos extendidos hacia arriba, busca en las esquinas del agujero, que ya es como ella de profundo.
     
      - Dónde… ¿Dónde está mi joyero? ¡Marina, tráeme mi joyero!- Grita frenética, ordena a su criada. Sin embargo sigue buscando con las manos, entre el fango- ¡Aquí! Marina, ya no hace falta, lo tengo.
     
      Sujeta fuerte entre sus manos la caja de plata adornada con rubíes y se arrodilla de nuevo; sus magulladas rodillas protestan pero ella no, está demasiado concentrada golpeando la puerta con el joyero.
     
      Ríe ilusionada después de tantos años, por fin podrá volver a verlo y abrazarlo como antes.
     
      Pasarán unas horas hasta que la puerta del ataúd se resquebraje.
     
      Ahí está el primer hueco hacia su felicidad. Ansiosa, sigue golpeando, ahora con fuerza renovada, la esperanza crece dentro de ella. Astillas y olor a putrefacción es lo único que emanada de ahí dentro, pero no se detiene, no se rendiría nunca estando tan cerca.
     
     
     
      Una carcajada descuidada resuena en el cementerio, es ella, es ella que ha encontrado por fin, ya, a su Ted; ahí está, acostado, dormido. Cuidadosamente, y para no despertarlo, se introduce ella también en el lecho y lo abraza. Abraza los huesos y la viscosidad putrefacta que una vez fue aquel muchacho que ella recuerda.
     
      Es más feliz de lo que jamás fue, acaba de recuperar lo único que le ha importado siempre, aquello que perdió, está ahí a su lado, tan guapo como siempre, su hoyuelo, su mentón, sus pestañas, sus manos, incluso su olor.
     
      Helena allí tendida, besa el cráneo descompuesto de Ted que ahora no es y ya no importa nada más, están juntos de nuevo. Suspira cansada, orgullosa, llena de felicidad y esperanza. Entrelaza los dedos de una de sus manos con los suyos propios y recostándose en su hombro, se queda plácidamente dormida.
     
     
      Y no importa cuál fuera el nombre que rezaba la lápida, tampoco el lugar en el que se encuentra; sólo él y ella.












