miércoles, 17 de noviembre de 2010

Azul

Lo cierto es que reservaba algunos relatos para mi colección de relatos encuadernados por ser especiales para mí, pero en vistas del escaso “éxito” de mis historias me parece que voy a dejar esa colección para los proyectos destinados a la basura y voy a ir añadiéndolos al blog con el resto de sus hermanos, que me parece a mí que es lo máximo a lo que pueden aspirar mis textos.



Gracias mil a ambos, ya sabéis quienes sois, por venir, volver, y encharcaros en mi lluvia, siempre, en cada amasijo de palabras, gracias por no fallar, y cómo diría yo misma…. Gracias por asesinar el tiempo conmigo.



Azul

La busqué, la busqué como nunca he buscado a nadie, la busqué con todo mi corazón, con todos mis deseos; la busqué yo solo, desesperado, vagando por las dunas de mis miedos, desandando caminos que una vez tracé a su lado, alcanzando aquellos lugares que carecían de sendero alguno por el que guiarse.

Pero ella… ella no está nunca dónde la dejé la última vez que la vi, tampoco en el lugar dónde la encontré, siempre algo diferente, nuevo y lejano. “¿Lejano? ¿Seguro?” Las manos me tiemblan, ya ni siquiera quiero ahogarme entre el traicionero whisky y el siempre mentiroso ron. ¡Maldita sea! ¿Por qué no puede quedarse quieta? Ni siquiera cuando está conmigo puede estar quieta, siempre tiene que moverse de aquí para allá, siempre tengo que perseguirla.

La última vez que la vi me sentía muy cansado, mis manos ya no son tan rápidas como cuando era joven e ingenuo, el color blanco empieza a alcanzar y abordar todo mi cuerpo. La última vez que la vi no tenía ganas de perseguirla, a decir verdad no tenía ganas de nada. Creí haberme acostumbrado a verla llegar en el momento más inoportuno, cuando el trabajo me ahoga, o me encuentro derrumbado por algún giro abrupto que no esperaba, que ni siquiera había visto llegar; agonizante, devastado, derribado, así me encontraba cuando acudía a mí, tan dulce, tan tierna, inundándome, desbordando todo mi ser, obligándome a volcar toda mi pena. Para cuando había terminado conmigo, ya solamente quedaba su perfume de limón, y esa leve sensación de tranquilidad que proporciona una noche entera de llanto.

Creí que podría habituarme, creí que podría quererla tal y como era, creí que con el tiempo se calmaría y aprendería a quedarse más tiempo conmigo y más quieta, aprendería a llegar no sólo en esos momentos sino también en los buenos momentos de mi vida. “Si practicas, si aprendes de ella, si te adaptas….” Eso me decía.

Ahora no puedo evitar sonreír con sarcasmo, qué inocente era entonces. Aún no la conocía bien, ella a mí tampoco.


~~*~~


Ayer fui muy débil ¿Dónde está mi fortaleza? ¿Dónde? Antes las cosas no funcionaban así, claro que antes era más valiente, más joven, más idealista y soñador, sentía el mundo latiendo entre mis manos, desbordándome de energía, explotando entre todos aquellos sueños ilusos que todavía podían cumplirse. “Espera un momento, ¿antes? Qué tonterías” Sí… son tonterías, sigo siendo igual de necio.

“Ayer ese condenado folio en blanco me gritó que quizás no volverías”. No… en segunda persona no… en tercera o volveré a echarme a llorar.

Ayer un folio en blanco me dijo que quizás había muerto, que la prostituyo a cualquiera con un par de ojos atentos, que ella estaba harta de mí y no quería escucharme, que nunca la cuidé y la mimé lo suficiente… y ahí, justo en ese instante de ese ya lejano ayer, me derrumbé. Mientras aquel folio me gritaba, un escalofrío y luego las lágrimas.

Imaginar su cuerpo desgarrado, su piel blanca mancillada, en el pavimento de cualquier carretera comarcal cercana a un motel de mala muerte, su dulce expresión, sus mejillas inocentes, su tierna nariz, sus ojos… vacíos, carentes de vida, abiertos, reprochándome. Mi alma se desgajaba a pedazos en esas ensoñaciones; entre vigilia y sueño, la imaginaba suplicante, apagada, muerta. Y no podía más que despertar y llorarle a aquel cuerpo muerto que había visto en sueños.

¡Yo! ¡Llorarle a un folio en blanco gritón y maleducado que intenta asustarme! ¡Yo! Y ahí, en ese momento, también de ese ayer, empecé a reír mientras lloraba. Euforia y miedo: Yo.

A menudo tenía la imperiosa necesidad de esconderme bajo mi escritorio, encontrar un lugar pequeño dónde sentirme refugiado y dejar pasar un poco del tiempo hasta que el miedo me dejara respirar y la euforia no me temblara entre las manos, las rodillas, los codos...

“¿Dónde estás? No estás muerta ¿Verdad? No… no lo estás… no puedes estar muerta. Ese condenado folio en blanco me engaña, me miente… no puede ser cierto”. Yo, como un tonto, clavado al suelo, encogido sobre mí mismo en aquel reducido espacio. Pasaban horas hasta que conseguía moverme, pensando toda suerte de desgracias que podían haberle ocurrido. Todas aquellas imágenes espantosas que veía en sueños volvían a mí.

“Hace muchos desde la última vez que nos vimos…” Para cuando podía levantarme ya era de noche, así que recogía mi abrigo, mi bufanda, un paquete de tabaco, y salía en su búsqueda por millonésima vez. Inútil, y yo lo sabía, era inútil buscarla en todos aquellos lugares donde ya la había encontrado y la había dejado marchar, aún así allí acudía. Claro está, a los lugares que estaban a mi alcance.

El primer lugar en el que la encontré quedaba muy lejos de la ciudad, era un viejo y destartalado banco de madera, en el pueblo de mamá, cuando apenas sobrepasaba el metro de altura. Allí la vi claramente por primera vez, y allí la dejé tirada, sin darle mayor importancia. Yo estaba solo en el parque que hay en la colina, a unos quilómetros del pueblo; lo encontré caminando por uno de los senderos que llevan a la cima de la pequeña montaña bajo la que se cobija el pueblo.

Allí estaba yo y mis pequeñas manos, yo y mis pequeños ojos, con el cuaderno a cuestas, sentado en aquel banco, el cielo azul completamente despejado y toda la colina bajo mis pies, incluido el pueblo entero. Allí había llegado, preguntándome por qué mamá me había regalado aquel cuaderno lleno de folios blancos (en aquel entonces los folios en blanco no me gritaban).

Para cuando me había dado cuenta ella estaba sentada a mi lado, ella y su pelo azul, ella y sus ojos azules centelleantes, dedicándome su candor, sus mejillas encendidas de placer y sus labios radiantes. Así la recuerdo, resplandeciente, azul.

Ni siquiera se presentó, ni siquiera me dijo su nombre. Llegó, como una brisa suave en un día índigo; llegó ella, toda ella, llena, rebosante de ese color añil que aquel día deslumbraba en el cielo. Ella, mirándome, expectante, susurrante ya desde el primer momento, pero aquel día mis manos pequeñas y rechonchas no supieron hacerle justicia.

Ahora, ese primer día queda muy lejos de aquí. Ha pasado mucho desde aquel entonces, ha llovido muchísimo.

Ahora solo quedo yo y todos sus recuerdos.



~~*~~



- ¿Qué hago?

- Marcos, no me grites, son las 4 de la mañana ¿Tú crees que éstas son horas de llamar a una casa decente? Voy a desconectar el teléfono. Otra vez con eso... qué pesado.

- Se ha ido… hace semanas que no está, me ha dejado solo.- farfullé presa del pánico.

- ¡Ya volverá! ¡Duérmete de una vez! – Y colgó, sin más, dejándome solo, sin ella… para esto sirven los amigos, para nada.