VERSIÓN EN INGLÉS

















M u d

She scratches, with nervous hands and the rain streaming down her back, down her eyelids, down her chin, down the inverted peaks of her hair (open and frayed), down the stones that surround her. Her knees will still resist a little bit more on that floor full of sharp rocks; they will still endure before the pain becomes insufferable.
 She, blind in front of the thick mud where she is sinking her hands, isn’t conscious of what is staining her immaculate white nightgown.
 “Faster, faster, faster” she gibbers, nervous, repeating that last word over and over, while her clumsy and delicate hands scratch, faster and clumsier.
 She doesn’t complain of the small rocks that make their way through her knees’ skin and her hand palms’ flesh.
 It rains. Her hair, long and blonde, falls, heavy, wet; little by little, it gets mixed up with the mud, leaving away its copper and luminous tone; her hair strands aren’t the same golden hair in which he used to play entangling his fingers anymore.
 Over the stones that surround her there isn’t a Moon, only gray clouds are left; not even the cypresses’ shadows accompany on her search. But that… that doesn’t matter to her either… she just wants to see his smile one more time, feel his naked body in between her thighs, his succulent lips in between her breasts or whispering to her ear those words:
 “Every time you go I am only flesh and bones…”
 She wants to laugh again like that time.
 “Be careful, you run the risk of me believing you.”
 The image reaches her mind while she scratches, the residual image of his dimples, his black hair and his green eyes; but, most of all, she remembers his smell, his arms, his big and rough hands.
 The only organized sequence of her life immortalized on her memory is that little nineteen-word-long dialogue… but she couldn’t be sure of that either. Is this what was left of her? Two nonsense phrases? And her story? Where has it gone? Only whispers are left, words, screams, incoherent kisses.
 The mud hole grows as she scratches; hours or years, she knows nothing about time, she neither understands the horrible truth that lies before her eyes, no. She knows nothing, but she doesn’t care either.
 She went mad, she doesn’t remember why, what was left of her died of sorrow; what was left of her was a tangle of flesh, nerves, blood, tears… And a sack of little images, sensations and words. More than twenty years have passed since the dialogue she remembers. There’s no sequence, this time there is no story, only her and the mud, and the rain, and the tombs, and the anxiety; and love; and the search for her los happiness: him.
 It’s been some hours since she stopped feeling her fingers, the blood and cold mix with the mud; but there, under her knees, is the reward that is given to those that fight for their happiness.
 She’s there, she just found the coffin’s lid.
 “Ted!” she screams excited, she calls him full of a happiness she believed was lost, she shakes with excitement.
 She’s dying of cold.
 She strokes gently the wooden door, she tilts her head and smiles, in between her lips there is no white ivory, only holes, brown and green spots… She’s a crazy woman, a disturbed lady, a social deprivation, she doesn’t need her teeth.
 “Ted! It’s me, Helena!”
 Radiant, she hits the coffin a couple of times, she knocks on the door, she and the million of butterflies that now live on her belly button, she thought they were dead since the last time she saw him. In an act of illusion she hugs herself, and would sing with happiness if she knew any song’s lyrics.
 She looks nervous and blindly the coffin’s hinges, she tries to open it with her hands; but the nails are resistant and after scratching, she barely has the strength.
 “Ted! My love, open me, I’m here. I have come as soon as I could. There were problems with the carriage’s wheel… Don’t get angry with me.”
 She leans her head, trying to listen what is happening in the next room, why doesn’t her fiancé want to open the door? Is he angry? Could she have done something wrong? Something that disturbed him maybe?
 The girl sits up, looks at her dress, she wants to be presentable for him. She hasn’t seen the mud soiling all of her body, her hair, her nose, her cheeks, her arms.
 A ray strikes far away and for some seconds she doubts of her own memories, she doubts of her own name, but not Ted’s, it’s him, it’s Ted who is in the other room.
 Helena, the crazy Helena, stands up and looks with her arms up, looks in the corners of the hole, that is now as deep as her.
 “Where… Where is my jeweler? Marina, bring me my jeweler!” she yells frenetically, ordering her maid around. However she keeps looking with her hands, in between the mud. “Here! Marina, it’s no longer necessary, I have it here.”

She holds the silver box decorated with rubies strongly in her hands and she gets on her knees once again; her bruised knees protest but she doesn’t, she’s too concentrated hitting the door with the jeweler.
 She laughs excited after so many years, at last she will be able to see him and hug him again like before.
 Some hours will pass before the door of the coffin cracks open.
 There is the first hole towards her happiness. Anxious, she continues to strike, now with a renewed force, Hope grows inside her. Wood chips and the smell of putrefaction is the only thing that emanates from there inside, but she doesn’t stop, she would never give up being so close.
  

A neglected burst of laughter resonates in the graveyard, it’s she, it’s she who has found at last, now, her Ted; There he is, lying, asleep. Carefully, so as not to wake him up, she introduces herself too in the bed and hugs him. She hugs the bones and the putrefied viscosity that once was that boy that she remembers.
 She’s happier that she ever was, she has just recovered the only thing that has always mattered, that thing she lost, that is by her side, as handsome as always, his dimple, his chin, his eyelashes, his hands, even his smell.
 Helena there lying, kisses Ted’s decomposed skull who is no longer Ted and nothing else matters now, they are together again. She sighs tired, proud, full of happiness and hope. She entangles the fingers of one of his hands with her own and leaning on his shoulder, she falls peacefully asleep.
 And it doesn’t matter what was the name the stone read, neither the place in which it lies; just him and her.


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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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Nubes que me acompañan

RELATO PREMIADO:


"De repente me he vuelto pequeñita, tanto que un soplido podría romperme; pero ese soplo nunca llega porque él nunca respira, nunca duerme, nunca escucha; es como un centinela, sabe que sus cosas – las “cosas” de su propiedad - no se moverán. Yo… tampoco me moveré, permaneceré aquí callada, encerrada, con las ventanas y las puertas abiertas."

Para leer el relato completo: AQUI

Relámpagos

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