Han pasado meses desde aquella última noche desesperada, meses desde aquella última vez que me hizo caso; desde aquella última vez en la que mis susurros surtieron efecto. “Vuelve… vuelve a mí” y ella llegaba y me rodeaba con su mágico candor. Llegaba, me llenaba de susurros y de palabras; atiborrado ya de su presencia, me sentía perfecto tal y como estaba. Para aquello había nacido, justamente para aquello, para tenerla entre mis brazos, entre mis manos, en mis oídos, en mí. Toda ella, llenándome, desbordándome. Cuando ella me acompañaba mi cuerpo era una cárcel demasiado pequeña para contenerme.

Ahora ya no me escucha, ya no la puedo alcanzar, ella se ha vuelto más rápida y yo más torpe, ya no vuelve cuando susurro. Un mes tras otro la he llamado, cada noche, cada amanecer, cada tarde, cada madrugada, cada medio día “vuelve… vuelve a mí”. Ya no responde a mi patética súplica.



~~*~~



De nuevo, aquí estamos todos menos ella: el folio, el escritorio, el lapicero y yo sentado en la silla.

Afuera llueve, entre trueno y trueno, el folio empieza a gritarme de nuevo:

- Tu musa no volverá, se ha cansado de que la prostituyas, se ha cansado de que nunca la valores, de que siempre quieras más y más. – su voz estridente acelera mis pulsaciones.

- ¡Cállate! ¡Callaos todos! – Un movimiento, un espasmo de mi brazo lleno de furia y el bloque de folios blancos cae al suelo, todos se derraman, se deslizan y se esparcen por el suelo.

- ¡Todas las noches la misma pataleta! ¡Cómo te gusta el papel de escritor en crisis! Susurrándole una y otra vez. ¡No vendrá! Me lo ha dicho… ¡No quieres que vuelva! ¡Te gusta más éste drama de mala calidad! ¡Este teatro que tanto repites!

- ¡Cállate! ¡Cállate ya!

- Eres un vanidoso que jamás ha pensado en ella, eres un egoísta, cuando llega la exprimes, la obligas, haces lo que quieres con ella y cuando has terminado lo que querías escribir, la dejas tirada de cualquier manera.

- ¡Eso no es cierto! ¡Yo no me comporto así!

- Es así justamente como te comportas. Le susurras, ella acude, toda ella, necia e ignorante; acude a tu llamada, apenas está llamando a tu puerta cuándo tú empiezas a exigirle que te susurre una buena historia. Le sonríes, le dices que la quieres, que es lo más importante que tienes, y ya no necesitas más. Ella, y su azul, te miran; no puede resistirlo, no está en su naturaleza resistirse a ti. Corre hacia ti, ansiosa, alegre, llena de palabras para tocarte y de historias que con el primer beso vierte sobre ti, con el segundo les da forma y para cuando ha llegado el tercero ya no la necesitas, ya no la quieres, así que la dejas olvidada a un lado. Ya tienes lo que querías, ya tienes tu historia, una que habla de ella y de sus desgracias.

- ¡Mis historias no hablan de ella!

- ¿Cómo puedes estar tan ciego? ¿Qué no lo ves? ¿No lo ves? ¡Cómo no puedes verlo, insulso y anodino humano! ¿No viste tu mano helada? ¿No la viste la última vez? Tu mano helada, rodeando su corazón.

Balbuceo, la luz se va, la tormenta empeora.

- No volverá, no cuentes con ello.

- Entonces… ya no quedan historias que contar… - Susurro, cansado ya de luchar contra aquel folio.

- ¿Historias? Sí… historias quedan muchas, pero a ti solo te toca una musa, y ella ya no te quiere.

Intento recordar la última vez que la vi, recuerdo aquel colchón que acababa de comprar, ella llegó sin avisar y yo terminé escribiendo sobre él, aún sin sábanas, tirado de cualquier manera ¿Cuál era aquella historia? No la recuerdo… pero eso no es lo importante ahora. Ella ¿Cómo estaba ella?

No la vi, aquella vez no la vi, solamente escuche sus palabras y sentí sus besos en mis ojos, sonrío al recordarlo, que dulces son mis relatos cuando ella me besa los ojos, los veo con tanta claridad que puedo describirlos perfectamente con palabras. Pero… Un momento ¿No la vi? ¿Me besó y no la vi? No puede ser.

- ¿Cómo vas a recordarla si lo único que te importaba era tu historia? ¿No lo recuerdas?

Recuerdo que me quedé dormido con ella tocando mi cuerpo, recuerdo su piel, suave… tan suave como ninguna otra, recuerdo su cuerpo cálido tocando el mío, su camisón azul, su pelo lacio. Ella y su olor a limón, en mí, mientras yo me quedaba dormido.

- Has olvidado la mejor parte, la parte que refleja todo lo que tú eres. A la mañana siguiente, con distancia y frialdad, leíste el relato, y le reprochaste (como tantas veces) que aquello era basura, que no valía nada, que la historia no tenía ningún sentido. Le reclamabas que te susurrara algo mejor. ¿No viste cómo estaba?

Y aquella imagen se gravó en mi retina, Ella y su pelo azul, medio alborotado, ella y sus ojos azules, ella y su camisón azul. Azul... como el cielo de aquel primer día.

No había sonrisa en su rostro, no había alegría en sus ojos, no había meguillas fulgurantes, ni candor… no quedaba nada. Me miraba, ella me miraba. Ella, sobre un fondo de flores negras. Ella y su magia. Ella y su piel demacrada, ella y su extrema delgadez, sus manos retorcidas, su posición forzada.

El horro invadiéndome, mis ojos anegados en lágrimas, mis gemidos de dolor, mis gritos. Yo, solo, yo… ¿Yo he hecho eso? ¡¿He hecho yo eso?!

Ella, ella, ella.

¿Cómo pude estar tan ciego? ¿Por qué no me pregunté a mí mismo? ¿Por qué me miraba así? ¿Por qué hacía años que no sonreía? ¿Por qué yo no lo había visto?

Recuerdo… que esa fue la última vez que la vi.



~~*~~



De haber sabido que ella jamás se había marchado, de haber sabido que ella permanecía oculta entre las sombras de las flores negras pintadas en la pared, esperando, impaciente e ilusionada (fiel devota de mi cercanía, de mi proximidad a ella, esa es su naturaleza y su condena) esperando a que yo la viera, que me diese cuenta de que siempre estaba conmigo, esperando que mi mirada se cruzara con la suya, diluyéndose poco a poco entre las sombras y esas flores negras que le habían cubierto los oídos de pena. De haberlo sabido… quizás…

¿Lo sabía?



Ilustración e inspiración: Argi Berrojalbiz

8 gota(s) de lluvia ha(n) caido**:

Marcos Callau dijo...

Me ha gustado mucho. No sólo porque hayas incluido en el relato el nombre de Marcos (je-je) sino por el ambiente, la dependencia y el amor que describes. Amores fatales en los que nos hemos visto envueltos mñas de una vez y quién sabe si todavía no lo estamos. Respecto al comienzo un tanto desanimado en el que hablas de tus relatos me has recordado a una entrada que realicé hace tiempo titulada "Antología de relatos NO premiados". En ella empezaba como tú, publicando en el blog relatos que no habían tenido ningún éxito. Hay que seguir escribiendo, por encima de todo y sobretodo por propio disfrute. Enhorabunea por el relato. Un abrazo... en la lluvia.

Juan A. dijo...

La ausencia duele como una eternidad de tardes de lluvia. Me gustó.

Saludos.

ana dijo...

¿Quién fue realmente esa musa?

Llevo un rato releyendo has plasmado muchos sentimientos en tus párrafos.

Y es verdad que por momentos resultaba angustioso, pero no he dejado de leer.

Me ha gustado, sinceramente y las imagenes visuales que plasmas con tus palabras son la leche.

Un saludo y vuelvo ehhhhhhh

cronicasdediaslluviosos dijo...

Marcos, querido, te has fijado en el nombre, jajaja, lo cierto es que me encanta ese nombre, no me gusta darles nombres a mis personajes, pero cuando no puedo evitarlo suelo pensar en éste nombre. Amores fatales… amores injustos, amores involuntarios, como el de éste Márcos a esa Musa. Y cómo siempre, me alegras el día.

Seguir escribiendo… eso siempre, sólo que a veces, te dan ganas de cerrar el chiringuito y guardarlo todo para ti. Aunque siguas escribiendo.

Un abrazo en remojo, que ayer llovió muchísimo por aquí por Zaragoza :P


~~~~


Juan Antonio, justo con en mi casa, dónde siempre llueve, y la ausencia siempre es dolorosa.
Mil gracias por pasar, y por seguirme.


~~~~


Ana, ¿Seguro que volverás? Me encantará volver a leerte.

¿Incluso has releído la historia? Creo que no merezco tanto de tu tiempo, pero aun así, te agradezco infinitamente que te dejes empapar por el relato, para mí significa muchísimo.

La angustia es algo que siempre está presente en mis historias, a mí musa le encanta.

Gracias por seguirme.

Un saludo :P

*¡Ah! ¿Quién fue esa musa? Bonita pregunta. En ésta ocasión fue lo que sentí al ver el cuadro.

Anónimo dijo...

Chiquitina , adoro tus palabras ,lo sabes , las adoro, este es muy especial para mi , cada vez que lo leo me recorre un escalofrio por todo el cuerpo, tu ,siempre tu y tus letras, menudo regalazo me hicistes, sabes .... a este cuadro le distes la vida, el sentido , tener una historia propia, y yo estare eternamente agradecida. Un abrazo de esos de oso , fuertote fuertote.

Romina dijo...

Hola, como estas ???

Permiteme presentarme soy Romina, administradora de un directorio de blogs y webs, visité tu página y me parece un exito, me encantaría contar con tu site en mi sitio web y asi mis visitas puedan visitarlo tambien.
Si estas de acuerdo no dudes en escribirme
Exitos con tu página.
Un beso
rominadiazs@hotmail.com

Anónimo dijo...

Leyendo el comienzo de la entrada, sólo puedo decirte que me decepcionan esas palabras, un poco de niña tonta. Lo siento si te molesta, pero es lo que pienso.

Sobre el relato, pues qué te voy a decir, que la musa siempre está ahí, y es uno mismo. Si la alimentas se vuelve fuerte, pero no vale hacerlo con cualquier cosa. Nos ofrece lo que le damos, y según crecemos, crece ella con nosotros.

Un beso tormentoso de cabreo

cronicasdediaslluviosos dijo...

Corazonazo mío, mil gracias por pasarte, siempre se te echa de menos mi niña; sabes que el mérito no es mío sino tuyo, tú eres la artista que creó la musa, yo sólo ordené palabras para ella… Aún se me quedó corto mi regalo comparado con lo que tú me aportas a mí. Eso sí, estoy orgullosa de que te gustara.

Un abrazo mojado, y un besote.


~~~~


Fénix, la verdad es que a veces no está mal volver a ser una niña, y claro, tonta es lo que le sigue. Jajajaja Tranquilo, no me molesta, puedes decir lo que quieras, pero porque eres tú y sé que no dices nada con mala intención.

Justamente es eso lo que quería transmitir, si no la quieres tú ¿Quién más la va a querer? Si nunca te gusta lo que te susurra, si siempre lo ves mal y desprecias lo que ella te da… al final morirá.

Un besito de niña tonta.

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"En su texto, el escritor levanta su hogar. Así como acarrea papeles, libros, lápices y documentos de cuarto en cuarto, así crea el mismo desorden en sus pensamientos. Éstos se vuelven muebles en los que se sumerge, contento o irritable. Los golpea con afecto, los gasta, los mezcla, reacomoda, arruina. Para quien ya no tiene patria, el escribir se transforma en un lugar donde vivir."
(Th. W. Adorno, Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada)
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Para leer el relato completo: AQUI

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